Apagón: el fiasco de las renovables.


La incompetencia del actual gobierno quedó al desnudo hace unos días cuando el país sufrió un apagón total y se sumió en un caos sin precedentes. Afortunadamente ocurrió en un templado día de primavera y no en medio de una helada o de una ola de calor.

La población no fue informada y nadie sabía lo que estaba ocurriendo ni cuánto iba a durar. Las luces se extinguieron; los ascensores se pararon atrapando a sus ocupantes; los trenes y metros se detuvieron en mitad del campo o de oscuros túneles; las gasolineras dejaron de bombear; las comunicaciones enmudecieron y los medios electrónicos de pago se convirtieron en chatarra inútil. Lo peor de todo es que los enfermos cuya vida depende de ventiladores mecánicos vivieron horas angustiosas. Hubo muertos.

Las razones del apagón
¿Qué ocurrió? Para comprenderlo debemos dejar de distraernos con el incidente primario que dio lugar a la desestabilización del sistema (una avería, una desconexión…), que resulta irrelevante. En efecto, un sistema eléctrico robusto debería haber podido encajarlo con daños limitados en tiempo y alcance. De hecho, la red eléctrica sufre centenares de averías cada año que pasan desapercibidas para el consumidor.

El problema es que nuestro sistema eléctrico ha perdido su robustez y se ha convertido en inestable y frágil por culpa del exceso de energías renovables. Ésta es la causa remota del apagón, como enseguida identificó la prensa extranjera[1] (a lo largo de este artículo, renovable significará eólica y solar excluyendo la energía hidráulica, salvo especificación contraria).

Por lo tanto, la responsabilidad del apagón recae en la incompetencia y fanatismo verde de Sánchez y su exministra Ribera, y, anteriormente, en la política energética seguida desde 2004 por el tándem Zapatero-Rajoy. Hoy, un desproporcionado 54% de la potencia eléctrica instalada en nuestro país corresponde a energía eólica y solar, porcentaje que sigue creciendo por ideología y electoralismo, y no por el interés general. Esto implica que nuestro sistema eléctrico descansa sobre fuentes intermitentes y poco fiables, lo que lo ha convertido en un sistema frágil.

Un sistema frágil
La fragilidad es un concepto difícil de interiorizar. Si usted conduce sin cinturón, aumenta su fragilidad, pero puede que durante mucho tiempo no lo note. Sin embargo, si un día tiene un accidente, ir sin cinturón puede causar un daño irreparable en vez de quedarse todo en un pequeño susto.

Del mismo modo, puede que las renovables tengan mucho peso en el mix de generación y durante mucho tiempo nada ocurra, pero si se produce un incidente serio, la probabilidad de que se sufra un apagón total aumenta exponencialmente. La ignorante presidente de la REE, que ni dimite ni se disculpa, parece no comprender un concepto tan sencillo, pero, claro está, no está en su cargo por su currículum, sino por su afiliación política.

¿Por qué aumenta la fragilidad del sistema con las energías renovables? Explicarlo en tres párrafos no es sencillo, pues la física no es intuitiva, lo cual contribuye a la confusión de la población, para alegría de Sánchez.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que la producción y el consumo de electricidad deben estar siempre en equilibrio. Este equilibrio mantiene el ritmo cardiaco del sistema eléctrico (la frecuencia) constante. Pero cuando producción y demanda se desequilibran la frecuencia deja de ser constante: si se genera más electricidad de la que se consume, la frecuencia sube; si la generación cae por debajo de la demanda, la frecuencia baja. El problema es que, a diferencia del corazón (que puede latir a 60 pulsaciones por minuto y también a 120), el sistema eléctrico sólo tolera pequeñas oscilaciones de frecuencia en un rango muy estrecho. Cuando las oscilaciones superan esos umbrales, ni los elementos de producción de electricidad (una central) ni los de consumo (su nevera) pueden funcionar correctamente.

Así, si se desestabiliza el sistema se produce una especie de arritmia que puede llegar a causar un paro cardiaco (el apagón), que es la desconexión en cascada por autoprotección de las fuentes de generación. Para evitarlo, toda buena red eléctrica posee un eficaz sistema doble de autorregulación que recupere la frecuencia (el pulso) normal.

Primero, las fuentes de energía que tienen inercia mecánica (con turbinas que giran) dotan de estabilidad al sistema ante pequeños incidentes. Es la misma inercia que hace que un coche o un barco continúen avanzando, aunque se haya parado el motor. La inercia resiste cambios rápidos en la frecuencia y da tiempo al operador a responder a contingencias, y se ha aprovechado para estabilizar las redes eléctricas desde 1882.

Segundo, si la fuente de energía es controlable y regulable, el operador podrá aumentar o disminuir a voluntad la producción eléctrica del mismo modo que subimos o bajamos el volumen de una radio. Las fuentes de energía que lo permiten se denominan «regulantes», e incluyen la hidráulica, el ciclo combinado, el carbón o el gas.

El fiasco de las renovables
Pues bien, las renovables no son regulantes ni poseen inercia utilizable. Por tanto, cuanto más peso tengan estas energías en la generación de electricidad, menos armas tendrá el sistema para corregir desequilibrios y mayor es la probabilidad de un apagón general.

Pero aún hay más. Las energías renovables son intermitentes, pues dependen de que sople el viento o luzca el sol, y pueden producir cuando haya poca demanda o dejar de hacerlo cuando haya mucha. En el pico de demanda eléctrica invernal la fotovoltaica apenas produce, pues hay pocas horas de sol, mientras que en el pico de demanda veraniega (por los aires acondicionados), la eólica produce menos, pues sopla menos viento.

