¿Estamos mejor o peor?

En mi última serie de artículos he ido analizando los cinco experimentos que las sociedades occidentales están llevando a cabo como si fueran avances indiscutibles de la civilización, por lo que sus resultados no están siendo sometidos a un juicio objetivo. Estos experimentos, históricamente muy recientes, son el aumento desorbitado del tamaño del Estado; un endeudamiento gigantesco; un sistema económico-monetario que está minando la capacidad adquisitiva de la población; una democracia basada en el sufragio universal incondicionado y en el poder ilimitado de la mayoría (que paradójicamente está conduciendo a un grave retroceso de las libertades individuales); y el experimento de vivir sin Dios ni ley natural, lo que ha traído consigo profundas y destructivas transformaciones sociales.

Por su particularidad histórica, España ha sido un espejo privilegiado del efecto de estos cinco experimentos. En efecto, la dictadura franquista aisló a nuestro país de las tendencias de su entorno, por lo que los cambios provocados por estos experimentos se han mostrado aquí con mayor claridad al concentrarse en un período de tiempo más corto que en el resto de Occidente.

Comparemos dos fotos
Así, en este artículo —último de la serie— expondré un conjunto de indicadores que muestran la evolución de España en las últimas décadas como espejo de la evolución del mundo occidental. Con ellos trataré de comparar la foto de la España de hace 40 o 50 años con la de hoy. Las fechas de origen de la comparación serán variables, pues la historia de un país es una función continua y no discreta en función de quién lo gobierna. Algunas datan de mediados de los años 70; otras, de la etapa de la Transición o de la democracia con UCD y el PSOE en los años 80 y 90. Aunque ningún conjunto de indicadores puede retratar fielmente una realidad por definición compleja, ésta es una manera sencilla de comparar la España de antes con la de ahora. ¿Estamos mejor o peor?

Soy consciente de la dificultad de abordar objetivamente series largas en un país como el nuestro, inmerso en un constante proceso de revisionismo histórico por la obsesión de demonizar parte de nuestro pasado común. De hecho, la situación comienza a resultar tan grotesca que me recuerda a un dicho que se acuñó en Rusia tras la caída del comunismo, cuando las autoridades revisaron la historia económica oficial de la URSS para desmontar las falsedades de las estadísticas oficiales, en las que nadie creía. Las modificaciones que iban produciéndose llevó a los rusos, con su característico humor negro, a acuñar una frase: «El pasado es imprevisible».

Lo mismo ocurre en España, donde el contubernio político-periodístico de izquierdas lleva años haciendo algo similar, aunque con un objetivo opuesto: revisan el pasado, pero no para descubrir la verdad, sino para enterrarla. Al igual que el Ministerio de la Verdad de Orwell (1984), falsifican los acontecimientos históricos para que encajen con el relato político del presente. La consigna también es orwelliana: «La ignorancia es la fuerza». Por lo tanto, en España el pasado también es imprevisible.

Debo añadir que la crítica de la izquierda radical al franquismo no se basa en que fuera una dictadura, sino en que fuera una dictadura de derechas, que no es lo mismo, pues con las de izquierdas simpatizan e incluso cobran de ellas sin remilgos (luego quizá no se trate de una cuestión de libertades, sino de ideología).

Dicho eso, confío en que el lector sobrevuele sin problemas la enésima campaña de agitprop, que no deja de ser una cortina de humo anticorrupción. Como decía Revel, «los socialistas tienen una idea tan alta de su propia moralidad que, al oírlos, uno casi creería que, cuando se entregan a la corrupción, no es que su virtud quede empañada por haber sucumbido a la tentación, sino que, por el contrario, es la corrupción la que se transforma en algo honrado»[1].
[1] Jean-François Revel. El conocimiento inútil, cap. 9.

Indicadores económicos
Comencemos con unos cuantos indicadores económicos. He dividido los últimos 75 años de historia económica de España en tres períodos iguales de 25 años: de 1949 a 1974 (los 25 años del gran desarrollo económico hasta la crisis del petróleo); de 1974 a 1999 (período que coincidió con la Transición y la democracia bajo la peseta); y de 1999 a 2024 (el período del euro). Pues bien, estos son tres importantes indicadores económicos de cada período:

Observen los datos con atención. Como pueden ver, el PIB español per cápita creció entre 1949 y 1974 el triple que durante los primeros 25 años de democracia y el séxtuple de lo que hemos crecido bajo el euro. De hecho, durante ese período España fue el segundo país que más creció del mundo, y no sólo por ser pobre en el inicio, como suele decirse, puesto que si la condición necesaria y suficiente para crecer mucho fuera ser pobre no habría países pobres. Este espectacular crecimiento, fruto del esfuerzo y el sacrifico de la generación de nuestros padres y abuelos ―que se logró sin recurrir al endeudamiento público―, significa que en 1974 los hijos tenían una renta cuatro veces superior a la que habían tenido sus padres a su edad, lo contrario de lo que ocurre hoy. Asimismo, desde 1974 el paro se ha multiplicado por tres y la deuda pública por quince. De hecho, la España de la democracia ha tenido una tasa de desempleo medio del 16%, cuatro veces la que tenía en 1974. Por lo tanto, la consigna de que el régimen constitucional del 78 ha sido «el período de mayor paz y prosperidad de nuestra historia» es falsa. Sí ha sido, sin embargo, el período de mayor prosperidad para nuestra clase política, que nunca se ha visto en otra (quizá por ello ellos mismos inventaron la consigna).

El segundo indicador que quiero mostrarles es el de convergencia, que mide el acercamiento de la riqueza española a la media de países de nuestro entorno desde 1960 a la actualidad, esto es, el cociente entre la renta per cápita española y la renta per cápita de la OCDE[5]:


Los datos son, una vez más, contrarios a la creencia popular, que confunde crecimiento absoluto con crecimiento relativo. Como podrán observar, desde 1959 a 1974 la renta per cápita española creció mucho en términos relativos, pasando de un 65% a un 90% de la media occidental. Desde 1974 a 1998, sin embargo, la tendencia se frenó, formando una especie de catenaria. Durante los años de la burbuja (2000-2008) España mantuvo una renta per cápita de alrededor del 90% de la de los países de la OCDE, pero tras la explosión de la burbuja, cayó de nuevo y no ha vuelto a recuperarse. Esto significa que la renta per cápita de España comparada con la de los demás países desarrollados es hoy inferior a la que había en 1974, o sea, que en términos de convergencia no hemos avanzado nada en medio siglo.

Demos un tercer dato. Un indicador habitual de desarrollo económico de cualquier país es el número de vehículos matriculados. Pues bien, según la DGT, a pesar del aumento de la población adulta en España se matriculan hoy más o menos el mismo número de turismos que en 1990 (hace 35 años), mientras que el número de matriculaciones de motocicletas (vehículo típico de países subdesarrollados) se ha multiplicado por dos[6]. Aunque existan otros factores exógenos, esto suele ser un síntoma de empobrecimiento.

El último indicador económico que quiero ofrecer es el acceso a la vivienda. Según el Banco de España, en 1985 se necesitaban menos de tres años de renta bruta disponible de los hogares para pagar una vivienda. Hoy el coste medio de la vivienda equivale a casi ocho años de renta bruta disponible[7].

Indicadores sociales
Tras estos indicadores económicos, me gustaría presentar unos cuantos indicadores sociales. Siendo la familia el núcleo básico de la sociedad, el primero que quiero traer a colación es la tasa de divorcios (número de divorcios por cada 1.000 habitantes), dato relevante por el enorme sufrimiento personal y disrupción social que causan. Vean su evolución desde 1981, año en que se aprobó la ley de divorcio bajo la UCD con una votación parlamentaria bastante ajustada (162 votos a favor, 128 en contra), detalle —hoy olvidado— que muestra un apoyo al divorcio bastante tibio por parte de la clase política y de la sociedad de aquel entonces[8]:


Como verán, en los primeros años la tasa se mantuvo más o menos constante; luego comenzó una suave subida hasta 2004 (línea vertical roja), cuando se produjo un gran salto que multiplicó la tasa de divorcios por 2,5 en un solo año. La razón fue la ley de divorcio exprés Zapatero-Rajoy, que eliminó los trámites dilatorios que daban un tiempo prudencial para facilitar la reconciliación y evitar que los matrimonios tomaran decisiones irreversibles en caliente. ¿Por qué la llamo ley Zapatero-Rajoy si la aprobó Zapatero? Porque cuando Rajoy llegó al gobierno con mayoría absoluta no la modificó ni la derogó salvo para facilitar el divorcio aún más, de modo que en ciertos casos no hiciera falta ir al juzgado sino al notario. En España se producen hoy 5 rupturas por cada 10 matrimonios que se celebran.

