También nos han mentido sobre Ucrania

 

El COVID-19, el cambio climático y la guerra de Ucrania tienen dos cosas en común. Primero, que nuestros políticos defienden intereses extranjeros o supranacionales en perjuicio de los intereses de sus propios ciudadanos. Segundo, que los bien pagados medios de comunicación emprenden agresivas campañas de propaganda basadas en enormes mentiras hasta lograr que el test de virtud del buen ciudadano sea manifestar entre aspavientos una adhesión total a la consigna o un odio absoluto hacia el «enemigo» señalado.

Así, tras dos años de mentiras sobre el COVID-19, los medios están ahora empeñados en mentir sobre la guerra de Ucrania para dar la sensación de que la victoria ucraniana está a la vuelta de la esquina. Ya en marzo del año pasado, y en un alarde de rigor, muchos de ellos (incluyendo el pretencioso Financial Times) afirmaban citando acríticamente «fuentes oficiales occidentales» que Rusia estaba quedándose sin misiles de precisión[1]: desde entonces Rusia ha lanzado cerca de 4.500 de estos proyectiles. También el NYT afirmó hace pocas semanas, citando «fuentes oficiales» (¿Mortadelo y Filemón?), que las cartas bomba enviadas al Palacio de la Moncloa y a la Embajada de Ucrania en Madrid eran obra de agentes rusos. Tras hacerse eco de ello muchos medios españoles, hemos sabido que en realidad habían sido enviadas por un jubilado de 74 años de Miranda de Ebro que actuó solo.

Los medios también dijeron que Putin tenía cáncer y/o Parkinson, que estaba lunático por el aislamiento COVID-19 y a punto de utilizar armas químicas y nucleares. Lanzaron todas estas historias para luego abandonarlas sin más explicaciones, exactamente igual que hicieron con el COVID-19 cuando de la noche a la mañana dejaron de aterrorizar a la gente. Si Rusia gana la guerra, como parece probable, ¿simplemente dejarán de hablar del tema?

La propaganda es útil para mantener la voluntad de lucha, que en el caso europeo consiste en que la ciudadanía apoye su propio suicidio económico exigido por ese protectorado de EE.UU. llamado Unión Europea. Sin embargo, ni la propaganda ni las mentiras ganan guerras. ¿Cuál es la situación real en Ucrania?

La reciente decisión de enviar carros de combate occidentales ha sido tomada por políticos en contra del criterio de sus altos mandos militares. Al albur de los deseos de EE.UU., el gobierno alemán ha cambiado de opinión por enésima vez y, en un nuevo giro de 180°, ha decidido enviar una compañía de Leopard (14 unidades) y permitir que otros países lo hagan con el objetivo de alcanzar dos batallones (unas 80 unidades). No deja de sorprender que Alemania, un país hoy controlado por EE.UU., débil y sin las ideas claras, se haya desacreditado hasta el extremo de aceptar la humillación de que sus amos anglosajones le saboteen un gaseoducto clave para su bienestar energético (un casus belli) sin decir ni mu.

Enviar carros de combate tan diferentes implica enormes retos de entrenamiento y mantenimiento. Además, los rusos también disponen de los mismos misiles antitanque que tanto daño les infligieron a ellos mismos al comienzo del conflicto, y desde el punto de vista militar, el envío de unas pocas decenas de tanques resulta irrelevante frente a una Rusia que puede disponer de 8.000 tanques operativos de distinto tonelaje[2].

Alemania dice que «los primeros» Leopard (¿3 o 4?) llegarán en dos o tres meses. Polonia enviará otros 14 y los británicos enviarán 14 Challenger. Otros países han dicho bla, bla, bla, pero probablemente ese cuentagotas de 40-45 tanques occidentales será todo lo que reciba Ucrania. En este sentido, confío en que España no materialice la estupidez de regalar carros de combate que no le sobran a un país que no es su aliado para agredir a otro que no es su enemigo. Antaño este razonamiento sería axiomático, pero la lógica y la razón ya no aplican, como muestra que Francia haya regalado a Ucrania un tercio de sus cañones obús y Estonia la totalidad de que disponía.

¿Y EE.UU.? ¿Acaso Biden no ha anunciado el envío de 31 Abrams? Las enormes reticencias del Pentágono (como de todos los estamentos militares occidentales, España incluida), las complicadas exigencias técnicas y logísticas de estos carros, que funcionan con turbina y consumen queroseno, y el artificioso horizonte temporal de ocho meses que los americanos han dado para su entrega, me hacen concluir que lo más probable es que ni un solo tanque americano llegue nunca a Ucrania, y que, por tanto, EE.UU. le haya hecho una nueva jugarreta a Alemania.