De hecho, la producción eólica y solar varía de minuto en minuto debido a las rachas de viento o a nubes pasajeras, lo que lleva a preguntarnos qué sentido tiene utilizar fuentes volátiles para hacer frente a una demanda de electricidad que es mucho más estable.

La intermitencia de eólica y solar conlleva que posean un rendimiento escaso con un factor de capacidad del 22% y 16%, respectivamente, según datos de la REE. Dicho de otro modo, una planta fotovoltaica producirá a lo largo del año sólo la sexta parte de lo que podría producir si funcionara todos los días del año (24/7). En comparación, el factor de capacidad de la energía nuclear es del 82%.

El problema de la falta de rendimiento de las renovables se ha agravado conforme ha ido aumentado la capacidad instalada, pues las primeras plantas eólicas y fotovoltaicas ocuparon los lugares con mayor viento y radiación solar mientras las demás han ido ocupando zonas con condiciones técnicamente menos idóneas. La eficiencia del conjunto sólo puede ir a peor si siguen sumando nuevas centrales.

Además, el contraste entre la estabilidad de la demanda eléctrica y la inestabilidad e intermitencia de la producción de renovables exige que haya siempre fuentes de apoyo de generación tradicional para cuando el viento no sople y el sol no luzca (para empezar, de noche). Por ello, la expresión «100% renovables» supone una engañifa. Siempre hay detrás fuentes tradicionales.

Las renovables encarecen la factura eléctrica por una doble vía. Por un lado, exigen duplicar o sobredimensionar la potencia instalada. Por otro, exigir a las fuentes tradicionales arrancar y parar continuamente al capricho del sol y del viento (en vez de funcionar a su régimen normal de trabajo) aumenta su coste de mantenimiento y acorta su vida útil, al igual que un coche consume mucho más en ciudad —arrancando y parando constantemente— que cuando circula por carretera a velocidad constante. En definitiva, todo el sistema debe forzarse para acoplar artificialmente unas fuentes ineficientes que están ahí por razones fundamentalmente políticas.

Por último, los daños medioambientales que causan las renovables son evidentes: desde el punto de vista del terreno que ocupan, las plantas eólicas o fotovoltaicas exigen 28 y 18 hectáreas, respectivamente, por MW instalado, frente a las 5 Ha/MW de una central nuclear o de gas. Adicionalmente, las eólicas causan daños directos a la fauna y las fotovoltaicas producen un efecto de isla de calor aumentando la temperatura local, sin contar con el afeamiento estético que supone ver el campo arrasado por esos espantajos.

Un paso atrás
En definitiva, las energías renovables han sido menos un avance de la ciencia que el resultado de una moda política regada con generosas subvenciones a costa del consumidor y contribuyente, inicialmente a la construcción (que continúa hoy para el autoconsumo) y más tarde vía tarifa y prioridad de despacho. Si en nuestra política energética hubieran primado razones técnicas, las energías renovables podrían constituir un complemento, pero jamás se habrían convertido en la base de nuestro sistema eléctrico.

Las tecnologías eólica y fotovoltaica (y el mito del coche eléctrico que acompaña a la misma ideología[2]) no nos acercan al futuro, sino que nos retrotraen a un pasado tecnológicamente superado. En efecto, obligar a iluminar un país con luz solar y molinos de viento es como volver a iluminar las casas con candelabros o volver a la máquina de vapor en los trenes o a la vela para al transporte marítimo. Se trata de energías que, en general, poseen características que las hacen inferiores a las fuentes de generación tradicionales.

Por todo ello, no sorprende que, como nos recordaba un analista español[3], dos estudios recientes de instituciones norteamericanas (referidos al mercado de EEUU) califiquen a las energías eólicas y fotovoltaicas como las peores fuentes de generación eléctrica posibles[4].

El avance tecnológico de la civilización siempre ha respondido al intento del ser humano de controlar su destino sin depender de la tiranía de la naturaleza, de los elementos, de las estaciones, de la hora del día o de la geografía. Considerar un avance volver a depender de ellos dice poco de la inteligencia colectiva de las sociedades del s. XXI.

Los expertos lo preveían
El gobierno ha aparentado sorprenderse ante un apagón que califica de imprevisible. Sin embargo, no faltaron voces que lo vieron venir.

Por ejemplo, un informe enviado a la Comisión Europea en 2020 advertía con claridad de los peligros de la excesiva penetración de energías renovables: «Se espera que los problemas relacionados con la inercia puedan provocar inestabilidad del sistema, incluyendo desconexiones de carga o incluso un apagón»[5].

Este informe no es una excepción, pues expertos de todo el mundo lo venían advirtiendo desde hace tiempo[6]. En 2018, el último expresidente de la REE con perfil técnico prevenía de los apagones que produciría la obsesión por las renovables[7].

En la misma línea, un ensayo que me envió en 2021 su autora, M.L., ingeniera industrial y lectora de este blog desde hace años, advertía lo siguiente: «Un sistema de generación con más de un 30% o 40% de fuentes no regulantes y sin inercia (como son las eólicas y fotovoltaicas) puede tener como resultado un cero energético: dejar a todos a oscuras. Cada vez que superamos ese 30% o 40% de producción estamos comprando papeletas de la rifa para un problema gordo. Quizá hasta que no nos toque uno de esos premios gordos no se empezarán a levantar voces de alarma con peso técnico».