El segundo indicador que quiero presentar es la evolución del número de abortos desde la aprobación de la primera ley del aborto en 1985. Se trata del dato más horroroso e impactante de todos, del que me cuesta hacer algún comentario[9]:


El tercer indicador es la evolución de la natalidad extramatrimonial, es decir, el número de hijos que nacen fuera del matrimonio. En 1980 menos del 4% de los hijos nacían fuera del matrimonio; hoy la cifra es del 50%[10]:


El siguiente indicador es la edad media a la que se casan hombres y mujeres. Hoy los españoles se casan casi 13 años más tarde de lo que se casaban en 1980. El aumento responde a varios motivos, entre los que está el miedo al compromiso, la generalización del concubinato y los obstáculos económicos, especialmente el acceso a la vivienda[11]:


El siguiente indicador que quiero mostrarles es la tasa de fecundidad, esto es, el número de hijos que tiene de media cada mujer en edad fértil. España es el 7º país con menor tasa de fecundidad del mundo[12]. Dicho de otro modo, el pueblo español va camino de convertirse una especie en peligro de extinción:


Esta caída de la fecundidad se ha reflejado en la pirámide demográfica. En 1975 el 27% de la población eran niños menores de 14 años; hoy suponen sólo el 13%. De igual modo, en 1975 sólo el 10% de la población era mayor de 64 años; hoy es más del 20%, proyectándose que en 2050 constituirán el 31% de la población (casi uno de cada tres ciudadanos)[13]. Esto convertirá a España en uno de los países más envejecidos del mundo y supondrá la quiebra segura del sistema público de pensiones.

Otro indicador más es la criminalidad. Aunque España siempre ha sido un país seguro y con tasas de homicidio muy bajas (salvando la etapa del terrorismo vasco de ultraizquierda de ETA), la criminalidad ha aumentado significativamente en los últimos 50 años. Como consecuencia de ello, la población reclusa ajustada a población es tres veces la que había en 1974 (año anterior a la amnistía) a pesar de existir leyes mucho más laxas. En efecto, en 1974 había 14.700 reclusos en nuestro país[14], mientras que en 2024 esta cifra había aumentado a 59.226 reclusos[15]. Este aumento de la criminalidad se ha producido a pesar del aumento en el número de miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, pues en esto España también es diferente: en democracia hay muchos más policías que había en la dictadura. En efecto, en 1970 había 250 policías por cada 100.000 habitantes y hoy hay 500 por cada 100.000 habitantes, es decir, el doble, y si contamos los vigilantes de seguridad privada (inexistentes en 1970), más del triple[16].

Por otro lado, la tasa de suicidios (ajustada a población) se ha multiplicado por más de dos desde 1975. En efecto, en 1975 se suicidaron en España 1.366 personas, lo que supuso una tasa de suicidios de 3,8 por 100.000, mucho menor que la media de suicidios a nivel mundial de aquella época (12 por 100.000[17]. En 2023 ―último año con datos definitivos― se suicidaron en España 4.116 personas, lo que supone una tasa de suicidios de 8,6 por 100.000, es decir, más del doble que hace cincuenta años.

El último indicador social que quiero comentar tiene que ver con esa nueva epidemia social que es la soledad. En 1990, sólo el 10% de los hogares era unipersonal. Hoy la cifra se acerca al 30%[18].

Ésta es la evolución de España en las últimas décadas, que refleja en mayor o menor medida la evolución de Occidente bajo los cinco experimentos. Ya sólo me resta preguntarles de nuevo: ¿estamos mejor o peor?

La mentira como arma de gobierno.

Las autoridades francesas acaban de conmemorar los atentados perpetrados en París el 13 de noviembre de 2015, pero el expresidente francés Francois Hollande y otros dirigentes del país siguen haciendo todo lo posible por esconder a sus conciudadanos la verdad sobre aquellos hechos. Así logran ocultar sus propias faltas. Al privar a los franceses del acceso a la verdad, también los privan de la posibilidad de sobreponerse al drama.

La ceremonia conmemorativa organizada en el parque Saint-Gervais

Francia es un país muy extraño. Para adormecer a la población aletargada, sus gobiernos adoran celebrar las desgracias nacionales. Así que, el 13 de noviembre de 2025, Francia conmemoró el 10º aniversario de la derrota que sufrió el 13 de noviembre de 2015, cuando grupos de terroristas asesinaron 131 personas e hirieron a otras 413 en 6 ataques perpetrados en diferentes lugares de París, contra el teatro Bataclan, el Estadio de Francia y varios cafés parisinos.

En su alocución conmemorativa, el presidente de Francia, Emmanuel Macron declamó «esta pregunta dolorosa: ¿Por qué? Uno quisiera encontrar un sentido a lo sucedido. (…) No, no tiene sentido, no hay algo que justifique este dolor. No lo habrá nunca».

Es una terrible mentira que impide a todos los que sufrieron en carne propia aquellos atentados hallar la paz. Sí, aquellos atentados tenían un sentido, pero nuestros dirigentes optaron por escondérnoslo para no tener que reconocer sus propias culpas.

Como siempre, para entender lo sucedido aquel día, hay que examinar primero el contexto alrededor de los hechos. En febrero de 2011, la Francia del presidente Nicolas Sarkozy quiso implicar a Turquía en la guerra de Occidente contra Libia, a pesar de que este último país era el segundo socio comercial de Turquía. París logró que Ankara movilizara contra Muammar el-Kadhafi la tribu de los misrata, que se compone de descendientes de soldados del ejército otomano. A cambio, el gobierno de Francia se comprometió a desplazar la minoría kurda de Turquía. Los ministros de Exteriores de la época, el francés Alain Juppé y el turco Ahmet Davutoglu, firmaron un acuerdo en ese sentido. Aquel acuerdo estipulaba que se crearía un Estado kurdo fuera de Turquía, en suelo sirio —Siria había acogido gran cantidad de kurdos turcos en los años 1980. La existencia de ese plan se desconoce en Francia, pero en aquella época la prensa argelina lo publicó bajo la denominación de «Plan Azul».

Después de haber implicado a Francia en la operación de Occidente contra Libia y más tarde en la guerra, también de Occidente, contra Siria, el presidente Sarkozy cambió de opinión, en febrero de 2012, al parecer cuando comprendió que estaba alimentando un horrible derramamiento de sangre. Sus «amigos estadounidenses» se ocuparon entonces de hacer fracasar su intento de lograr un segundo mandato presidencial y pusieron en la presidencia de Francia a Francois Hollande, quien reactivó inmediatamente la guerra contra Siria organizando en París, junto con la secretaria de Estado Hillary Clinton, la 3ª reunión del «Grupo de Amigos de Siria», el 6 de julio de 2012.

Los servicios de comunicación de la presidencia de Francia retiraron de su portal los videos de la 3ª reunión del «Grupo de Amigos de Siria» cuando observamos, desde «Red Voltaire», que el presidente Francois Hollande expresaba una especial amistad hacia el yihadista Abou Saleh, quien había presidido el tribunal de la shariah que condenó a muerte numerosas personas en el Emirato Islámico implantado en Baba Amor, en la ciudad siria de Homs. En esta foto oficial aparece Abou Saleh sentado (a la extrema derecha), en el lugar de honor que le asignó el servicio de protocolo de la presidencia de Francia, a pesar de que el presidente Hollande sabía que aquel personaje había ordenado un gran número de decapitaciones en Homs.

El 31 de octubre de 2014, durante la visita oficial del entonces primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, en París, el presidente francés Hollande organizó en el Palacio del Elíseo un encuentro secreto con el copresidente de los kurdos de Siria, Salih Muslim. Erdogan y Muslim se pusieron entonces de acuerdo sobre la aplicación del proyecto Juppé-Davutoglu para la creación de un Estado kurdo en suelo sirio.