No olvidemos que los dos objetivos estratégicos de EE.UU. al provocar a Rusia eran, por un lado, debilitarla con una guerra de desgaste, y por otro, destruir los lazos políticos y comerciales entre Europa y Rusia (Nordstream 2 incluido) en detrimento de los intereses económicos y geopolíticos europeos, en particular, alemanes. «Que se joda la UE», dijo la actual vicesecretaria de Estado Nuland en 2014. Éste era un objetivo crucial.

Así, los Leopard que el poco inteligente gobierno alemán envía a la chatarra a Ucrania no servirán para nada salvo para deteriorar aún más las relaciones a largo plazo con Rusia y facilitarle una valiosa imagen propagandística: por primera vez desde la invasión nazi de 1941, tanques alemanes matarán soldados rusos sin que Rusia haya agredido en ningún momento a Alemania. ¡Bravo!

Pero retrocedamos un momento. Si los ucranianos van ganando, ¿por qué están tan desesperados por recibir tanques? La respuesta es que la realidad en Ucrania es menos halagüeña de lo que nos cuentan.

Desde el comienzo de la guerra, los publicistas que componen el gobierno del actor Zelensky han sabido crear un personaje icónico de barba cuidadosamente descuidada, ceño permanentemente fruncido y camiseta verde caqui, pero han demostrado ser muy poco fiables como fuentes de información para conocer lo que ocurre sobre el terreno.

Primero fueron las puestas en escena para denunciar supuestas masacres o los inexistentes bombardeos indiscriminados sobre población civil (cuya falsedad podía comprobarse en tiempo real en las webcams ucranianas). Sin embargo, lo que ha marcado un antes y un después en la pérdida de credibilidad del gobierno ucraniano ha sido su intento de culpar a Rusia de los restos de misil que cayeron sobre Polonia matando a dos personas. Para enfado de los países occidentales, Zelensky mintió descaradamente con el objetivo de intentar arrastrar a la OTAN a una 3GM[3].

Los mejores analistas independientes del conflicto dibujan un escenario bélico opuesto al que retratan de forma tan voluntarista los medios occidentales. De hecho, para aquellos que quieran seguir consumiendo prensa, la forma más rápida de comprender lo que ocurre en esta guerra es sustituir la palabra Rusia por Ucrania y viceversa. Así, si leen que los rusos están desmoralizados, sin armamento ni munición, entiendan que se refiere en realidad a los ucranianos, y si leen que en seis meses Ucrania retomará Crimea (como hace la prensa inglesa[4]), interpreten que quizá dentro de seis meses las tropas rusas estén en Kiev u Odesa.

Lo más probable, insisto, es que, tras la mini contraofensiva ucraniana del otoño, que permitió a Ucrania obtener una pírrica victoria propagandística a costa de sufrir gran número de bajas, el bando ruso aprovechará su clara superioridad para recuperar la iniciativa en una ofensiva que traspasará las principales líneas de defensa ucranianas.

Rusia está interesada en diezmar sistemáticamente lo que queda del ejército ucraniano antes de avanzar, pues gato escaldado del agua fría huye y, tras su error estratégico inicial, los rusos avanzarán de forma metódica evitando exponerse con golpes de audacia.

Tras el espejismo provocado por la heroica resistencia ucraniana y la ingente ayuda americana (ya prácticamente agotada), los medios parecen haber olvidado que Rusia sigue siendo la segunda potencia militar del mundo, con unas reservas inmensas, superioridad aérea, terrestre y electrónica y, sobre todo, con una artillería que machaca las posiciones ucranianas con una cadencia de fuego varias veces superior a la ucraniana. La reciente toma de Soledar (que Ucrania tardó dos semanas en reconocer) y la inminente caída de Artemovsk, donde Ucrania ha concentrado muchas tropas, pueden suponer un punto de inflexión.

El glacial Putin no repetirá lo que él considera su error inicial, esto es, actuar con contención ante un país eslavo «hermano» para facilitar las posteriores negociaciones. Dado que la propia Merkel ha reconocido que los incumplidos Acuerdos de Minsk (firmados entre Rusia y Ucrania en 2014 con el beneplácito de Francia y Alemania) fueron sólo una treta occidental para ganar tiempo, creo que en esta ocasión Rusia llegará hasta donde tenga que llegar para poder imponer unas condiciones que le garanticen una seguridad duradera al otro lado de su frontera de modo más fiable que la frágil palabra de los políticos occidentales. En ese momento no será Zelenski quien negocie en nombre de Ucrania sino otro gobierno diferente, quizá compuesto por algún militar escandalizado ante la innecesaria destrucción de su país.