Y terminaba advirtiendo (repito, en 2021): «Debemos recordar que Francia tiene sus redes calibradas automáticamente de forma que en caso de un accidente relevante en la Península cortarían amarras con nosotros para no extender el contagio en cadena, de forma que no les tumbemos su sistema (…). Si tenemos un problema gordo, nuestros vecinos nos convertirán en isla, aumentando la gravedad del problema y su gestión, antes de verse ellos salpicados también»[8].
[8] Citado con permiso de la autora respetando su petición de anonimato.

Este apagón también tenía precedentes internacionales similares, aunque de menor alcance y duración. Todos ellos tuvieron como factor común un desproporcionado peso de energías renovables en el momento en que se produjo el incidente primario, lo que impidió que la red lograra estabilizarse. Es el caso del apagón de Chile hace sólo tres meses, con las renovables constituyendo el 80% del mix de generación[9] (ligeramente superior al que teníamos en España el 28 de abril[10]), o el del sur de Australia en 2016, cuando sólo la eólica proveía el 50% de la generación[11].

Otras observaciones
Además del fiasco de las energías renovables y de la incompetencia gubernamental, el apagón ha puesto de manifiesto el preocupante estado de postración en que se encuentra nuestro país.

Causa estupor la falta de indignación de parte de la opinión pública, que parece disimular su aborregamiento tras una máscara de humor fatalista. Esta actitud resulta incomprensible ante la extrema gravedad del apagón y la inmoralidad psicopática de Sánchez, impertérrito y chistoso en la reunión del Consejo de Seguridad Nacional.

También produce perplejidad la tibia reacción de la no-oposición, que muestra, una vez más, esa extraña flojedad cuyo origen ignoro, pero que comienza a tener tintes patológicos. Las consecuencias comienzan a ser funestas, pues la principal razón de la permanencia de Sánchez en el poder es la ausencia de oposición: el gobierno más destructivo de los últimos 80 años tiene enfrente a la oposición flower power más meliflua de la historia.

Comprendo que al principal partido de la oposición le sea difícil criticar la ideología climática responsable última del apagón, pues la comparte. Sin embargo, al PP le ocurre algo más allá de su carácter de marca blanca del PSOE. En efecto, su actual líder desperdicia balones a portería vacía: no es que falle; es que renuncia a tirar. Y si no está a la altura ahora, ¿por qué habrá de estarlo una vez en el gobierno?

Finalmente, el apagón ha sacado a la luz la colonización institucional de nuestra clase política, que ha alcanzado con Sánchez un paroxismo parasitario. Como decía Julián Marías, parece que el Estado de 1978 se creó para los partidos, y no los partidos para el Estado. Para los políticos, las instituciones y empresas públicas (y también privadas, como REE, Indra o Telefónica) son un «retiro dorado» para enchufados.

Necesitamos un sistema eléctrico fiable, no verde
El gobierno ya ha anunciado que continuará con su fanatismo verde, lo que garantiza que el apagón se repita en el futuro de forma imprevisible. ¿Tan difícil es comprender que el sistema eléctrico no tiene que ser verde, sino fiable? La sociedad entera se apoya en la electricidad, como pudimos comprobar el otro día, y verde y fiable son incompatibles, pues la electricidad no obedece a las leyes del Parlamento, sino a las leyes de la Física.

El único modo de evitar «una vida vivida ente apagones intermitentes»[12], es paralizar la construcción de nuevas plantas eólicas y solares y asegurar en todo momento una base sólida de fuentes síncronas, inerciales y regulantes. También resulta crucial mantener las actuales centrales nucleares e incluso construir más, pues dotan de enorme estabilidad al sistema. Recuerden que en Francia casi el 70% de la electricidad producida procede de la energía nuclear.  

Cómo no, Sánchez ha dicho que el apagón no se repetirá, pero, si no sabe explicar qué ha ocurrido, ¿cómo va a garantizar que no se repita? Lo siguiente serán restricciones periódicas al consumo de carácter obligatorio, es decir, cartillas de racionamiento energético: como decían los chicos de Davos, «no tendrás nada y será feliz».

Una reflexión final. No olviden que el dinero en efectivo que la UE nos quiere arrebatar les salvó cuando las tarjetas no funcionaban, y que fueron los viejos y fiables motores de combustión de los generadores, alimentados por los extraordinarios combustibles fósiles a los que la humanidad tanto debe, los que permitieron a los hospitales salvar vidas.

La respuesta de los miembros de la Unión Europea al presidente Trump.

La cumbre de la OTAN que va a realizarse en La Haya podría marcar el fin de la Unión Europea. El presidente de Estados Unidos ha anunciado que es posible que cese de garantizar la seguridad de la UE. Si eso llegara a suceder sería urgente reorganizar la estabilidad del continente europeo. Pero Washington ya tiene la solución: crear una estructura alrededor de Polonia para reemplazar la actual, establecida alrededor de Alemania.

A partir del 24 de junio, La Haya (Países Bajos) será la sede de la cumbre de jefes de Estado y/o de gobierno de los países miembros de la OTAN. Ese encuentro podría ser un momento decisivo para ese bloque bélico ya que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, advirtió a sus aliados, desde que regresó a la Casa Blanca, que si cada Estado miembro de la OTAN no dedica al menos el 5% de su PIB anual a la defensa, el Pentágono estadounidense abandonará su estatus de líder de las fuerzas de la OTAN en Europa —hace 5 meses, la mayoría de los miembros de la OTAN no dedicaban ni al 2,5% del PIB nacional al sector de la defensa.