Pero, durante la batalla de Kobane, Estados Unidos apoyó al PKK [la organización independentista de los kurdos de Turquía que en Siria se hacía llamar YPG]. Fiel a sus «amigos estadounidenses», el presidente Hollande recibió entonces en París, el 8 de febrero de 2015, a la copresidente de los kurdos de Siria, Asya Abdullah, fiel al líder histórico de los kurdos de Turquía Abdullah Ocalan y la comandante Nesrin Abdullah, quien se presentó en el palacio presidencial de Francia en uniforme de combate. El otro copresidente de los kurdos de Siria, Salih Muslim, único dirigente kurdo favorable a la creación de un Estado kurdo en suelo sirio, no fue invitado a participar en la nueva reunión.

El 8 de febrero de 2015, el presidente francés Francois Hollande recibe en la presidencia de la República a los dirigentes del YPG (la rama siria del PKK kurdo). Obsérvese que, ignorando las normas del protocolo, la comandante Nesrin Abdullah se presentó en el Palacio del Elíseo en uniforme de combate.

El 20 de julio se produce la primera reacción de Recep Tayyip Erdogan: un ataque terrorista de Daesh[1] contra una manifestación de la minoría kurda en la ciudad turca de Suruc, en la región de Anatolia. Y el 13 de noviembre le tocará a Francia sufrir el ajuste de cuentas por haber traicionado a Erdogan.
[1] Daesh es la denominación peyorativa, en árabe, de la organización terrorista conocida en Occidente como Estado Islámico, también designada con las siglas ES, IS o ISIS. Nota de Red Voltaire.

Es importante entender que Francia había cometido el error, en primer lugar, de comprometerse a desplazar la minoría kurda de Turquía hacia Siria para crear un «Kurdistán» en el norte de este último país. Y después cometió el error de renunciar a ese compromiso. Erdogan, fiel a sí mismo, reaccionó organizando el ajuste de cuentas: primero un gran atentado terrorista contra los kurdos turcos en Suruc (34 muertos y 104 heridos) y después las acciones terroristas que ensangrentaron París (113 muertos y 413 heridos).

Pero la historia no termina ahí.

La policía francesa logró identificar y localizar algunos «terroristas», que fueron arrestados en Saint-Denis, cerca de París, y logró impedir un atentado en el barrio parisino de La Defense. Pero el «equipo» adverso se reorganizó y Erdogan ordenó una segunda ola de atentados en Bruselas, la capital de Bélgica.

Para entonces, el dirigente turco ya ni siquiera se tomaba el trabajo de disimular. El 18 de marzo de 2018, en la conmemoración de la batalla de los Dardanelos, Erdoğan amenazó directamente a la Comisión Europea, que había recibido varios representantes de los kurdos fieles a Abdullah Öcalan: «Lanzo un llamado a los Estados que abren los brazos (al PKK), que de forma directa o indirecta apoyan las organizaciones terroristas. Ustedes están alimentando una serpiente en su cama. Y esa serpiente que ustedes alimentan los puede morder a ustedes en cualquier momento».

Cuatro días después, el 22 de marzo, el mismo «equipo» que había actuado en París perpetraba los atentados que ensangrentaron el aeropuerto de Zaventem y la capital de Bélgica (35 muertos y 340 heridos).

Mohamed Abrini, «el terrorista del sombrero», participó en los atentados perpetrados en Francia y en Bélgica. Fue juzgado en París sin que nadie le preguntara por sus relaciones con el MI6 británico, el servicio de inteligencia occidental que supervisaba a los yihadistas.

Es muy probable que usted no sepa, amigo lector, que uno de los terroristas que participó tanto en los atentados de Francia como en los de Bélgica, Mohamed Abrini, «el hombre del sombrero», era… un informante del MI6 británico[2]. Antes de los atentados, Mohamed Abrini avisó a sus jefes en Reino Unido —que, por principio, apoyaba a Turquía— pero no avisó a las autoridades de Francia ni a las de Bélgica.

Y si no hubo una tercera ola de atentados fue porque Estados Unidos impuso que «Rojava» (nombre dado en Occidente a la región de Siria que los mercenarios kurdos se habían apropiado con ayuda de Francia) nunca sería un Estado independiente sino sólo una «región autónoma». De esa manera, los turcos pudieron darse por satisfechos —ya no tenían a los kurdos del PKK en Turquía— y los franceses podían afirmar que habían mantenido su promesa… más o menos.

En 2021-2022, se organizó en París un largo juicio, de 10 meses, contra los terroristas sobrevivientes. Francois Hollande participó como testigo… sin mencionar ni por un segundo su propia responsabilidad política y sin que alguno de los magistrados lo interrogara al respecto.

Nuestros dirigentes no asumen su propia responsabilidad ante la Nación.

En París se abrirá un museo sobre el terrorismo. Y será un fracaso porque, según se anuncia, su misión será «dar un sentido a los sufrimientos de las víctimas proponiendo claves para la comprensión de una historia que no ha terminado». O sea, la misión de ese museo sería ofrecernos las claves que nuestros irresponsables políticos se han empeñado en mantener ocultas.

En todo caso, el terrorismo, ya sea fruto de la acción de individuos aislados, de grupos o de Estados, no es un hecho en sí. Es un método de combate que pueden practicar todas las organizaciones militares, sin excepción, incluso los ejércitos regulares.

En 2001, después de los atentados en Nueva York y contra el Pentágono, el presidente estadounidense George W. Bush declaró la «guerra al terrorismo» y, bajo el pretexto de aniquilar el terrorismo, convirtió el mayor ejército del mundo en una banda de criminales que practicaba la tortura a gran escala.

Cada vez que se usa la palabra «terrorismo» se corre el riesgo de reaccionar sólo desde la emoción, sin entender lo que realmente está en juego.


La fórmula geoestratégica rusa de la victoria.

En el mundo actual se han perdido los puntos de referencia, se ha difuminado la memoria histórica y se ha socavado la relación entre el individuo y el Estado. El progreso ha degenerado en retroceso: las tecnologías someten a la personalidad a la lógica de las máquinas, convirtiendo al individuo en un instrumento, y la difusión de prácticas democráticas sin fundamento espiritual da lugar a un nuevo totalitarismo, precisamente aquello contra lo que advertía Dostoievski en La leyenda del Gran Inquisidor.

En la tectónica de los cataclismos, el pensamiento ruso propone una estrategia diferente: la creación de una síntesis del potencial espiritual, cultural y militar como base del Estado y del pueblo. La medida interna, la continuidad histórica y el núcleo moral se convierten en el centro de la organización de la sociedad, la personalidad y el poder. Solo la preservación del núcleo espiritual y cultural garantiza la auténtica integridad nacional, cuya pérdida amenazaría la existencia misma del Estado como civilización, su imperio inmanente del espíritu. «Y hacia la vida de los primeros salvajes volará el sueño de los descendientes…», profetizó acertadamente Velimir Jlébnikov.

El centro principal de la estrategia rusa para la victoria es la personalidad. No es un objeto de control ni un recurso, sino portadora del espíritu, la conciencia y la memoria histórica. «El hombre es la medida de todas las cosas» (Protagoras, «Apología de Platón»). La pérdida de esta conexión conduce a la desintegración interna y al caos, no al progreso. La era tecnológica crea la ilusión del control: la responsabilidad se sustituye por un algoritmo, la personalidad por un perfil. El individuo sin disciplina espiritual y conciencia histórica deja de ser sujeto de la historia y la estatalidad. La victoria rusa es imposible sin la unidad, la acción coordinada de la persona y el Estado, donde la verticalidad del poder protege el espíritu del pueblo y el pueblo fortalece el Estado a través de la responsabilidad y la comprensión de su misión. El Estado sin apoyo espiritual se convierte en un mecanismo muerto, la espiritualidad sin Estado carece de fuerza para realizarse.

La cultura, la educación y la fe forman un sistema trino de estabilidad estratégica. Establecen un horizonte a largo plazo en el que se forma el sentido, la disciplina y el equilibrio interno. En la era de las guerras híbridas, el principal objetivo del ataque no es el ejército, sino la conciencia; no es la frontera, sino la identidad. Por lo tanto, la protección de la cultura y la memoria histórica no es una tarea humanitaria, sino defensiva. La formación de un portador de sentido, una personalidad capaz de distinguir la verdad de la imitación, es un elemento clave de la defensa espiritual y civilizatoria.

El espacio informativo es el campo de batalla moderno. Requiere una gestión estratégica comparable en importancia a la militar. El control del sentido se convierte en una forma de superioridad estratégica. No gana el que habla más alto, sino el que mantiene la calma interior, la capacidad de concentrarse y la fe en la rectitud de su camino.

