HACIA LA CREACIÓN DE UNA SOBERANÍA INTEGRAL

 

Rusia se encuentra hoy en una situación intermedia: el mundo antiguo no acaba de morir y el nuevo aun no ha nacido o, mejor dicho, ha comenzado a nacer pero no ha asumido su forma final. Este problema es sin duda fundamental, pues de ello depende el rumbo que Rusia siga en un futuro con respecto a los procesos que están sucediendo en todo el mundo y la actitud que debemos asumir frente a Occidente.

El colapso de la URSS fue vivido por los rusos de dos formas distintas:
1) Durante la década de 1990 intentamos integrarnos incondicionalmente dentro de Occidente aceptando el control de nuestro país por potencias extranjeras, lo cual terminó en un fracaso total; 
2) Putin llegó al poder a principios del año 2000 diciendo que Rusia continuaría integrándose dentro de Occidente, pero conservando su soberanía. Nunca conseguimos integrarnos en Occidente y el deseo de fortalecer nuestra soberanía nos llevó a la operación militar especial el 24 de febrero del 2022.

¿Cuál ha sido la razón de todo esto? En primer lugar, está el hecho de que cuando Donald Trump fue presidente de Estados Unidos le importaba muy poco el fortalecimiento de la soberanía rusa ya que nuestro país no desempeñaba un papel relevante en la economía mundial, a diferencia de China que era considerada un rival mucho más serio. A Trump tampoco le importaba Crimea y pensaba en comenzar una guerra económica con China. En cambio, la actual presidencia de Joe Biden esta dominada por globalistas y atlantistas que temen la expansión de la influencia rusa, especialmente porque estos últimos son defensores a ultranza de la unipolaridad y la hegemonía estadounidense. Los globalistas han decidido dejar a un lado el islamismo como su rival a batir y consideran que Rusia y China son las principales amenazas para el orden internacional.

Estados Unidos y la OTAN comenzaron a preparar una operación militar contra Dombás y Crimea desde el verano del 2021, queriendo convertir esto en una especie de plataforma para agredir militarmente en el futuro a Rusia. Estos preparativos incluyeron el asesoramiento militar de las tropas ucranianas y la contratación de muchos mercenarios. Putin decidió atacar antes que los atlantistas y lanzar una operación preventiva que finalmente jugo a nuestro favor. No obstante, y alejándonos un poco del aspecto marcial de la operación militar especial, podemos decir que este acontecimiento marca el fin de la segunda etapa de las relaciones entre Rusia y Occidente después de la caída de la URSS. La idea de integrarnos a Occidente ha sido sepultada definitivamente por razones objetivas, por lo que a Rusia solo le queda la preservación, protección y fortalecimiento de su soberanía: algo incompatible con los proyectos occidentales.

Rusia ha roto de forma total con Occidente, pero la élite rusa no lo comprende. La segunda etapa del período postsoviético ruso ha concluido y la tercera etapa no ha iniciado aún. Así que podemos preguntarnos: ¿en qué consiste esta tercera etapa de nuestra historia que la élite rusa no quiere aceptar? Antes que nada, se trata de un proceso de aislamiento y presión constante por parte de Occidente para someternos a su poder. Ahora bien, solo aceptando que Occidente no tiene nada que ofrecernos seremos capaces de crear algo distinto, empezando por nuestro deseo de avanzar hacia el futuro. Así como la antigua élite soviética no pudo aceptar el colapso tanto de la URSS como del comunismo los liberales que llegaron al poder en la década de 1990 son incapaces de aceptar que el rumbo que marcó Putin en política internacional será nuestro futuro, resistiéndose a creer que es un proceso irreversible y que solo se trata de algo temporal. A la gente siempre le cuesta aceptar la llegada del futuro…

Nuestra ruptura diplomática y confrontación militar con Occidente implica antes que nada la adopción de una idea rusa y eurasiática real. Ninguna de estas dos perspectivas se contradice la una con la otra y no es necesario elegir entre ellas, aunque ambas tienen prioridades distintas.

