Tres siglos de abuso de la burguesía catalana

El ministro de Hacienda catalán Laureano Figuerola (primero por la izquierda) creó la peseta

En Nacionalismo español y catalanidad (2017), reveladora aportación histórica en estos años de estomagante hegemonía nacionalista, Joan-Lluís Marfany desmonta el mito de la Renaixença (Renacimiento), kilómetro cero del catalanismo, cuando en 1833 Aribau publica su Oda a la patria. El poema vio la luz en El Vapor, diario en castellano defensor del proteccionismo para la industria catalana, identificada siempre como «industria nacional» (española, claro). En su investigación de casi mil páginas, el historiador afirma que los catalanes inventaron el nacionalismo español y combatieron al invasor napoleónico con vivas a Don Pelayo y al Cid; que el castellano era la lengua de ascenso social… Tan «incorrectas» afirmaciones hallaron poco eco en los medios de comunicación que subvenciona la Generalitat. Más allá de la «incorrección política» de Marfany, el silencio obedecía a la incapacidad de los historiadores del Régimen nacionalista para desmentir sus documentadas conclusiones.

Moraleja
Bajo la lírica capa de los Juegos Florales y la nostalgia de un pasado «romántico», el regionalismo que devino en nacionalismo y ahora en separatismo se vertebró por la avidez de caudales. Así lo ve también Jesús Laínz en EL PRIVILEGIO CATALÁN, compendio de trescientos años de negocio de la burguesía; desde los Decretos de Nueva Planta que ensalzaron Lázaro Dou y Antonio de Capmany, ilustres catalanes de las Cortes gaditanas olvidados por la historia oficial secesionista. A partir del demonizado Felipe V, aquel que en palabras de Vicens Vives desescombró «un anquilosado régimen de privilegios y fueros», Cataluña devino en «fábrica de España»; eso sí, con una generosa protección arancelaria legislada desde Madrid.

Cada vez que el librecambismo asomaba en el Diario de Sesiones, el victimismo catalanista ponía a prueba la estabilidad del gobierno español de turno. Laínz jalona esta «crónica del arancel» con citas tan ilustrativas como la de Stendhal. En 1839, el autor de LA CARTUJA DE PARMA fue turista en Barcelona y tomó nota. Los catalanes que admiran el Contrato social y predican «el beneficio de todos», los que se proclaman republicanos de pura cepa, «quieren leyes justas, con la excepción de la ley de aduanas, que debe estar hecha a su antojo… Es preciso que el español de Granada, Málaga o La Coruña no compre los tejidos de algodón ingleses, que son excelentes y cuestan un franco la vara, y se sirva de los tejidos catalanes, muy inferiores y que cuestan tres francos la vara». Opinión similar mantenía otro catalán maldito, Laureano Figuerola, el ministro de Hacienda que inventó la «peseta» —de peça en catalán—.

Cuba colonial
La «contracrónica» de los prodigios catalanistas transcurre en la Cuba colonial: muchos y conocidos apellidos burgueses contrarios a abolir la esclavitud. En el desastre del 98 sitúa Laínz la génesis del secesionismo: «De la noche a la mañana, para muchos catalanes Cuba había pasado de ser la odiada provincia separatista traidora a España a ser el modelo envidiado de la autonomía e incluso de la secesión…». Cubanofilia con la bandera «estelada» que diseñó Vicenç Albert Ballester en 1918.

Las poderosas razones de la burguesía condicionarán la política española del siglo XX: golpe de Primo de Rivera en 1923 con el apoyo de la Lliga para acabar con el anarquismo; el entusiástico manifiesto de apoyo a la sublevación de Franco con la flor y nata del catalanismo desmiente la lectura de la contienda civil como guerra contra Cataluña. Políticos clave del franquismo en todas sus etapas: Aunós, Carceller, Gual Villalbí, López Rodó, Samaranch… A modo de colofón, Laínz retrocede un siglo para recordar la célebre frase de Francesc Pujols: los catalanes, por el hecho de serlo, podrán ir por el mundo con todos los gastos pagados. La Cataluña separatista ha interpretado la boutade al pie de la letra.

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