Rusia debe construir una defensa estratégica no solo en el perímetro de sus fronteras, sino también en la conciencia. En esta defensa, lo decisivo no es el arma, sino la voluntad; no es la cifra, sino el espíritu. La función catejónica del Estado es mantener el eje del mundo, preservar la proporcionalidad y la mesura en condiciones de caos global. Rusia no es solo un participante en el multipolarismo, es su arquitecto, que establece el equilibrio entre las civilizaciones.

El multipolarismo contemporáneo no ha adquirido una forma definitiva: Rusia desempeña en él el papel de centro de contención, que no permite que el caos destruya definitivamente el tejido histórico del mundo. El katechon es un mecanismo estratégico de contención no solo del colapso físico, sino también del colapso conceptual. Une el poder y la fe, el orden y la voluntad, la historia y el futuro.

Hoy en día se libra una guerra de destrucción contra Rusia mediante el agotamiento, un intento de anular su esencia conceptual. La respuesta a esto es la creación de un sistema autónomo de espíritu y estrategia: consolidación ideológica, movilización cultural, restablecimiento de la conexión orgánica entre el Estado, el pueblo y la Iglesia. Esta verticalidad no es represiva, sino que da sentido, capaz de integrar fuerzas heterogéneas en una voluntad única.

El significado principal de la Victoria no debe ser el petróleo, sino el espíritu. La disciplina es la forma de este espíritu en acción. Cuando se une a la memoria cultural y al orden estatal, se produce un efecto de invulnerabilidad estratégica.

La victoria rusa no es la suma de pequeñas victorias en el campo de batalla, sino la afirmación de una unidad civilizatoria. Rusia debe ser no solo una potencia, sino también un territorio de significados y una medida de equilibrio histórico. Su misión es evitar la desintegración definitiva del mundo, restablecer el equilibrio y transformar el caos en orden mediante la disciplina del espíritu.

La armonización del mundo no es una abstracción, sino una estrategia. Requiere que Rusia sea capaz de pensar en términos de integridad, de ver cada acción —diplomática, militar, económica— como parte de la defensa espiritual y civilizatoria. Esta defensa no copia modelos ajenos, sino que se basa en la propia tradición, donde la fe forma la voluntad, la voluntad forma el orden y el orden forma la victoria.

El mundo ha entrado en una fase de ruptura estratégica. El americanocentrismo está perdiendo estabilidad y el multipolarismo aún no ha tomado forma. En este intervalo, Rusia actúa como un factor de contención, un katechon capaz de restablecer el equilibrio de fuerzas y significados. Allí donde Leviatán impone el caos, el katechon establece el orden. Allí donde la voluntad ajena busca someter, Rusia conserva la capacidad de actuar desde su propio centro.

En condiciones de superioridad numérica y, en gran medida, tecnológica del enemigo, la calidad de la organización interna, la disciplina moral y la cohesión ideológica se vuelven decisivas. La compensación de la desventaja cuantitativa se logra mediante la integración del poder espiritual y material. La armadura del espíritu debe estar por delante de la armadura de acero, de lo contrario, cualquier tecnología se convierte en un blanco.

Rusia no vence por su número, sino por su estructura fusionada de voluntad, fe y orden. Cuando el pueblo, el Estado y el ejército se unen con un objetivo común, se produce un efecto sinérgico en el que incluso los recursos limitados actúan como una totalidad estratégica. Esta es la fórmula de la sostenibilidad: la victoria a través de la cohesión colectiva, y no a través de la destrucción.

Ganar en el mundo moderno significa mantener el sentido, no permitir que el caos se convierta en la norma. En esto consiste la esencia profunda de «La armonización del mundo mediante la defensa espiritual y civilizatoria de Rusia» (Donizdat, 2024), una estrategia en la que el poder espiritual se convierte en arma y el orden del espíritu, en sistema de defensa.

Rusia no busca la confrontación, sino que restaura el equilibrio quebrantado. La destrucción del enemigo no es un objetivo, sino un instrumento para restaurar el orden. La victoria de Rusia es el retorno de la mesura y la proporcionalidad. No es el final, sino el comienzo de un nuevo ciclo, donde el espíritu determina la fuerza y la fuerza consolida el espíritu. Porque está escrito: «En aquel día Jehová castigará con su espada dura, grande y fuerte al leviatán serpiente veloz, y al leviatán serpiente tortuosa; y matará al dragón que está en el mar». (Isaías 27:1).

Así se cierra el círculo: del caos al orden, de la amenaza externa a la fortaleza interna. La victoria rusa no es un episodio ni una reacción, sino un estado estratégico en el que el país conserva su forma civilizatoria, su elevación espiritual y su capacidad de imponer al mundo la norma del bien obligatorio en el marco de la misión catejónica de oponerse a la legión de la diabólica, que se cierne sobre Moscú con la intervención de la guerra psicológica, como advertían los «Huevos fatales» de Bulgákov.

Imaginemos un desarrollo hipotético de los acontecimientos: Europa, agotada por el apoyo prolongado a Ucrania y bajo la presión de sus propias crisis internas, decide utilizar tácticamente armas nucleares contra la Federación Rusa. Estados Unidos decide distanciarse, destinando recursos al apoyo material de Kiev y a la recuperación financiera interna. En respuesta, Rusia utiliza de forma limitada medios nucleares tácticos: comienza un intercambio de golpes, pero cada parte se esfuerza por mantener el conflicto dentro de los límites del «uso limitado». Sin embargo, en las culturas de pensamiento estratégico de la OTAN-Europa y Rusia se ha señalado desde hace tiempo que este tipo de conflictos rara vez se mantienen dentro de unos límites. Como señalan los expertos de RAND, «el punto de partida… siete escenarios posibles… incluyen condiciones en las que Rusia podría emplear armas nucleares estratégicas no convencionales» (rand.org)(1).

Inmediatamente después de la primera acción nuclear, Europa se ve conmocionada: las ciudades e infraestructuras clave quedan devastadas, cunde el pánico entre la población y los líderes políticos pierden el control de la situación. Los mercados financieros se derrumban, las cadenas logísticas se rompen, la industria se ralentiza. Los documentos analíticos occidentales afirman: «el riesgo de percepciones erróneas y malentendidos… podría conducir a una escalada entre Estados Unidos y Rusia» (frstrategie.org)(2). Rusia, por el contrario, moviliza sus reservas profundas: los puestos de mando dispersos, la profundidad territorial, la alta moral y la voluntad histórica se convierten en factores de estabilidad estratégica. El bloque euroatlántico se encuentra atrapado entre la imposibilidad de continuar la guerra en las condiciones anteriores y la imposibilidad de retirarse sin perder legitimidad. En el informe del Institut Montaigne se indica: «la moderación de Occidente… envía un mensaje indeseado a Rusia y al resto del mundo: una potencia nuclear puede llevar a cabo operaciones militares a gran escala durante semanas a las puertas de la OTAN y disfrutar de una especie de inmunidad» (Institut Montaigne)(3).

A medio plazo, el sistema de seguridad global está entrando en una fase de crisis: se ha superado la frontera nuclear y se ha perdido la estabilidad anterior. La confianza entre los Estados está decayendo, los acuerdos bilaterales y multilaterales sobre control de armamento se están desmoronando. La defensa europea se encuentra en una situación crítica: un estudio muestra que «la desconexión abrupta de CRINK… la movilización industrial de defensa… están en gran medida descarriladas» (arXiv)(4). En este momento, Rusia se presenta como un centro de estabilidad fuera de Occidente: los aliados de Europa se están rompiendo, los recursos se están agotando y Moscú ofrece una alternativa: mantener la influencia y garantizar la seguridad a través de su propio contorno civilizatorio.

A largo plazo, se están formando las siguientes tendencias. En primer lugar, Europa está perdiendo su capacidad de defensa autónoma y se ve obligada a capitular en dependencia o a llevar a cabo una profunda reorientación hacia la conciencia estratégica. En segundo lugar, la multipolaridad comienza a tomar forma: la metodología occidental de dominación ha quedado desacreditada y los nuevos centros de poder presentan sus propios modelos. Las investigaciones científicas indican que «la desestabilización nuclear… aumenta el riesgo del primer uso de armas en conflictos regionales» (csis.org)(5). Rusia, en su función de katechon —mantener el orden—, se convierte en el pilar de la nueva arquitectura de seguridad. En el espacio europeo surge la imagen de un Estado capaz de resistir el golpe, mantener la disciplina interna y su misión histórica.