Es claramente imposible que los Estados miembros de la OTAN logren alcanzar la «meta» que Washington les ha fijado. Asi que el anuncio del presidente Trump puede estar a punto de convertirse en realidad. En todo caso, el Pentágono ya tiene planeada la retirada de las fuerzas estadounidenses presentes en Europa.

La visita imprevista del presidente de Polonia, Andrzej Duda, al presidente Donald Trump

A principios de este año, el presidente de Polonia, Andrzej Duda, viajó precipitadamente a Washington con intenciones de reunirse urgentemente con su homólogo estadounidense. Aunque se trataba de un encuentro totalmente imprevisto, el presidente Duda finalmente logró ver al presidente Trump durante algunos minutos, el 22 de febrero, al margen de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC). El presidente Duda aseguró al presidente Trump que Polonia ya había iniciado, desde hacía años, un proceso de reestructuración de sus fuerzas armadas, que aspiraba a conformar el ejército más numeroso de toda la zona de Europa occidental y central pero que no podía ir más rápido. Donald Trump se mostró comprensivo y le concedió un nuevo plazo: Polonia será el último país en el calendario de retirada de las tropas estadounidenses.

Mientras tanto, en París y en Londres se organizaban, una tras otra, apresuradas reuniones de ministros de Defensa y de jefes de los estados mayores. En aquellas reuniones se hablaba de la posibilidad de sustituir el «paraguas nuclear» de Estados Unidos con los de Francia y Reino Unido. Pero esa proposición enfrenta numerosos obstáculos: para empezar, Reino Unido no dispone realmente del arma atómica ya que sus medios nucleares dependen sobre todo de Estados Unidos. Por otra parte, el uso del arma atómica tiene que estar en manos de un solo poder político y eso implica que los Estados que se ponen bajo la protección de otro Estado tienen que confiar enteramente en su protector.

En definitiva, todas aquellas discusiones se interrumpieron cuando Washington suspendió totalmente —por 5 días— sus entregas de información de inteligencia a los demás países de la OTAN. Esa fue una manera particularmente cruel de recordar a las capitales europeas que, sin la cooperación de Estados Unidos, sus ejércitos no son gran cosa. En el campo de batalla ucraniano, el armamento suministrado por la Unión Europea simplemente dejó de funcionar. La derrota era inminente. Se comprobó así que las elucubraciones sobre una defensa europea independiente, garantizada por los países de la Unión Europea, son totalmente ilusorias.

Toda aquella efervescencia, caracterizada por encuentros que suceden rápidamente, corresponde al tipo de negociaciones que Donald Trump suele provocar. Ese ambiente le permite zarandear a sus interlocutores, obligarlos a plantearse todo tipo de soluciones, hasta que él les muestra implacablemente que nada pueden hacer sin contar con él y, a fin de cuentas, les impone sus soluciones.

A principios de junio, Reino Unido publicó su Strategic Defence Review 2025, una elegía a la protección estadounidense. En el más puro estilo británico, el ministro de Defensa del Reino Unido agregó a ese documento el anuncio de la adquisición de bombarderos Lockheed Martin F-35 Lightning II, capaces de utilizar armas atómicas. Londres todavía no alcanza la famosa meta del 5% del PIB dedicado a los gastos militares, pero la compra anunciada de bombarderos con capacidad nuclear a Estados Unidos abre la posibilidad de contratos de una envergadura tan importante que Londres siente que puede obtener a cambio una prolongación de la protección estadounidense.

La cumbre de los «Nueve de Bucarest», reunión en Vilnius entre países nórdicos, miembros de la OTAN y Ucrania

Más conformes con las exigencias de Donald Trump, los «Nueve de Bucarest» (los países bálticos, la República Checa, Eslovaquia, Hungría y Bulgaria) y los países nórdicos (Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia), se reunieron la semana pasada en Vilnius (Lituania). Esos 14 Estados se comprometieron, todos, a dedicar el 5% de su PIB a los gastos militares durante el año 2025. O sea, esos países se pliegan a la voluntad de Washington… aunque a veces recurren a trucos como incluir las cuentas de la policía en los gastos de defensa.

Ese es el sentido de la propuesta del secretario general de la OTAN, el neerlandés Mark Rutte. El 5 de junio, en la reunión de los ministros de Defensa de la alianza atlántica, Rutte declaró que un plan de inversión global de 5% podría dividirse en una primera fase de 3,5% para los objetivos vinculados a las capacidades y en una segunda fase de un 1,5% para inversiones, con la condición de que los Estados miembros se comprometan a aceptar la aplicación de planes anuales que permitirían verificar que respetan sus compromisos.

Esta solución parece ser considerada satisfactoria por el secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth. «Pensamos que hay un consenso cercano, digamos incluso que estamos cerca de un consenso, sobre un compromiso de 5% para la OTAN en La Haya», declaró Hegseth, quien anunció además que el próximo comandante en jefe de las fuerzas de la OTAN en Europa (SACEUR) sería el general estadounidense de origen bielorruso Alexus Grynkewich.

Sin embargo, España sigue oponiéndose el objetivo del 5%, públicamente rechazado el 20 de mayo por la ministro española de Defensa, Margarita Robles. (Será lo único que hayan hecho bien).

