ESCUELA DE CALOR

La bisabuela inglesa de mi mujer era una señora elegante y espartana, y cuando sus hijas pequeñas se quejaban de la temperatura, contestaba impertérrita: «Nenitas, nenitas, en invierno hace frío y en verano hace calor».

Pues bien, cuando los propagandistas del cambio climático aprovechan una simple ola de calor para repetir sus cansinas letanías catastrofistas sobre el apocalipsis que nunca llega me entran ganas de repetirles: «Nenitas, nenitas, en invierno hace frío y en verano hace calor». En efecto, lo que hemos vivido es una ola de calor veraniega como ha habido tantas y seguirá habiendo tantas. ¿Recuerdan el tórrido mes de agosto del 2003? Pues eso. La diferencia radica que en aquellos días más felices Al Gore aún no había rodado su documental UNA MENTIRA CONVENIENTE (¿o era al revés?) y el cambio-climatismo aún no se había convertido en la religión global de creencia obligada impuesta por el nuevo orden y sus obedientes medios de comunicación.

Una ola de calor normal y corriente
Se considera que existe una ola de calor cuando más del 10% de las estaciones de la AEMET registran temperaturas máximas por encima del percentil 95 de la serie histórica de temperaturas durante más de tres días seguidos. Desde 1975 se han producido en España unas 70 olas de calor veraniegas, con lo que son fenómenos normales y recurrentes. En el cuadro siguiente podemos ver las temperaturas máximas registradas en las estaciones afectadas por las distintas olas de calor en España desde 1975 según la AEMET[1]:


Para que vean cómo estos fenómenos meteorológicos son locales y nada tienen que ver con el cambio climático, en el siguiente cuadro pueden ver la misma tabla, pero correspondiente a Canarias, territorio español situado en latitudes muy inferiores a las peninsulares pero perteneciente, hasta donde yo sé, al mismo planeta sujeto al mismo clima planetario. Como podrán observar la serie no tiene nada que ver: en años donde en la Península había ola de calor en Canarias no las había (y viceversa) y en ningún caso se observa ninguna tendencia preocupante:


Los fenómenos meteorológicos no son el clima
Conviene reiterar que los fenómenos meteorológicos locales jamás pueden ser síntomas de ninguna variación climática, pues la unidad de medida temporal del clima es el siglo o más bien el milenio y porque los fenómenos locales, como su propio nombre indica, son locales, y pueden producirse de forma simultánea fenómenos de naturaleza completamente opuesta en otras regiones del mundo. Así, durante este mes de mayo se registraron unas de las temperaturas más bajas de la historia en el noroeste de EEUU y en British Columbia (al Oeste de Canadá), y mientras en España nos achicharrábamos la semana pasada, en Australia el invierno austral registraba las temperaturas más bajas de los últimos setenta años. ¿Enfriamiento global? No, simple meteorología.

La cantinela cambio-climatista aprovecha los fenómenos meteorológicos naturales asociados al calor para ligarlos al calentamiento global. Por ejemplo, ahora que se acerca la época de huracanes e incendios forestales las plantillas estivales de los medios repetirán los titulares de todos los años como en el Día de la Marmota. Quienes les ordenan hacerlo saben que el relato es completamente falso, pura propaganda, pero la mentira ya forma parte intrínseca de un movimiento que no trata de ciencia, sino de ideología, poder y dinero. La realidad es que los huracanes están disminuyendo en número e intensidad al menos desde 1990 y que la superficie total quemada por incendios a nivel global ha descendido un 25% en las últimas dos décadas. Incluso el IPCC de la ONU, algo así como el Vaticano de la religión climática, se vio obligado a reconocer que «no hay una tendencia significativa de la frecuencia de huracanes en el último siglo (…), sigue sin haber evidencia respecto al signo de la tendencia en la magnitud y frecuencia de las inundaciones a nivel global (…) y no existe suficiente evidencia en la actualidad respecto a la tendencia observada en sequías a nivel global desde mediados del s. XX» (IPCC, AR5, WG I, capítulo 2.6, p. 214-217).

Los mismos que ligan cualquier elemento que tenga que ver con el calor al cambio climático callan cualquier relación con el clima cuando se trata de frío. Así, la prensa local canadiense, norteamericana o australiana no ha advertido de un «enfriamiento global» por las olas de frío antes mencionadas como tampoco lo hizo la prensa española con el inhabitual frío de mayo de 2013 (el más frío desde 1985), o con Filomena, hace año y medio, o el pasado mes de marzo, el más nublado de los últimos 39 años, el sexto más lluvioso desde 1961 y el octavo más frío del siglo, según la AEMET.