Según esta lógica, la victoria no es la destrucción del enemigo, sino la capacidad de preservar tu sistema, voluntad e identidad. Es aquí donde se manifiesta la fórmula rusa: la cohesión colectiva, la disciplina y la continuidad histórica se convierten en el equivalente del poder. Europa, que ha perdido sus puntos de referencia, comienza a desintegrarse política y socialmente; Rusia, que ha conservado su núcleo, se convierte en la medida de un nuevo equilibrio. Para el mundo, este escenario significa el fin del antiguo modelo de dominación y el comienzo de un período en el que la seguridad no solo viene determinada por el armamento, sino también por la estabilidad de los sistemas, la capacidad de resistencia y las raíces civilizatorias que perduran.

En conclusión, se puede afirmar que si Europa da un paso hacia la confrontación nuclear, el intercambio de golpes tácticos se convertirá en el catalizador de la transición de la estabilidad postguerra fría a una era secular de caos o reestructuración. En este contexto, Rusia no es solo un participante, sino el arquitecto de un nuevo ciclo. Su fuerza no reside en la destrucción externa, sino en la cohesión interna. «La estrategia actual de Occidente apunta implícitamente a crear las condiciones para una lenta no victoria rusa» (Institut Montaigne)(6); sin embargo, en nuestro escenario se da una dinámica inversa: Rusia convierte la crisis de la seguridad mundial en una oportunidad para su victoria civilizatoria.

Sin embargo, cabe esperar que, incluso en el borde mismo del embudo absorbente de la confrontación nuclear a través de Europa, Trump pueda dar «la retirada» a sus vasallos, los agresores europeos, frenando su impulso hacia un enfrentamiento directo con Rusia. En este caso, se restablece el equilibrio estratégico, la crisis pasa y el espacio internacional vuelve a trayectorias más predecibles. La estabilidad civilizatoria de Rusia, su cohesión interna y su capacidad para mantener el centro de poder vuelven a manifestarse como un factor determinante de la estabilidad global. Como escribí en un poema juvenil: «… La historia, en espiral hacia atrás, lo arrastra todo como un cangrejo, y la humanidad renacerá de nuevo con una mezcla de carne…». Esta imagen refleja con precisión la ciclicidad de las grandes crisis y la capacidad de una civilización fuerte y disciplinada para superarlas, conservando su centro y su misión histórica.

«Cualquiera con celular, medicinas (¡sic!) y alimentos tiene un ‘pedazo de Israel’»: Netanyahu.

Hasta la fecha, se desconoce si Benjamin Netanyahu inventó una noticia falsa o reveló una capacidad del Mossad. Sin embargo, su acusación es significativa: que Israel supuestamente había colocado trampas explosivas en teléfonos móviles de todos los países del mundo, tal como lo hizo con los buscapersonas de Hezbolá.


A mediados de septiembre[1]en un encuentro con legisladores de Estados Unidos en Jerusalén, el primer ministro Netanyahu les inquirió: «¿Tienen teléfonos móviles? (…) Están sosteniendo un pedazo de Israel ahí mismo. Me refiero a que muchos de los teléfonos móviles, medicamentos, comida, ¿saben dónde se producen? (…) Somos bastante buenos produciendo armas, así como espiando. Compartimos ambas cosas con Estados Unidos, una buena parte de su espionaje es nuestro».

Sobre las «medicinas» baste rememorar la santa alianza durante el covid con su correligionario Alberto Bourla, jerarca de Pfizer (BlackRock es su principal accionaria) quien proveyó la «vacuna sionista»[2]. Le faltó agregar su obsesión por el control global del agua mediante la empresa estatal israelí Mekorot, muy bien posicionada en México[3].

La bravata de Netanyahu fue interpretada como la militarización (weaponization) de teléfonos celulares, medicinas (¡mega-sic!) y alimentos: la disuasiva capacidad de sabotaje global de Israel con su red de espionaje Pegasus/Candiru[4].

Un mes más tarde, Zhu Xiaoji exigió «frenar la conexión de la tecnología al carruaje de los juegos geopolíticos»[5], en alusión a la apocalíptica intimidación de Netanyahu. Según Zhu Xiaoji, la «intención de Israel es exhibir sus logros tecnológicos y asentar que los teléfonos celulares en el mundo (¡megasic!) dependen de la tecnología israelí» cuando la angustia planetaria se debe a la «militarización de los dispositivos de comunicación de Estados Unidos y otros países occidentales» con el fin de «preservar su hegemonía digital».

Mes y medio después de la bravata cibernética de Netanyahu, el ex director del Mossad, Yossi Cohen se jactó de que Israel ha desplegado una red de espionaje y sabotaje global (¡megasic!) que usa equipos manipulados con trampas explosivas y espionaje[6]: se trata de «un sistema de gran alcance de hardware comercial (sic) comprometido que se utiliza para recopilar información o, en algunos casos, causar daños físicos».
[6] «Ex-Mossad chief, behind ICJ blackmail campaign, brags Israel has installed a global sabotage network», Middle East Monitor, October 30, 2025.

Al respecto, el ex-director de la CIA Leon Panetta comentó que «la capacidad de colocar explosivos en dispositivos tecnológicos de uso común y convertirlos en herramientas de una guerra terrorista es realmente alarmante. Se trata de una nueva forma de guerra»[7]: Una «sofisticada barbarie»[8].
[7] «Ex-CIA director: Pager bombings in Lebanon a form of terrorism», Middle East Monitor, September 24, 2024.

Según Yossi Cohen, la técnica (sic) está incrustada en «todos (sic) los países que puedas imaginar». Pregunta tonta: ¿estará México? Yossi Cohen agregó que la técnica «se originó con la conversión en armas de los equipos de comunicaciones utilizados por los combatientes de Hezbolá, concretamente buscapersonas (beepers) modificados para funcionar como herramientas de vigilancia remota o dispositivos explosivos: «Si los adversarios están comprando equipos, Israel debe intervenir infiltrándose en su cadena de suministro y explotándola».

Yossi Cohen confesó que «el concepto fue refinado y escalado globalmente después de haber sido experimentado profundamente durante la Segunda Guerra del Líbano de 2006». Ya para la guerra de 2024, Israel decapitó a toda la cúpula de Hezbolá. Nada de que asombrarse del Mossad cuyo lema, inspirado en Proverbios 24:6, es: «Mediante el engaño (sic) participarás en la guerra», lo cual explayó el ex-espía («katsa») del Mossad, Victor Ostrovsky, en su libro Mediante el engaño.

Una de las primeras tácticas de su desinformación (técnica Hasbará) enmarca la narrativa desde el inicio con la «posesión de la primera palabra»: adelantarse a los hechos mediante engaño y fake-news[9]. Dejo de lado la maligna operatividad de Israel, país genocida y paria, con sus empresas lucrativas de venta de armas —Israel Weapon Industry (IWI)/SK Group,Elbit Systems e Israel Aerospace Industries— ¡Todo un tema!

¿Cómo responderán los BRICS?[10]. Por lo pronto, Rusia, China y Brasil prohibieron los celulares instalados con «spyware imposible de eliminar».

Rusia, Occidente y el futuro multipolar.

La guerra de Ucrania no es la guerra de Putin. Es la guerra del pueblo ruso. Y se librará hasta la victoria final total. No se hagan ilusiones. Existe una transición irreversible de la unipolaridad (el globalismo, la hegemonía liberal occidental) hacia la multipolaridad.

Pero la transición irreversible de la unipolaridad (el globalismo, la hegemonía liberal occidental) hacia la multipolaridad no será fácil. Pasa por conflictos y guerras porque los defensores de la unipolaridad pagaran cualquier precio para que no se produzca de forma pacífica.

El pueblo ruso comprende muy bien la verdadera naturaleza geopolítica y profunda de la guerra en Ucrania. Dudo que los occidentales comprendan igual de bien cómo y por qué las élites liberal-globalistas quieren utilizarlos en la guerra contra Rusia.

La guerra en Ucrania no depende de quién esté realmente en el Kremlin. En cualquier caso, se librará hasta el final.

Veo algunos indicios de que Occidente está empezando a abandonar a Zelensky. Quizás la UE permita que Rusia gane en Ucrania para mostrar a sus sociedades lo peligrosa que es Rusia y facilitar así la preparación para la próxima guerra.