Ya en vísperas de la cumbre de La Haya, quedan entonces 17 Estados miembros de la OTAN que todavía no satisfacen las exigencias de Donald Trump. ¿Cómo reaccionará Washington? El presidente Trump puede decidir que Estados Unidos retira su protección a esos 17 países, entre los que se encuentran Alemania, Francia y Reino Unido. Pero también podría considerar que, dado el hecho que algunos miembros de la OTAN ya se han comprometido, puede conceder un plazo a los demás.

La señora Ursula von der Leyen se ve a sí misma como la emperatriz de Europa

Exploremos la primera posibilidad, la que modifica el panorama. El Tratado de Lisboa plantea que la seguridad de la Unión Europea no la garantizan los miembros de esa entidad supranacional sino la OTAN. La primera posibilidad pondría instantáneamente a la Unión Europea en la situación de un gigante económico totalmente desnudo.

Pero los expertos de la Unión Europea no creen que Donald Trump llegue a poner en ejecución su amenaza. Esos expertos estiman que los demás miembros de la OTAN podrán argumentar que la exigencia del 5% del PIB nunca fue aceptada en una cumbre la alianza —la última exigencia que se mencionó en una cumbre era del 3%— y esos expertos creen que Trump no se atreverá a ir hasta las ultimas consecuencias exigiendo el respeto de una regla que ha definido sólo de manera puramente oral. Y si creen eso no es porque la OTAN sea una organización respetuosa del derecho internacional sino porque Estados Unidos resultará más creíble si se despliega en el Extremo Oriente dejando detrás, en Europa, una situación estable.

El 29 de mayo, al recibir el Premio Carlomagno en Aquisgrán, la presidente de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen, presentó su visión personal sobre el futuro de la UE. Según la señora von der Leyen, la Unión Europea debe completar la integración de todos los países de los Balcanes y del este de Europa (exceptuando Rusia y Bielorrusia); convertirse en una gigantesca gran potencia económica y garantizar su seguridad por sí misma. Pero la emperatriz europea dejó sin respuesta la pregunta fundamental. ¿Qué interés tendrían los países miembros en seguir dentro de la UE si Estados Unidos ya no garantiza la protección?

En 2017, el presidente Donald Trump asistió a la cumbre de la «Iniciativa de los Tres Mare»

Volvamos a la hipótesis en la que Estados Unidos retira su protección a los 17 países que no satisfacen la exigencia del 5%. Donald Trump ha dicho abiertamente que considera que, si bien la UE surgió de la aplicación de una cláusula secreta del Plan Marshall, esa entidad supranacional es actualmente parte del «Imperio estadounidense» que él rechaza. Y ha dicho públicamente que, en la práctica la Unión Europea sólo perjudica a Estados Unidos —entiéndase que para Donald Trump, Estados Unidos no es lo mismo que el «Imperio estadounidense». Donald Trump tampoco oculta su apoyo a la «Iniciativa de los Tres Mares», o sea a la reorganización del continente alrededor de Polonia y Lituania, mientras que la Unión Europea actual está organizada alrededor de la Alemania reunificada.

Esta forma de ver las cosas tiene mucho que ver con la historia. Desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII, el Reino de Polonia y el Gran Ducado de Lituania conformaron la «República de las Dos Naciones». Aquel Estado binacional logró proteger a sus súbditos de los ataques de la Orden Teutónica, del Imperio ruso y del Imperio sueco, hasta que fue desmantelado como consecuencia de la oposición de una parte de la nobleza polaca y de su alianza con el imperio zarista. Sin embargo, en el periodo intermedio entre las dos guerras mundiales, el general polaco Jozef Pilsudki (sucesivamente Jefe de Estado de la República de Polonia y presidente del Consejo de ministros) trató de resucitar la República de las Dos Naciones. Ese es el principio del proyecto denominado Intermarium, ahora designado como «Iniciativa de los Tres Mares», un organismo intergubernamental que ya cuenta 13 Estados miembros: Austria, Bulgaria, Croacia, Estonia, Grecia, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia, Rumania, Eslovaquia, Eslovenia y la República Checa. Moldavia y Ucrania son miembros asociados de la Iniciativa de los Tres Mares, pero ya es evidente que Polonia no es favorable a la membresía de Ucrania y que sólo quiere incorporar el noreste de Ucrania, o sea la Galitzia oriental.

Durante su primer mandato presidencial, Donald Trump participó, en 2017, en la cumbre de la Iniciativa de los Tres Mares y no disimula su deseo de que esa organización tome el lugar de la actual Unión Europea.

La firma del Tratado de Nancy

En un esfuerzo por no quedar relegada, Francia ha reactivado el «Triángulo de Weimar» (Alemania, Francia y Polonia) y el pasado 9 de mayo el presidente francés Emmanuel Macron firmó con el primer ministro de Polonia, Donald Tusk, el Tratado de Nancy, que fortalece la cooperación militar entre los dos países, pero aún en el marco de la OTAN.

Lo que sí es seguro es que la eventual desaparición de la Unión Europea tendría como consecuencia inmediata el resurgimiento de numerosos conflictos territoriales. Y la Historia demuestra que, desde los tiempos de Carlomagno hasta Adolf Hitler, los europeos no han logrado prácticamente nunca vivir sin guerrear entre sí.

Revolución conservadora. El legado de Moeller van den Bruck 100 años después.

 

Hace cien años, el intelectual y líder del conservadurismo alemán Arthur Moeller van den Bruck se suicidó de un disparo en la sien en Berlín, el 30 de mayo de 1925, por motivos misteriosos. Había nacido en Solingen el 23 de abril de 1876. Tenía sólo 49 años y ya era una figura conocida y admirada como estudioso de la historia del arte y profundo exégeta del movimiento político cultural de su época.