Los medios tampoco han publicitado en exceso que en 2021 la Antártida vivió los seis meses más fríos jamás registrados. Probablemente, los chamanes climáticos temían que la población se diera cuenta de que la «amenaza» del derretimiento de los hielos antárticos y el consiguiente aumento del nivel de los mares era un cuento chino para asustarnos. De hecho, la Antártida se ha enfriado ligeramente desde 1979, lo que quizá explique que, según un estudio de la NASA, esté ganando hielo, no perdiéndolo. Dado que la Antártida tiene un volumen de hielo 1.250 veces superior al del Ártico, no es el hielo ártico el que debería preocuparnos, sino el antártico. De hecho, dado que el hielo ártico flota y ocupa ya un volumen, su derretimiento no aumentaría el nivel del mar, como descubrió Arquímedes antes del nacimiento del periodismo. Para mayor tranquilidad, sepan que la superficie del Ártico está revirtiendo su anterior tendencia y lleva varios años creciendo, hasta el extremo de que 2021 marcó el segundo año con más hielo desde 2003. Apuesto a que no lo han leído en ningún medio.

Midiendo el calentamiento global
¿Existe calentamiento global en las últimas décadas? Sí, un poquito, pero contrariamente a la consigna repetida ad nauseam, no hay «consenso científico» (un oxímoron) sobre su causa, sino imposición y censura totalitarias, negando el debate, cerrando el acceso a publicaciones especializadas a los científicos que no comparten la consigna oficial y negándoles financiación para sus investigaciones. El fanatismo de los chamanes climáticos es proporcional a los enormes intereses políticos y económicos creados. La realidad es que aún no somos capaces de saber cómo funciona un sistema complejo, no lineal y caótico como es el clima, donde intervienen multitud de factores con retroalimentaciones de distinto signo, como los océanos, las nubes, la rotación de la Tierra, la actividad solar, el vapor de agua (causante de la inmensa mayoría del efecto invernadero) y otros gases menores como el CO2, etc. Si no somos capaces de predecir la meteorología a una semana vista, ¿cómo vamos a ser capaces de predecir el clima de dentro de un siglo?

Desde que tenemos satélites midiendo la temperatura global, nuestro planeta ha sufrido un ligero calentamiento de 0,14°C por década, y en los últimos 20 años apenas ha habido calentamiento, como muestra el siguiente gráfico elaborado con datos de satélites NOAA por el conocido experto Dr. Roy Spencer:


Estos datos son refrendados por un reciente estudio procedente de mediciones de globos meteorológicos aerostáticos. Tanto en el hemisferio Norte como en los trópicos, desde 1998 apenas ha habido calentamiento:


La cultura del miedo
Tras su apariencia filantrópica, la religión del cambio climático esconde un odio al ser humano, considerado un virus perjudicial para la Madre Tierra, y una ambición de dominio y poder totalitarios centrados en combatir el virus, esto es, en reducir la población mundial. Pero sobre todo se engloba en la opresiva y desesperanzadora cultura del miedo en que estamos inmersos en Occidente, en la que los poderes mantienen a la población en un constante estado de temor señalándole aquello que debe temer (un peligro exagerado o inventado) y proponiéndose a sí mismos como salvadores, prometiéndonos seguridad a cambio de nuestra libertad.

La secta del cambio climático utiliza el temor a la muerte bajo la amenaza de un Apocalipsis que, como Godot, siempre se pospone y nunca llega. En los países desarrollados sus chamanes se ofrecen a salvarnos si aceptamos empobrecernos a través del encarecimiento disparatado de las fuentes de energía. A los países pobres, que no pueden permitirse por sí mismos el capricho de rico que son las energías «renovables», se les ofrece a cambio subsidios que se les concederá o no dependiendo fundamentalmente de que controlen su crecimiento demográfico (el quid de la cuestión), condenándoles a una dependencia crónica.

Los efectos perniciosos de la religión climática ya se están viendo. La causa estructural del aumento del coste de la electricidad y de la gasolina, más allá de la coyuntura bélica y de las autolesivas sanciones de Occidente, es la irracional persecución de los combustibles fósiles (baratos, eficientes y fiables) a los que tanto debe la Humanidad y la imposición de energías caras, intermitentes e ineficientes que benefician a unos pocos y perjudican a la mayoría. Así, el problema con las futuras olas de calor no serán las temperaturas alcanzadas, sino que no tendremos dinero para poder encender el aire acondicionado. La amenaza real no es el clima, sino la pérdida de libertad y la pobreza.


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