Llegado el cambio de marea, posiblemente los americanos estén deseando cortar amarras antes de que el barco se hunda. Sin duda, lo que más les convendría para salvar la cara sería un golpe de Estado en Ucrania con un nuevo gobierno «ilegítimo», no reconocido internacionalmente, que negociara un alto el fuego. Así justificaría mantener sine die las sanciones contra Rusia y la OTAN no quedaría de perdedora.

Pero en ausencia de este escenario, EE.UU. puede considerar que una victoria rusa (en mi opinión, inevitable) es una amenaza existencial para su hegemonía, en cuyo caso podría acometer una huida hacia adelante entregando, por ejemplo, armas de mayor alcance que atacaran objetivos en territorio ruso.

Se han cruzado muchos límites y los odios alimentados por el espanto de la guerra perdurarán. Lo que quede de Ucrania no olvidará la agresión rusa... y Rusia no olvidará que Occidente envió armas para matar soldados rusos, pero no aceptará que los ataquen en su propio territorio, una línea de no retorno a la que puede arrastrarnos el belicismo del imperio anglosajón y el servilismo de una Europa a punto de diluirse en la nada.

Con el paso del tiempo va quedando meridianamente claro que esta guerra fue siempre un pulso de poder entre EE.UU. y Rusia en la que los muertos los ponía el pueblo ucraniano —entregado a un sacrificio estéril por sus propios gobernantes y por EE.UU.— y el suicidio económico y geopolítico lo ponía Europa, inmolada por su «élite» política.

Antes de la guerra, Ucrania era un Estado fallido, denunciado por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU por «restringir libertades fundamentales[5]», paupérrimo y enormemente corrupto que se desangraba por la diáspora porque los ucranianos no querían vivir en su propio país. De hecho, desde el 2001 no se había realizado ningún censo. ¿De verdad se creen el cuento de que ahora es una democracia ideal luchando por la libertad? ¿Qué hacía la OTAN entrenando, armando y alentando al ejército ucraniano para atacar a Rusia en Crimea? ¿Qué hace la OTAN defendiendo de esta manera a un país no miembro? ¿Qué hace atacando indirectamente a un país que no ha agredido a ningún país miembro?

El resto del mundo que no es Occidente tiene claro que esta guerra era perfectamente evitable y que su génesis ha sido la constante provocación a Rusia por parte de la OTAN y los EE.UU. Para alargar la guerra hicieron descarrilar las conversaciones de paz de marzo de 2022 cuando apenas había muertos y las condiciones exigidas podían ser aceptables. Un año más tarde, un 20% del territorio ucraniano ha sido anexionado a Rusia y han muerto decenas de miles de ucranianos[6]. ¿Para conseguir exactamente qué?

De los dos objetivos estratégicos que EE.UU. tenía en este conflicto, sólo logrará uno, esto es, el debilitamiento estructural de Alemania y Europa y la ruptura diplomática y comercial de Eurasia gracias a la complicidad de la penosa clase política europea.

El otro objetivo —debilitar a Rusia— será fallido. Las sanciones económicas han fracasado, el autócrata Putin ha reforzado su férreo liderazgo y Rusia terminará abrazada a Oriente y fortalecida, siendo el único ejército con experiencia de combate indirecto contra otra gran potencia y habiendo demostrado que el mundo ya no secunda a Occidente (como muestran las votaciones en la ONU sobre el conflicto o la negativa a imponer sanciones a Rusia de la mayor parte del planeta) y que EE.UU. quizá sea un gigante con pies de barro.

La verdad estaba del lado de EE.UU. en la Guerra Fría que afortunadamente ganó contra la tiranía comunista soviética, hoy extinta (¡Rusia no es la URSS!), pero desde el punto de vista militar no hay que olvidar que, desde 1945, EE.UU. ha luchado fundamentalmente contra desharrapados carentes de tecnología o armamento moderno. A pesar de ello, empató en Corea, perdió en Vietnam, Somalia, Afganistán y Siria y, tras 20 años, nada perdurable dejó en Iraq, a la que atacó basándose en mentiras «oficiales» (la supuesta posesión de armas de destrucción masiva por parte del Gobierno de Sadam Husein, que por otro lado había obtenido el poder con la inestimable ayuda de EE.UU.)

Los hechos apuntan a que en esta ocasión, en Ucrania (como en Iraq) la verdad no está del lado de los EE.UU., pero por encima del enfrentamiento bélico o geopolítico, lo que refleja este conflicto es, en palabras del historiador francés Emmanuel Todd, que «Occidente ha perdido sus valores y están entrando en una espiral de autodestrucción». Así es.

Fuente: Fernando del Pino Calvo-Sotelo

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