La filosofía de la historia fue su especialidad, que cultivó con habilidad ejemplar, ganándose a los círculos de la derecha cultural alemana. De 1904 a 1910 publicó la obra enciclopédica Die Deutschen y en 1914 se alistó como voluntario en la Wehrmacht, combatiendo en el frente con honor. Su fama pronto traspasó las fronteras de Alemania y, sobre todo en Italia, se dio a conocer en los círculos artísticos y literarios por su obra Die italienische Schönheit (La belleza italiana) sobre el arte de nuestro país, que recorrió por todas partes. Cuando se publicó la obra, en 1913, ya se había hecho un nombre como traductor. En particular, entre 1906 y 1922 tradujo al alemán todas las obras de Dostoievski.

En 1916 escribió su primer ensayo en el que hacia una apología del nacionalismo alemán: Der preußische Stil (El estilo prusiano). Pero su mejor y más famosa obra se publicó en 1923: Das Dritte Reich (El Tercer Reich), que nada tenía que ver con el nacionalsocialismo. En ella formuló una acérrima crítica del liberalismo que le consagró como precursor de la Revolución Conservadora e inspiró este movimiento de pensamiento hasta el punto de convertirse en un autor de referencia para todos aquellos que se oponían a la República de Weimar.

Das Dritte Reich se inspira profundamente en el ejemplo del fascismo italiano para la idea del «sometimiento del radicalismo económico mediante la acción de un régimen armado» y en él el autor esboza la necesidad para la Alemania de posguerra de un «tercer Reich» entendido no sólo en un sentido histórico-político como sucesor del Imperio alemán, sino también como síntesis de conservadurismo y socialismo.

A pesar de su nacionalismo y de su oposición al marxismo, al liberalismo, al capitalismo y al parlamentarismo, Moeller van den Bruck fue un temprano y feroz crítico de Adolf Hitler (de quien, al igual que Oswald Spengler, rechazó la propuesta de colaborar con su movimiento), no reparó en las consecuencias cuando llegó a acusarle de «primitivismo proletario» y de su incapacidad para fundamentar intelectualmente el nacionalsocialismo, a pesar de la influencia que la obra ejerció sobre el futuro Führer y su partido, que se apropiaron de muchos temas de la obra, tergiversándolos para sus propios fines. Ante todo, el Tercer Reich, aunque con el paso de los años se fueron distanciando de él.

En vísperas de la publicación de la obra, van den Bruck incluyó un prefacio en el que se distanciaba preventivamente de cualquier consecuencia política que la obra pudiera engendrar: «El Tercer Reich no es más que una idea filosófica y no para este mundo, sino para el otro. Alemania podría muy bien perecer soñando con el Tercer Reich». Para llevar a cabo esta idea filosófica, creía que Alemania necesitaría un superhombre del tipo descrito por Nietzsche, pero que este individuo no podía ser ni Hitler ni ningún otro contemporáneo.

Durante el mismo periodo de redacción de Das Dritte Reich padeció sífilis nerviosa, que le provocaba frecuentes periodos de inconsciencia y parálisis, así como alucinaciones devastadoras, lo que se vio agravado por la repentina muerte de su hijo Peter Wolfgang.

Friedrich Nietzsche, H.S. Chamberlain y Julius Langbehn ejercieron una influencia decisiva en su pensamiento. Tras la catástrofe del mundo guillermino, Moeller se acercó con más decisión a la filosofía política e inició una larga meditación sobre el destino de Alemania y Europa. Además de Das Dritte Reich, que, como se ha dicho, influiría en numerosos intelectuales en busca de un pensamiento innovador, inspirando sobre todo el Juniklub que más tarde se convertiría en el famoso y conocido Herrenklub, bajo su dirección se publicaron las revistas revolucionario-conservadoras Das Gewissen y Der Ring.

Pero fueron sobre todo los jóvenes conservadores del grupo Die Standarte, al que pertenecía, entre otros, Ernst Jünger, quienes se inspiraron en el mito agitado por Moeller, a saber, el de un nuevo imperio.

La tesis central de los libros que le dieron fama era que los responsables de la crisis alemana eran los partidos políticos incapaces de ofrecer respuestas a la crisis existencial y cultural que envolvía a Alemania.

Frente a ellos, el erudito llamó a una «revolución» del espíritu antes que de la política. Una revolución que sería evidentemente nacional, solidarista y antiliberal. La reacción a la subversión, sostenía, no podía bastar: era necesario «preservar» los valores tradicionales sobre los que basar una nueva comunidad de destino. Moeller no tuvo tiempo de ver qué giro tomarían los acontecimientos para tomar la inexplicable decisión de quitarse la vida.

Edizioni Settimo Sigillo publicó la traducción italiana de su obra principal y la no menos importante antología L'uomo politico. Su lectura permite hacerse una idea del calibre cultural de uno de los intelectuales europeos (de posguerra) más influyentes y olvidados.

El gran juego de la guerra.

El presidente estadounidense Donald Trump sigue creando incertidumbre. Amenaza al presidente ruso Vladimir Putin y al mismo tiempo declara que todo lo que está sucediendo es culpa del ucraniano Volodimir Zelenski. De todo lo que dice Trump, sus aliados del G7 sólo retienen lo que les conviene y ahora se preparan para celebrar la victoria de los nacionalistas integristas ucranianos y para financiar la reconstrucción de Ucrania. Poco importa que no exista tal «victoria» y que no haya dinero para pagar la reconstrucción de la que tanto hablan. Para los dirigentes occidentales la guerra es sólo un juego, pero somos nosotros quienes la pagamos.

