LA NUEVA RUTA DE LA SEDA Y LA «SOBERANÍA» DE MELONI

 

La Italia de Giorgia Meloni salió ayer (11/12/2023) oficialmente de la Ruta de la Seda.

Básicamente, el gobierno de Meloni, el soberanista, el que se suponía que tenía en el corazón, en el parloteo de la propaganda electoral, el bienestar y la autonomía y la soberanía de Italia, ha conseguido en el espacio de dos años primero cortar definitivamente todos los puentes con el mayor proveedor energético del mundo (Rusia), con el que tradicionalmente manteníamos excelentes relaciones, y después liquidar las relaciones comerciales privilegiadas con el país de mayor crecimiento económico del mundo (China).

Es difícil imaginar una estrategia económica más autodestructiva para el país.

Por supuesto, todos sabemos que el pacto tácito firmado por la primer ministro con el amo estadounidense es: «Os dejamos gobernar sin meternos en vuestro camino, pero vosotros hacéis lo que nosotros os digamos». Así nos encontramos con otro gobierno servil, con la función de facilitar el impulso gubernamental desde ultramar.

Por otra parte, para gobernar así no hace falta una clase dirigente, no hace falta haber estudiado, no hace falta tener una idea del país, no hace falta tener carácter ni integridad personal, para gobernar así sólo hace falta el agrimensor Calboni: basta con traducir al italiano los despachos del Estado Mayor estadounidense, y para eso está Google Translation.

En vísperas de las elecciones, recuerdo que me preguntaron en una tertulia sobre el «riesgo de fascismo» que representaba un posible gobierno de Meloni. Según el canon televisivo habitual, la pregunta siguió a un reportaje con un collage de declaraciones incendiarias y fotos de época de Meloni, que pretendía dar pie a que sí, el fascio y el orbaci estaban a punto de ser exhumados del pecho del abuelo, temblar y refugiarse en el frente antifascista.

La respuesta que di entonces fue que, desde hace algún tiempo, la única diferencia política detectable entre el centro-derecha y el centro-izquierda es el nivel de entusiasmo por el Orgullo Gay (o, si se quiere, el Día de la Familia).

Superestructuras y folclore aparte, Italia ha sido gobernada ininterrumpidamente por un monocolor neoliberal atlantista durante treinta años: los peores treinta años a nivel económico y social desde el nacimiento del Estado nacional, excepto durante los periodos de guerra.

Los que siguen cayendo en el juego ficticio de la «alternancia», yendo a votar a uno de los bandos de vez en cuando, para fastidiar al otro —un gemelo diferente—, son cómplices del desastre.

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