El encuentro cumbre en Alaska entre los presidentes Donald Trump y Vladimir Putin no trató principalmente sobre Ucrania sino sobre la cooperación entre Estados Unidos y Rusia a nivel mundial. Eso se debe a la posición del presidente Donald Trump, quien ha subrayado constantemente que la guerra en Ucrania no es «su guerra» y que su administración puede, por consiguiente, restablecer las relaciones comerciales de Estados Unidos con su antiguo rival ruso.
Es probable que se hayan derivado acuerdos «secretos» en la cumbre histórica de Alaska entre los máximos presidentes nucleares y petroleros del planeta, Trump y Putin, que duró casi 3 horas[1].
Las cumbres comportan fondo y forma, cuando el lenguaje corporal y la neurolingüística de la hermenéutica diplomática reflejan altos significados. Una foto, que vale un millón de palabras, después de la cumbre, no sólo resume lo exitoso a nivel bilateral, si no se toma en cuenta el lastre de Ucrania en la fase aciaga de su presidente ilegitimo —que finiquitó su mandato en mayo pasado y aún no celebra elecciones— el jázaro y comediante de profesión Zelenski.
Esa foto expone la felicidad postcumbre de Kirill Dmitriev, asesor de fondos de inversiones e íntimo de Putin, y de Steve Witkoff, enviado especial de Trump[2]. Se pudieran agregar las declaraciones de los sonrientes ministros rusos: el de Defensa, Andrei Belusov, y el de Finanzas, Anton Siluanov, quienes calificaron la cumbre de «excelente».
Sobre el encuentro pesaban tres sombras:
1. Pokrovsk —nodo de la «línea Maginot» de la élite del ejército ucraniano, cuya caída abriría el paso, aún caminando, al ejército ruso hasta el río Dniéper (¡a 194 kilometros de distancia!);
2. China —la gran vencedora sin haber asistido—.
3. y el «síndrome Salomé», el regalo de Trump del «fake» Russiagate a Putin, quien queda exculpado de las falsificaciones del «colectivo Obama».
La evaluación de la cumbre dependerá de cómo se mire: si exclusivamente se concentra en el tópico de Ucrania[3] se calificaría de «fracaso», como expectora la hostil cacofonía unánime de los multimedia de «Occidente», cuyo propagandista oligopolio lo controla el «lobby israelí» y su santa alianza con Gran Bretaña.
Pero si se aborda el resto de los relevantes tópicos, de mayor jerarquía y envergadura[4], habrá resultado exitoso porque «previene» sine die la tercera guerra mundial nuclear entre las dos superpotencias, como confesó Kirill Dmitriev[5].
Por cierto, «Putin respalda la afirmación de Trump de que la guerra de Ucrania no hubiera sucedido si él [Donald Trump] hubiese ganado las elecciones en 2020» y se lamentó que las relaciones bilaterales hubieran caído «a su más bajo punto desde la guerra fría»[6].
Sin el lastre de Zelenski de por medio, se puede aducir que Putin y Trump, quienes exhibieron una gran química entre sí, se aprestan a la «perezagruzka» (reactivación) de los vínculos entre sus países: su cooperación, que puede representar el Vellocino de Oro del siglo XXI en el Ártico, con el petróleo y los recursos minerales, y en el espacio «sin necesariamente ser amigos», según el analista militar ruso Andrei Martyanov.
Se trata de un win-win, en contraste a la ditirámbica connotación que le otorga Larry C. Johson, ex analista de la CIA y hoy a cargo del contraterrorismo en el Departamento de Estado: «Un triunfo para Putin, un desastre para los neoconservadores straussianos»[7].
El expresidente ruso Medvedev comentó que «se ha restablecido un mecanismo completo de encuentros entre Rusia y Estados Unidos a nivel superior. Pacífico sin ultimátums ni amenazas». Y lanza la pelota al campo bélico, para finiquitar las hostilidades, a los hoy pugnaces Kiev y Europa[8].
Trump se posiciona como mediador[9] y ya no como parte del conflicto cuando ha optado por la cooperación[10].
Los errores geopolíticos siempre se pagan, unos en el corto plazo y otros en el largo plazo: como el del zar ruso Alejandro II quien vendió en una bicoca el territorio ruso de Alaska a Estados Unidos cuando ese país y Rusia eran aliados hace 158 años. ¡Las enseñanzas del zoom de Cronos! No se diga el grave error más reciente de Gorbachov, cuya ingenuidad otorgó la oportunidad a la expansión irredentista de la OTAN y a su codicia ilimitada que pretendía integrar a Ucrania, lo cual puso en peligro existencial a la Rusia moderna.
Putin ha aprendido óptimamente esas dos trágicas lecciones.
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