Los ministros de Finanzas y los gobernadores de los bancos centrales de los países miembros del G7 se reunieron en Canadá del 20 al 23 de mayo.

Mientras se plantea la posibilidad de decretar «sanciones» contra Rusia, Donald Trump declara: «Putin está matando un montón de gente. ¿Qué diablos le pasa? Se ha vuelto absolutamente loco, lanza misiles y drones sobre las ciudades de Ucrania sin ningún motivo. Lo que Putin no entiende es que si no fuese por mí muchas cosas verdaderamente feas le habrían sucedido ya a Rusia, cosas realmente feas. ¡Está jugando con fuego!»

La agencia TASS reporta que el día que Putin visitó la región rusa de Kursk, ya liberada de las fuerzas ucranianas que la habían invadido, el helicóptero en el que viajaba estuvo en el epicentro de una oleada de drones ucranianos, finalmente destruidos por la defensa antiaérea rusa.

El nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, ha asegurado que «Estados Unidos, Alemania, Francia y Reino Unido ya no impodrán restricciones de radio de acción al uso por parte de Ucrania de las armas que sus aliados occidentales le suministran, lo cual significa que Ucrania podrá apuntar a objetivos situados más profundamente en Rusia».

Mientras tanto, «la crema» de Occidente —los ministros de Finanzas y los gobernadores de los bancos centrales de los países del G7— se reunía en Canadá con los jefes del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Banco Mundial, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y de la Financial Stability Board (la Junta de Estabilidad Financiera). El ministro de Finanzas de Ucrania fue invitado a participar en ciertos momentos del encuentro.

En el comunicado final, los participantes declaran: «Condenamos la guerra continua y brutal de Rusia contra Ucrania y elogiamos la inmensa capacidad de recuperación del pueblo y de la economía de Ucrania. El G7 mantiene su compromiso de apoyar incondicionalmente a Ucrania en la defensa de su integridad territorial y de su derecho a existir, así como de su libertad, su soberanía y su independencia hacia una paz justa y duradera. Estamos de acuerdo en el hecho que la movilización del sector privado será importante para la recuperación y la reconstrucción de Ucrania, con costos que el Grupo del Banco Mundial ha estimado en 524 millardos de dólares».

Esta futura y colosal asignación de fondos públicos, en detrimento de los gastos sociales, se decidirá definitivamente en la conferencia que tendrá lugar en Roma, el 10 y el 11 de julio próximos.

Trump y el Estado profundo global. La escisión de Occidente.

 

Tras la llegada de Donald Trump y su equipo a la Casa Blanca, toda la arquitectura de las relaciones internacionales empezó a cambiar de manera fundamental. Uno de los fenómenos más importantes de esta nueva imagen global del mundo fue la escisión acelerada de Occidente. Mucha gente escribe y habla sobre ello, pero este fenómeno aún no ha recibido un análisis geopolítico e ideológico exhaustivo.

En primer lugar, la división de Occidente es de naturaleza ideológica. Los aspectos geopolíticos son secundarios. El hecho es que Trump y sus partidarios, que ganaron las elecciones estadounidenses en otoño de 2024, se oponen radicalmente al globalismo liberal. Y no se trata de una circunstancia momentánea o partidista, sino de una cuestión seria e importante. El actual jefe de la Casa Blanca basa toda su ideología, su política y su estrategia en una tesis central: la ideología liberal de izquierdas que dominó Occidente (y el mundo en su conjunto) durante varias décadas hasta la llegada de Trump y el inicio de los movimientos populistas en la UE, y que se vio especialmente reforzada tras el colapso del Bloque de Varsovia y la URSS, ha agotado por completo su potencial, no ha sabido hacer frente a las tareas de liderazgo mundial, ha socavado la soberanía de EEUU, que era el principal motor y cuartel general de la globalización, y ahora debe ser descartada de forma decidida e irreversible. Trump, a diferencia de los republicanos clásicos de las últimas décadas (por ejemplo, George W. Bush Jr.), no iba a corregir el globalismo en el espíritu de los neoconservadores, que insistían en el imperialismo agresivo directo para promover la democracia y fortalecer la unipolaridad sin contradecir a los demócratas en lo esencial. Trump, en cambio, está decidido a abolir por completo la globalización liberal en todas sus dimensiones proponiendo su propia visión de una arquitectura mundial. Si logrará hacer realidad sus ideas es una incógnita: la resistencia a las políticas de Trump crece día a día, pero la posición del presidente estadounidense es lo suficientemente fuerte y su apoyo popular lo suficientemente grande como para al menos intentarlo. Trump lo está intentando.

El trumpismo —al menos en teoría y en las expectativas de sus representantes más radicales— rechaza sistemática y consecuentemente el liberalismo de izquierda global. El sujeto para los liberales es toda la humanidad, que debe estar unida bajo un Gobierno Mundial (formado por liberales). Para ello es necesario fortalecer la hegemonía global de las democracias occidentales según el modelo de la unipolaridad y cuando todos sus oponentes (Rusia, China, Irán, Corea del Norte) y los que dudan sean derrotados y desmembrados, crear un mundo no polar.