Es difícil que la próxima guerra con la UE sea una prolongación de la actual. Parece que la UE aún no está preparada. Necesita algunos años y algunos cambios políticos, económicos e ideológicos muy importantes. Por lo tanto, puede haber un lapso de tiempo.

Si ese lapso de tiempo no es una paz negociada por Trump, solo puede ser una victoria rusa a gran escala en Ucrania. Es difícil que Estados Unidos inicie una guerra nuclear, y la UE tampoco está preparada para una guerra total con nosotros. Por lo tanto, preveo un período de tiempo en el que tomaremos un control mucho más amplio del territorio ucraniano (= ruso).

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

La RAND Corporation exhorta a estabilizar las relaciones entre Estados Unidos y China.

Aunque las fanfarronadas del presidente estadounidense Donald Trump logren disimular ante la opinión pública occidental el desmoronamiento generalizado de su país, ese engaño se hace imposible cuando el auditorio se compone de expertos militares. De hecho, la RAND Corporation acaba de lanzar una seria advertencia sobre las consecuencias que tendría un enfrentamiento militar con China o con Rusia… o con esas dos potencias a la vez. Dicho claramente, es hora de poner los pies en la tierra y de estabilizar las relaciones entre los Grandes.


El diario The Indian Express sigue pendiente de un «G2» entre China y Estados Unidos[1], mientras Trump intenta seducir a cinco países de Asia Central. Según TASS, la OTAN reduce sus tropas en su flanco oriental, conforme Washington realiza una cumbre con 5 líderes de Asia Central bajo el formato C5+1 (Kazajstán, Uzbekistán, Kirguistán, Tayikistán y Turkmenistán+Estados Unidos)[2], lo cual no le quita el sueño al portavoz del Kremlin Dimitri Peskov[3], quien enfatizó la «cercana relación y los procesos avanzados de integración con sus vecinos de Asia Central, tanto en la Unión Económica Euroasiática como en la Comunidad de Estados Independientes».

Trump está interesado en los recursos de Asia Central, especialmente en sus tierras raras, cuando intenta colocarse como cuña en el patio trasero de Rusia y China, mientras Pekín y Moscú blindan, cada quien a su manera, a Venezuela frente a las amenazas estadounidenses de invasión. Existen resultados en el corto plazo —como el fallido «G2» de Trump y Xi en Busan que, al contrario, consolidó aún más el G2 de Rusia y China[4]—, así como se proyectan esquemas de mediano plazo por los think-tanks de las superpotencias, como es el caso del muy cotizado think-tank RAND Corporation, que desde el 14 de octubre pasado había llegado a la conclusión de que Estados Unidos es incapaz de propinarle una derrota estratégica decisiva a China, por lo que recomienda otro abordaje político: «Estabilizar la rivalidad entre Estados Unidos y China», cuyo autor principal es el conocido Michael Mazarr[5]

RAND Corporation aduce que «la rivalidad geopolítica entre Estados Unidos y China conlleva riesgos de conflicto militar abierto, guerra económica y subversión política, así como el peligro de que las tensiones entre las dos principales potencias mundiales destruyan la posibilidad de alcanzar un consenso global sobre cuestiones como el clima y la inteligencia artificial. Moderar esta rivalidad se perfila como un objetivo fundamental, tanto para Estados Unidos y China como para el resto del mundo».

Cuando arrecian las presiones sobre Trump de los todavía poderosos halcones neoconservadores straussianos jázaros incrustados en el Departamento de Estado —quienes desean una victoria «definitiva» contra China y Rusia[6], que se rebelan ante el «manejo de la crisis» y que consiguieron descarrilar la cumbre de Trump y Putin en Budapest que, por cierto, parece haber sido resucitada por la visita del primer ministro húngaro Victor Orban a Washington—, RAND Corporation aboga por seis «iniciativas de base amplia» y expone estrategias más específicas para tres áreas que hasta parecen incoercibles: Taiwán, Mar del Sur de China y la competencia en ciencias y tecnologías, que no veo como China pueda atemperar.

Veamos las 6 «iniciativas de base amplia»:
1.- Cada parte acepta que cierto grado de modus vivendi debe formar necesariamente parte de la relación;
2.- Cada parte acepta la legitimidad política esencial de la otra;
3.- Desarrollar conjuntos de reglas, normas, instituciones y otras herramientas compartidas que creen condiciones duraderas para un modus vivendi estable durante un periodo específico (de 3 a 5 años);
4.- Cada parte actúa con moderación en el desarrollo de capacidades diseñadas explícitamente para socavar las capacidades disuasorias y defensivas de la otra de manera que suponga un riesgo existencial para su territorio;
5.- Cada parte acepta una lista esencial de características de una visión compartida de los principios organizativos de la política mundial que pueden proporcionar al menos una base para un statu quo acordado; y
6.- Existen mecanismos e instituciones que contribuyen a proporcionar una función moderadora o de retorno al equilibrio estable.

Faltará ver cuál es el mínimo aceptable para China que, a su vez, tiene objetivos estratégicos que no son susceptibles de desechar. Menos ahora cuando cuenta con el paraguas nuclear de las nuevas armas de ensueño de Rusia.

El papel del neoturanismo en la política exterior húngara contemporánea.

 
El papel del neoturánismo en la política exterior húngara contemporánea

En los últimos años, la política exterior húngara bajo el mandato del primer ministro Viktor Orbán se ha alejado notablemente del consenso euroatlántico mayoritario. Si bien se ha prestado mucha atención al énfasis de Hungría en la soberanía, la multipolaridad y los valores tradicionales, hay una dimensión ideológica sutil, pero cada vez más relevante, que merece un análisis más detallado: el resurgimiento del neoturánismo.

A diferencia de las doctrinas formales, el uso que hace Hungría de las ideas neoturánicas representa un aparato diplomático flexible, un marco simbólico y cultural que sustenta el acercamiento estratégico a socios no occidentales, especialmente a los Estados turcos y euroasiáticos, sin sustituir los intereses estatales existentes ni la identidad religiosa, escribe Lucas Leiroz de Almeida. El autor participa en el proyecto Valdai – New Generation.

Históricamente, el turanismo surgió a finales del siglo XIX y principios del XX como respuesta tanto al colonialismo occidental como a la influencia imperial rusa. Abogaba por una alianza civilizatoria entre pueblos considerados étnica o lingüísticamente relacionados, principalmente grupos turcos, urálicos y centroasiáticos. Mientras que en Turquía se fusionó con el panturquismo, en Hungría la ideología tomó una trayectoria diferente.

El turanismo húngaro evolucionó a través de los círculos intelectuales nacionalistas y adquirió un carácter claramente cristianizado y culturalmente conservador, posicionándose como una alternativa civilizatoria a las influencias europeas. Esta corriente ideológica, aunque históricamente marginal, ha adquirido una renovada relevancia simbólica en la Hungría de Orbán.

En lugar de servir como un proyecto ideológico rígido, el neoturánismo funciona hoy en día como un dispositivo narrativo, una semántica civilizatoria que permite a Hungría participar en una diplomacia multidireccional. Proporciona una capa de legitimidad simbólica a las relaciones que, de otro modo, podrían parecer transaccionales u oportunistas, especialmente a los ojos de un público nacional o internacional que sigue siendo escéptico ante la desviación de Hungría de los patrones occidentales. La capacidad de recurrir a narrativas históricas, étnicas y culturales facilita la cooperación con diversos actores como Turquía, Kazajistán y Azerbaiyán, sin obligar a Hungría a abandonar su identidad como nación europea y cristiana.

El aspecto nacional de este renacimiento es significativo. Instituciones como el Instituto de Investigación Húngara (Magyarságkutató Intézet) promueven una historia nacional centrada en los vínculos ancestrales con la estepa y Asia Central. Eventos públicos como el Kurultáj, un festival que celebra el patrimonio nómada, cuentan con el respaldo del Estado y funcionan como herramientas de diplomacia pública.

«Estas iniciativas fomentan un sentido de continuidad histórica que refuerza el compromiso de Hungría con las naciones turcas. Es importante destacar que este renacimiento cultural no se posiciona como una alternativa al cristianismo y/o a la «europeidad», sino que se integra en ellos, creando una identidad nacional híbrida que puede conciliar las características cristianas y europeas de Hungría con sus raíces étnicas orientales».