La adopción de una idea rusa significa un fortalecimiento rápido y drástico de nuestra soberanía, asegurándola por todos los medios necesarios. Sin embargo, cuando nos referimos a un fortalecimiento de esta última nos referimos a una realidad integral que permita que nuestro Estado sea independiente en todos los aspectos: civilizacionales, culturales, educativos, científicos, económicos, financieros, morales, identitarios, políticos y, sobre todo, ideológicos. Solo la esfera política y militar rusa es independiente, el resto dependen parcial o totalmente de Occidente. Tampoco poseemos una ideología soberana y esto impide que nuestro país sea capaz de asumir una verdadera forma de soberanía que transforme todas las esferas de nuestra sociedad y de ese modo liberarnos por completo de los tentáculos liberales y globalistas que controlan gran parte del Estado. Conseguir nuestra independencia del globalismo requerirá la institucionalización de la política exterior de Putin y no solo la lealtad personal hacia él. Eso significa que es necesario instaurar una ideología «putinista» que proclame una soberanía nacional integral y que pueda de esa manera reformar tanto la política como la administración pública.

La instauración de una ideología oficial en Rusia será una realidad, pues de lo contrario seremos incapaces de enfrentarnos directamente a Occidente: se trata de un hecho consumado nos guste o no. El proceso de ideologización del Estado ruso sucederá tarde o temprano y para esto debemos no solo fortalecer nuestra identidad sino también comprender cuales son nuestras diferencias con Occidente. El hecho de que Putin eligiera defender nuestra soberanía hace 22 años nos ha llevado hasta la actual confrontación que hoy estamos viviendo, pero ha llegado la hora de ir un paso más allá y no seguir vacilando como lo hemos hecho hasta ahora entre la defensa de nuestra soberanía o nuestro deseo de integrarnos a Occidente.

Por supuesto, esta ideología no implica que Rusia se aislé del mundo —Occidente no es el mundo entero a pesar de sus pretensiones hegemónicas y universalistas—, sino que asumamos un rumbo político eurasiático y contemplemos la posibilidad de aproximarnos al mundo oriental en busca de nuevos amigos y socios. Esta aproximación hacia otras civilizaciones nos permitirá entrar en contacto con los pueblos de China, la India, el mundo islámico, Latinoamérica y África. Todos ellos muy diferentes entre sí y con ideas muy distintas. Hubo un tiempo donde Rusia estudió mucho el mundo oriental e incluso el gran poeta ruso Nikolái Gumiliov llegó a componer himnos en honor de África. Sin embargo, Occidente logró dominar nuestras mentes e intoxicó nuestra psicología. Un famoso filósofo iraní, el heideggeriano Ahmad Fardid, llamó a esto el proceso de gharbzadegi u occidentalolatría.

Los eurasianos rusos fueron los primeros que se revelaron en contra de este proceso de occidentalización de la cultura rusa y exigieron, al igual que los eslavófilos antes que ellos, defender nuestra identidad particular y la de otras civilizaciones o culturas no occidentales. Considero que este es el único camino que puede seguir Rusia: recurrir a grupos como la Organización de Cooperación de Shanghái o los BRICS, además de otros polos y civilizaciones que han comenzado a despertar o que habían sido ignorados hasta ahora.

Occidente no representa a toda la humanidad ni es la culminación de la misma. Es necesario plantearnos un nuevo comienzo, pues el lugar de Rusia se encuentra en Eurasia y no en Occidente. Antes se trataba de una elección, pero al día de hoy se ha convertido en un imperativo: las relaciones que construyamos de ahora en adelante con China, India, Turquía, Irán, los países árabes, África o América Latina serán decisivas ya que en estos polos nacientes se encuentra el futuro del mundo. Sin embargo, la élite rusa se niega a aceptarlo. No obstante, ya no nos queda otra opción. Ni siquiera la traición a Putin —que es poco probable— podrá detener este proceso y solo arrojaría una vez más a Rusia hacia el caos. De todos modos, la traición ya no es una opción pues la limpieza y destrucción de los liberales dentro de Rusia ha comenzado. Esta purga no solo es necesaria, sino que también es inevitable. La élite rusa es incapaz de darse cuenta que las dimisiones y detenciones que hoy se hacen no son más que el principio: la elección a favor de la soberanía y el eurasianismo ya está hecha y quien no la acepte desaparecerá, no hay vuelta atrás.

La cuestión que ahora debemos plantearnos es otra: ¿cómo exactamente vamos a defender y promover la soberanía rusa en esta nueva fase? Lo que debemos hacer nos lo exige la realidad, pero el cómo, dónde y qué priorizar son cuestiones que permanecen abiertas y resultan mucho más complicadas. Mi propuesta es empezar por crear una ideología, el resto es secundario. Los que dominan nuestro país saben esto y son conscientes del destino de nuestro pueblo, ellos saben muy bien todo esto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario