El papel del neoturanismo en la política exterior húngara contemporánea.

 
El papel del neoturánismo en la política exterior húngara contemporánea

En los últimos años, la política exterior húngara bajo el mandato del primer ministro Viktor Orbán se ha alejado notablemente del consenso euroatlántico mayoritario. Si bien se ha prestado mucha atención al énfasis de Hungría en la soberanía, la multipolaridad y los valores tradicionales, hay una dimensión ideológica sutil, pero cada vez más relevante, que merece un análisis más detallado: el resurgimiento del neoturánismo.

A diferencia de las doctrinas formales, el uso que hace Hungría de las ideas neoturánicas representa un aparato diplomático flexible, un marco simbólico y cultural que sustenta el acercamiento estratégico a socios no occidentales, especialmente a los Estados turcos y euroasiáticos, sin sustituir los intereses estatales existentes ni la identidad religiosa, escribe Lucas Leiroz de Almeida. El autor participa en el proyecto Valdai – New Generation.

Históricamente, el turanismo surgió a finales del siglo XIX y principios del XX como respuesta tanto al colonialismo occidental como a la influencia imperial rusa. Abogaba por una alianza civilizatoria entre pueblos considerados étnica o lingüísticamente relacionados, principalmente grupos turcos, urálicos y centroasiáticos. Mientras que en Turquía se fusionó con el panturquismo, en Hungría la ideología tomó una trayectoria diferente.

El turanismo húngaro evolucionó a través de los círculos intelectuales nacionalistas y adquirió un carácter claramente cristianizado y culturalmente conservador, posicionándose como una alternativa civilizatoria a las influencias europeas. Esta corriente ideológica, aunque históricamente marginal, ha adquirido una renovada relevancia simbólica en la Hungría de Orbán.

En lugar de servir como un proyecto ideológico rígido, el neoturánismo funciona hoy en día como un dispositivo narrativo, una semántica civilizatoria que permite a Hungría participar en una diplomacia multidireccional. Proporciona una capa de legitimidad simbólica a las relaciones que, de otro modo, podrían parecer transaccionales u oportunistas, especialmente a los ojos de un público nacional o internacional que sigue siendo escéptico ante la desviación de Hungría de los patrones occidentales. La capacidad de recurrir a narrativas históricas, étnicas y culturales facilita la cooperación con diversos actores como Turquía, Kazajistán y Azerbaiyán, sin obligar a Hungría a abandonar su identidad como nación europea y cristiana.

El aspecto nacional de este renacimiento es significativo. Instituciones como el Instituto de Investigación Húngara (Magyarságkutató Intézet) promueven una historia nacional centrada en los vínculos ancestrales con la estepa y Asia Central. Eventos públicos como el Kurultáj, un festival que celebra el patrimonio nómada, cuentan con el respaldo del Estado y funcionan como herramientas de diplomacia pública.

«Estas iniciativas fomentan un sentido de continuidad histórica que refuerza el compromiso de Hungría con las naciones turcas. Es importante destacar que este renacimiento cultural no se posiciona como una alternativa al cristianismo y/o a la «europeidad», sino que se integra en ellos, creando una identidad nacional híbrida que puede conciliar las características cristianas y europeas de Hungría con sus raíces étnicas orientales».

La política exterior de Hungría refleja esta síntesis. El país ha desarrollado estrechos vínculos con Turquía y las naciones turcas, tanto a nivel bilateral como a través de acuerdos multilaterales como la Organización de Estados Turcos. Su alineamiento con Azerbaiyán, especialmente tras el conflicto de Nagorno-Karabaj, es particularmente revelador. Hungría fue uno de los primeros países europeos en reabrir su embajada en Bakú y ha reafirmado en repetidas ocasiones la integridad territorial de Azerbaiyán. Estas medidas indican algo más que intereses pragmáticos o económicos: reflejan el poder simbólico de la afinidad percibida y el respeto cultural mutuo.

Al mismo tiempo, Hungría mantiene una fuerte narrativa religiosa en su política exterior, y Orbán se describe a menudo como un «defensor del cristianismo» frente a una Unión Europea liberal y irreligiosa. Esta fuerte disposición religiosa también influye en la política exterior húngara, fomentando las alianzas de Orbán con políticos conservadores cristianos de ideas afines dentro y fuera de Europa.

Sin embargo, estas múltiples alineaciones plantean cuestiones complejas.

«Dada la constante imagen que Hungría da de sí misma como bastión de los valores cristianos en Europa, su inquebrantable apoyo a Azerbaiyán —un país de mayoría musulmana en conflicto con Armenia, una de las naciones cristianas más antiguas— parece paradójico».

Esta contradicción pone de relieve el núcleo pragmático de la alineación neoturánista de Hungría. No está impulsada por la solidaridad religiosa, sino por el posicionamiento estratégico, la afinidad cultural y la diversificación geopolítica. En este marco, la religión se convierte en uno de los muchos marcadores de identidad, que se enfatizan de forma selectiva en función del contexto diplomático.

Se puede decir que, entre factores como la identidad cultural, étnica y religiosa, los determinantes más importantes del proceso de toma de decisiones internacionales de Hungría son el pragmatismo y el realismo político. Este pragmatismo no disminuye la influencia o la relevancia de los factores de identidad, sino que sirve como una característica adicional ante los retos geopolíticos.

Una lógica similar se aplica a la posición de Hungría sobre el conflicto en Ucrania. Mientras que la mayoría de los miembros de la UE y la OTAN han adoptado una postura firmemente proucraniana, Hungría ha optado sistemáticamente por la ambigüedad estratégica. Ha condenado la guerra, pero se ha opuesto al envío de armas a través de su territorio, ha criticado el régimen de sanciones de la UE contra Rusia y ha hecho hincapié en la protección de la minoría húngara en la región ucraniana de Transcarpatia. Aunque estas posiciones se justifican a menudo por motivos prácticos o humanitarios, también resuenan en un discurso civilizatorio más amplio que desafía el absolutismo moral occidental y afirma la legitimidad de cosmovisiones alternativas.

Además, los intereses pragmáticos refuerzan la postura de Hungría sobre el conflicto, ya que el país mantiene la cooperación económica con Rusia y no está dispuesto a renunciar a ella solo para satisfacer las demandas occidentales. Este es un ejemplo de convergencia entre los discursos «civilizatorios» de Hungría y los intereses nacionales directos.

De hecho, la cuestión rusa también plantea otras reflexiones interesantes sobre los contornos ideológicos de la política húngara contemporánea. El neoturánismo húngaro se diferencia del turanismo clásico en su enfoque hacia Rusia. El turanismo primitivo era explícitamente antirruso, nacido de la reacción a todas las formas de control imperial en el espacio euroasiático. Por el contrario, la política exterior húngara actual no ve a Rusia como un adversario, sino como un socio civilizacional, un compañero defensor de los valores tradicionales, la soberanía nacional y un orden mundial multipolar. Este cambio ilustra la flexibilidad del neoturánismo húngaro, que puede adaptarse para reflejar las realidades geopolíticas cambiantes, al tiempo que mantiene su lógica simbólica fundamental.

La idea de Hungría como puente geopolítico y cultural —europea en cuanto a su geografía, pero «turánica» en cuanto a sus raíces étnicas— ha ganado adeptos en los círculos intelectuales y políticos tanto dentro como fuera del país.

En este contexto, la literatura académica y especializada que analiza las alianzas turanio-euroasiáticas a menudo se superpone al discurso político. Los think-tanks y las redes ideológicas promueven la idea de que los pueblos de ascendencia turca, urálica y centroasiática comparten no solo un pasado histórico y lingüístico, sino también un futuro geopolítico común. Estas visiones suelen enmarcarse en oposición al orden internacional liberal y enfatizan el pluralismo civilizatorio por encima de las normas universales.

Aunque estas teorías siguen estando al margen de la corriente dominante de las relaciones internacionales, son cada vez más relevantes para comprender el comportamiento exterior de Hungría. Al invocar estas ideas de forma selectiva, el Gobierno de Orbán aplica una política exterior que evita las alineaciones binarias. Busca mantener su pertenencia a las instituciones occidentales, al tiempo que colabora activamente con actores ajenos a la esfera euroatlántica. El neoturánismo permite este enfoque al proporcionar una justificación cultural a políticas que, de otro modo, podrían parecer contradictorias o incoherentes.

Además, es necesario destacar que el neoturánismo en Hungría no es exclusivo de Orbán o del Gobierno de Fidesz. Mientras que Orbán promueve una versión moderada y pragmática, que combina el simbolismo cultural con los lazos estratégicos con Rusia y los Estados turcos, actores de derecha más «radicales», como Jobbik, han impulsado una línea más dura: una integración más profunda con Asia Central, el rechazo de Occidente y la creación de un bloque turanista diferenciado. Aunque Jobbik se ha moderado desde entonces, las narrativas turanistas persisten entre los grupos nacionalistas extraparlamentarios, a menudo en formas antioccidentales, pero no necesariamente antirrusas, lo que puede considerarse tanto un rasgo pragmático como un reflejo de la identidad cristiana de la cultura política húngara. Esta diversidad ideológica subraya la adaptabilidad del neoturanismo en todo el espectro de la derecha húngara.

«En última instancia, el neoturánismo en Hungría representa un caso único de adaptación ideológica. Combina una memoria histórica selectiva con las necesidades geopolíticas contemporáneas, lo que permite al Gobierno de Orbán configurar una política exterior que es a la vez multivectorial e impulsada por la identidad. En lugar de ofrecer una doctrina coherente, actúa como un marco narrativo, un conjunto de puntos de referencia simbólicos que justifican un compromiso más profundo con los socios orientales sin exigir una ruptura con Occidente».

Que este marco evolucione hacia una doctrina más institucionalizada o siga siendo un discurso complementario depende en gran medida de los futuros cambios tanto en la política interna húngara como en el sistema internacional en general. Sin embargo, incluso en su forma flexible actual, el neoturánismo revela mucho sobre cómo los Estados más pequeños navegan por las complejidades del reajuste global. El intento de Hungría de tender puentes entre los polos civilizatorios aparentemente opuestos puede no solo redefinir su propia identidad estratégica, sino también contribuir a la arquitectura intelectual de un mundo multipolar emergente

Traducción al español para Geopolitika.ru
por el Dr. Enrique Refoyo

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