La política exterior de Hungría refleja esta síntesis. El país ha desarrollado estrechos vínculos con Turquía y las naciones turcas, tanto a nivel bilateral como a través de acuerdos multilaterales como la Organización de Estados Turcos. Su alineamiento con Azerbaiyán, especialmente tras el conflicto de Nagorno-Karabaj, es particularmente revelador. Hungría fue uno de los primeros países europeos en reabrir su embajada en Bakú y ha reafirmado en repetidas ocasiones la integridad territorial de Azerbaiyán. Estas medidas indican algo más que intereses pragmáticos o económicos: reflejan el poder simbólico de la afinidad percibida y el respeto cultural mutuo.

Al mismo tiempo, Hungría mantiene una fuerte narrativa religiosa en su política exterior, y Orbán se describe a menudo como un «defensor del cristianismo» frente a una Unión Europea liberal y irreligiosa. Esta fuerte disposición religiosa también influye en la política exterior húngara, fomentando las alianzas de Orbán con políticos conservadores cristianos de ideas afines dentro y fuera de Europa.

Sin embargo, estas múltiples alineaciones plantean cuestiones complejas.

«Dada la constante imagen que Hungría da de sí misma como bastión de los valores cristianos en Europa, su inquebrantable apoyo a Azerbaiyán —un país de mayoría musulmana en conflicto con Armenia, una de las naciones cristianas más antiguas— parece paradójico».

Esta contradicción pone de relieve el núcleo pragmático de la alineación neoturánista de Hungría. No está impulsada por la solidaridad religiosa, sino por el posicionamiento estratégico, la afinidad cultural y la diversificación geopolítica. En este marco, la religión se convierte en uno de los muchos marcadores de identidad, que se enfatizan de forma selectiva en función del contexto diplomático.

Se puede decir que, entre factores como la identidad cultural, étnica y religiosa, los determinantes más importantes del proceso de toma de decisiones internacionales de Hungría son el pragmatismo y el realismo político. Este pragmatismo no disminuye la influencia o la relevancia de los factores de identidad, sino que sirve como una característica adicional ante los retos geopolíticos.

Una lógica similar se aplica a la posición de Hungría sobre el conflicto en Ucrania. Mientras que la mayoría de los miembros de la UE y la OTAN han adoptado una postura firmemente proucraniana, Hungría ha optado sistemáticamente por la ambigüedad estratégica. Ha condenado la guerra, pero se ha opuesto al envío de armas a través de su territorio, ha criticado el régimen de sanciones de la UE contra Rusia y ha hecho hincapié en la protección de la minoría húngara en la región ucraniana de Transcarpatia. Aunque estas posiciones se justifican a menudo por motivos prácticos o humanitarios, también resuenan en un discurso civilizatorio más amplio que desafía el absolutismo moral occidental y afirma la legitimidad de cosmovisiones alternativas.

Además, los intereses pragmáticos refuerzan la postura de Hungría sobre el conflicto, ya que el país mantiene la cooperación económica con Rusia y no está dispuesto a renunciar a ella solo para satisfacer las demandas occidentales. Este es un ejemplo de convergencia entre los discursos «civilizatorios» de Hungría y los intereses nacionales directos.

De hecho, la cuestión rusa también plantea otras reflexiones interesantes sobre los contornos ideológicos de la política húngara contemporánea. El neoturánismo húngaro se diferencia del turanismo clásico en su enfoque hacia Rusia. El turanismo primitivo era explícitamente antirruso, nacido de la reacción a todas las formas de control imperial en el espacio euroasiático. Por el contrario, la política exterior húngara actual no ve a Rusia como un adversario, sino como un socio civilizacional, un compañero defensor de los valores tradicionales, la soberanía nacional y un orden mundial multipolar. Este cambio ilustra la flexibilidad del neoturánismo húngaro, que puede adaptarse para reflejar las realidades geopolíticas cambiantes, al tiempo que mantiene su lógica simbólica fundamental.

La idea de Hungría como puente geopolítico y cultural —europea en cuanto a su geografía, pero «turánica» en cuanto a sus raíces étnicas— ha ganado adeptos en los círculos intelectuales y políticos tanto dentro como fuera del país.

En este contexto, la literatura académica y especializada que analiza las alianzas turanio-euroasiáticas a menudo se superpone al discurso político. Los think-tanks y las redes ideológicas promueven la idea de que los pueblos de ascendencia turca, urálica y centroasiática comparten no solo un pasado histórico y lingüístico, sino también un futuro geopolítico común. Estas visiones suelen enmarcarse en oposición al orden internacional liberal y enfatizan el pluralismo civilizatorio por encima de las normas universales.

Aunque estas teorías siguen estando al margen de la corriente dominante de las relaciones internacionales, son cada vez más relevantes para comprender el comportamiento exterior de Hungría. Al invocar estas ideas de forma selectiva, el Gobierno de Orbán aplica una política exterior que evita las alineaciones binarias. Busca mantener su pertenencia a las instituciones occidentales, al tiempo que colabora activamente con actores ajenos a la esfera euroatlántica. El neoturánismo permite este enfoque al proporcionar una justificación cultural a políticas que, de otro modo, podrían parecer contradictorias o incoherentes.

Además, es necesario destacar que el neoturánismo en Hungría no es exclusivo de Orbán o del Gobierno de Fidesz. Mientras que Orbán promueve una versión moderada y pragmática, que combina el simbolismo cultural con los lazos estratégicos con Rusia y los Estados turcos, actores de derecha más «radicales», como Jobbik, han impulsado una línea más dura: una integración más profunda con Asia Central, el rechazo de Occidente y la creación de un bloque turanista diferenciado. Aunque Jobbik se ha moderado desde entonces, las narrativas turanistas persisten entre los grupos nacionalistas extraparlamentarios, a menudo en formas antioccidentales, pero no necesariamente antirrusas, lo que puede considerarse tanto un rasgo pragmático como un reflejo de la identidad cristiana de la cultura política húngara. Esta diversidad ideológica subraya la adaptabilidad del neoturanismo en todo el espectro de la derecha húngara.

«En última instancia, el neoturánismo en Hungría representa un caso único de adaptación ideológica. Combina una memoria histórica selectiva con las necesidades geopolíticas contemporáneas, lo que permite al Gobierno de Orbán configurar una política exterior que es a la vez multivectorial e impulsada por la identidad. En lugar de ofrecer una doctrina coherente, actúa como un marco narrativo, un conjunto de puntos de referencia simbólicos que justifican un compromiso más profundo con los socios orientales sin exigir una ruptura con Occidente».

Que este marco evolucione hacia una doctrina más institucionalizada o siga siendo un discurso complementario depende en gran medida de los futuros cambios tanto en la política interna húngara como en el sistema internacional en general. Sin embargo, incluso en su forma flexible actual, el neoturánismo revela mucho sobre cómo los Estados más pequeños navegan por las complejidades del reajuste global. El intento de Hungría de tender puentes entre los polos civilizatorios aparentemente opuestos puede no solo redefinir su propia identidad estratégica, sino también contribuir a la arquitectura intelectual de un mundo multipolar emergente

Traducción al español para Geopolitika.ru
por el Dr. Enrique Refoyo

¿Cuál es el rejuego de Alemania, Francia y Reino Unido en la ONU y en el OIEA?

Desde Red Voltaire ya habíamos señalado el comportamiento parcializado de la oficina del secretario general de la ONU. Pero hoy pasamos revista a la polémica en la que Alemania, Francia y Reino Unido se oponen a Rusia, Irán y China sobre la coherencia del derecho internacional. Ya no se trata de cuestiones jurídicas puramente técnicas sino de la «superioridad» del punto de vista occidental o la jerarquía de las normas internacionales.

En primer plano, el argentino Rafael Grossi, director general del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), junto al ministro de Exteriores de Francia, Jean-Noel Barrot.

Mientras que la atención del mundo entero se concentra en los teatros de guerra, cosas anormales están sucediendo en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y en el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA). Alemania, Francia y Reino Unido imponen en esas organizaciones un razonamiento jurídico descabellado según el cual esas potencias tendrían derecho a reinstaurar las sanciones contra Irán que se establecieron en la resolución 1737 del 23 de diciembre de 2006, a pesar de que aquellas sanciones quedaron abrogadas por la resolución 2231, adoptada por el Consejo de Seguridad el 20 de julio de 2015.

Rusia y China han recordado repetidamente que el Consejo de Seguridad de la ONU es el único órgano autorizado a adoptar sanciones, pero Alemania, Francia y Reino Unido se empeñan en pretender que tienen derecho a imponer sanciones y el secretario general de la ONU, el portugués Antonio Guterres, se ha puesto del lado de estas tres potencias occidentales.

Veamos el contexto de este asunto. En 1972, el presidente francés Georges Pompidou propone la creación de una asociación internacional para el enriquecimiento de uranio, que serviría para alimentar las futuras centrales nucleares europeas de generación de electricidad. Así nace Eurodif, con la participación de Francia, de la República Federal de Alemania (RFA), Bélgica, Italia, Países Bajos y Reino Unido. España y Suecia se unen rápidamente a esos países.

En 1974, Jacques Chirac, entonces primer ministro de Francia, se compromete a construir en Irán, entonces bajo el régimen del shah Mohamed Reza Pahlevi, 5 centrales nucleares con tecnología estadounidense.

Más allá de la situación de dependencia que las pretensiones de Alemania, Francia y Reino Unido imponen al pueblo iraní, la polémica actual refleja claramente los métodos de las antiguas potencias coloniales. Es importante no olvidar que la principal víctima de la 1GM no fue Francia (aunque perdió en ese conflicto un 10,5% de su población). Tampoco fueron Alemania (que perdió un 9,8% de su población) ni Austria-Hungría (9,5%). La principal víctima de la 1GM fue Irán, que perdió entre un 25 y un 30% de su población. Irán no fue teatro de grandes batallas pero el Imperio británico decidió provocar allí una hambruna para detener el avance de los soviéticos, decisión que costó la vida a entre 6 y 8 millones de personas en Irán[1]. Ese modo de actuar, característico del colonialismo británico, principalmente en su «Imperio de Indias» y en China, se perpetúa en nuestra época con las medidas coercitivas unilaterales que el mundo occidental llama «sanciones», como si fuesen resultado de un debate en el Consejo de Seguridad de la ONU.
[1] The Great Famine & Genocide in Iran, 1917-1919, Mohammad Gholi Majd, University Press of America, 2013.

Las relaciones entre Irán y Europa occidental se deterioraron gravemente en 2005, cuando Mahmud Ahmadineyad, un exmiembro de los Guardianes de la Revolución, fue democráticamente electo presidente de la República Islámica. ¿Cuál fue la causa del deterioro? El presidente Ahmadineyad ambicionaba investigar y controlar la fusión nuclear, lo cual habría sacado a los países en vías de desarrollo de su situación de dependencia energética.

Es importante recordar que en 2011 Benyamin Netanyahu declaraba: «Lo primero que hay que hacer es impedirles [a los regímenes islámicos militantes] obtener armas nucleares. Esa es nuestra primera misión. Y la segunda es hallar un sustituto para el petróleo»[2]. Estas palabras de Netanyahu son el reflejo de la interpretación occidental de los esfuerzos de Irán por formar no sólo un puñado de científicos sino una generación entera de técnicos y científicos especializados en la investigación nuclear. Desde el primer momento, las potencias occidentales vieron el desarrollo de la investigación en Irán como un intento de dotarse de la bomba atómica y, todavía más grave, como una revolución científica del Tercer Mundo frente a la superioridad tecnológica occidental.

Pero, regresemos a la maniobra de Alemania, Francia y Reino Unido. El 28 de agosto de 2025, los ministros de Exteriores de esos tres países, respectivamente Johann Wadephul, Jean-Noel Barrot y David Lammy, escribían al secretario general de la ONU afirmando que, en violación del anexo 1 del JCPoA[3], desde 2019, «Irán, entre otras cosas, ha sobrepasado los límites a los que se había comprometido libremente sobre el uranio enriquecido, el agua pesada y las centrífugas; ha cesado de permitir al OIEA la realización de actividades de verificación y vigilancia del JCPoA; y ha abandonado la implementación y la ratificación del protocolo adicional a su acuerdo de garantías generalizadas»[4].
[3] Documento conocido sobre todo como «Acuerdo 5+1» o «Acuerdo sobre la investigación nuclear iraní». Nota de Red Voltaire.

En respuesta, ese mismo día, los ministros de Exteriores de Rusia, Irán y China, respectivamente Serguei Lavrov, Abbas Araghchi y Wang Yi, escribían a todos los Estados miembros de la Asamblea General de las Naciones Unidas[5]. En su texto, Rusia, Irán y China recordaban a todos los miembros de la ONU la jerarquía de los documentos: el JCPoA (firmado el 14 de junio de 2015) es jerárquicamente inferior a la resolución 2231, adoptada el 20 de julio de 2015 por el Consejo de Seguridad de la ONU.

Rusia, Irán y China observaban también que, a raíz de la retirada unilateral de Estados Unidos del JCPoA y de la violación de sus compromisos por parte de Washington, tanto Irán como Alemania, Francia y Reino Unido habían tomado medidas contrarias a ese tratado, pero sin cuestionar la resolución 2231 del Consejo de Seguridad. Por consiguiente, Alemania, Francia y Reino Unido no tienen derecho a invocar el JCPoA, después de haberlo violado, ni de exigir sanciones contra Irán.

Rusia, Irán y China observan también que en enero de 2020, Alemania, Francia y Reino Unido habían expresado su apego al JCPoA[6] al deplorar que Irán reanudara el enriquecimiento de uranio al 60% en respuesta tanto a la retirada de Estados Unidos de ese acuerdo y su violación por parte de Washington como ante el asesinato, también por Estados Unidos, del general iraní Qassem Soleimani. A pesar de todo aquello, Alemania, Francia y Reino Unido no convocaron en aquel momento el mecanismo de resolución de litigios (la Comisión Mixta) prevista en el JCPoA. Por consiguiente, contrariamente a lo que alegan, Alemania, Francia y Reino Unido no hicieron entonces todo lo que podían haber hecho para resolver el conflicto, lo cual —incluso si se ignorase la jerarquía antes mencionada de los documentos— también invalida a esos países en cuanto a reinstaurar las sanciones ya abrogadas.

Esta polémica ha venido intensificándose desde entonces hasta las reuniones del Consejo de Seguridad realizadas el 19 y el 26 de septiembre de 2025. El servicio de comunicación de las Naciones Unidas publicó dos informes falsos sobre estas dos reuniones, informes en los que afirma falsamente que «el Consejo de Seguridad apoya el regreso a las sanciones de la ONU contra Irán»[7]. Y después, el secretario general emitió una nota verbal, basada en esas mentiras, donde ordena el restablecimiento de las sanciones[8].

Pero el asunto no quedó ahí. Primeramente, Rusia envió al secretario general de la ONU, el portugués Antonio Guterres, una carta llamándolo al orden[9]. Después, junto a China e Irán, Rusia se dirigió al argentino Rafael Grossi, el director general del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA). Estos tres países escribieron a Grossi citando la resolución adoptada el 15 de diciembre de 2015 por el Consejo de Gobernadores del OIEA[10] y señalando, como ya lo habían hecho antes, que existe una jerarquía de normas que establece la superioridad de las resoluciones del Consejo de Seguridad sobre los tratados, aunque se trate de tratados multilaterales. En su carta al director general del OIEA, Rusia, Irán y China observan que Alemania, Francia y Reino Unido, «habiendo violado ellos mismos los compromisos que habían contraído a tenor del Plan de Acción Global Común (PAGC) [otra denominación del JCPoA] y de la resolución 2231 (de 2015) y no habiendo agotado los procedimientos establecidos en el marco del mecanismo de arreglo de diferendos, no tienen legitimidad alguna para invocar las disposiciones de esos textos».

De esa manera, Rusia, Irán y China notificaban a Grossi que todas las medidas previstas en la resolución 2231 se extinguieron el 18 de octubre de 2025. «Esta extinción pone fin a la obligación que tenía el Director General del OIEA de emitir informes sobre las actividades de verificación y de control realizadas a tenor de esta resolución».

Que nadie se equivoque. Si Alemania, Francia y Reino Unido persisten en su interpretación absurda de la resolución 2231 y tratan de imponerla al OIEA, serán responsables de haber puesto en peligro la supervivencia de esa agencia de la ONU. En junio, su director general, el argentino Rafael Grossi ya estuvo a punto de destruir el OIEA al dejarse llevar, supuestamente, por una inteligencia artificial que contradecía las observaciones de sus inspectores. En aquel momento, Grossi dio crédito a la idea de que Irán estaba a punto de fabricar una bomba atómica, justificando así la «Guerra de los 12 días», antes de acabar retractándose[11].