Los Estados-nación deberán transferir gradualmente sus atribuciones a una autoridad supranacional (el Gobierno Mundial), que no será sólo el Estado profundo estadounidense u occidental, sino un Estado profundo mundial. De hecho, ya existe en la actualidad este Estado profundo en red: sus agentes y partidarios existen en prácticamente todas las sociedades, a menudo en puestos clave de la política, la economía, los negocios, la educación, la ciencia, la cultura y las finanzas. De hecho, la élite internacional moderna (mayoritariamente liberal, sea cual sea la sociedad a la que pertenezca) es la infraestructura en la que se basa dicho proyecto globalista.

La ideología de los liberales promueve el individualismo extremo, negando toda forma de identidad colectiva —étnica, religiosa, nacional, de género— e incluso la pertenencia a la propia especie humana, como se refleja en el programa de los transhumanistas y los defensores de la ecología profunda. Por lo tanto, la promoción de la migración ilegal, la política de género y la protección de cualquier minoría, hasta e incluyendo la teoría racial crítica (es decir, el racismo al revés), es parte integrante de la ideología liberal. Aquí, en lugar de naciones y pueblos, aparecen conjuntos puramente cuantitativos.

Mientras tanto, las élites liberales internacionales son cada vez más intolerantes con cualquier intento de criticarlas. Por eso están promoviendo activamente técnicas de control totalitario de la sociedad, entre ellas la creación de un perfil biológico de cada individuo, almacenado en Big Data. Bajo el lema de la «libertad», los liberales pretenden establecer, en esencia, una dictadura de tipo orwelliano.

Es precisamente esta ideología y las instituciones globales basadas en ella —tanto legales como ocultas— las que dominaban EEUU, Occidente y el mundo en general hasta la llegada de Trump. Naturalmente, con la excepción de Rusia, China, Irán y Corea del Norte, así como en parte Hungría, Eslovaquia y otros países que tomaron el camino de preservar y fortalecer su propia soberanía contra la presión de las estructuras globalistas.

El principal enfrentamiento se produjo entre los liberal-mundialistas, por un lado, y los países orientados a la multipolaridad, por otro. En su forma más radical, esto se manifestó en el conflicto ucraniano, donde el régimen nazi de Kiev fue especialmente creado, armado y apoyado por los liberal-globalistas para infligir una «derrota estratégica» a Rusia como polo de un orden mundial multipolar alternativo. En los países islámicos, las fuerzas islamistas radicales como ISIS, Al-Qaeda y sus derivados se utilizan con el mismo fin. De hecho, el régimen político globalista títere de Taiwán entra en la misma categoría.

Esto era lo que se llamaba comúnmente el Occidente colectivo antes de la llegada de Trump. En esta configuración, las posiciones de los países individuales y los gobiernos nacionales no jugaban un gran papel. El Estado profundo global tenía sus propios programas, objetivos y estrategias, donde los intereses nacionales simplemente no se tenían en cuenta. Esto se aplicó también a los Estados Unidos: los globalistas liberales del Partido Demócrata aplicaron sus políticas sin tener en cuenta los intereses de los estadounidenses de a pie. De ahí el crecimiento de la desigualdad social, los experimentos salvajes en política de género, la inundación de EE.UU. con inmigrantes ilegales, la desindustrialización del país, la degradación catastrófica del sistema sanitario, el fracaso de la educación, el fuerte aumento de la delincuencia, etcétera. Todo esto fue secundario frente a la dominación global de las élites liberales del mundo, que han puesto rumbo hacia una singularidad política, es decir, una transición universal hacia una nueva imagen posthumana del futuro, cuando la tecnología tenga que suplantar finalmente a los humanos.

Por supuesto, los países del Sur Global se resistieron pasivamente y el papel de Rusia de promover activamente un mundo multipolar planteó un desafío existencial al globalismo liberal. Pero, en general, el Occidente colectivo actuó de forma bastante sincronizada y consiguió consolidar en torno a sí, si no a la mayoría, sí a una parte significativa de la humanidad.

El Occidente colectivo siguió estas pautas hasta el último momento y se habría consolidado si Kamala Harris, la candidata del Estado profundo global, hubiera ganado las elecciones estadounidenses. Pero algo salió mal para los globalistas y Trump ganó: él no es su protegido. Además, el programa de Trump es directamente opuesto a los planes de los liberal-globalistas.

En primer lugar, Trump se opuso al Estado profundo, aunque, al principio, sólo en relación con Estados Unidos, contra la cúpula del Partido Demócrata y el ecosistema que los globalistas habían construido en la sociedad estadounidense durante las décadas de su gobierno. Sus redes lo han impregnado todo: el aparato administrativo, las agencias de inteligencia, el poder judicial en todos los niveles, la economía, el gobierno, el Pentágono, el sistema educativo, las escuelas, la medicina, las grandes empresas, la diplomacia, los medios de comunicación, la cultura. Durante años Estados Unidos ha sido un puesto avanzado del Occidente colectivo y la influencia de Estados Unidos en Europa y el resto del mundo se ha identificado firmemente con el liberalismo y el globalismo. Trump, sin embargo, ha declarado la guerra contra esas ideas.

Los primeros pasos de su administración estuvieron dirigidos a desmantelar el Estado profundo. La creación del DOGE bajo la dirección de Elon Musk, el cierre de la USAID, las reformas radicales en educación y medicina, el nombramiento de asociados (Vance, Hegseth, Patel, Gabbard, Bondi, Savino, Homan, Kennedy Jr.) convencidos y comprometidos con la ideología de Trump en puestos clave del Gobierno, el Pentágono y los servicios de inteligencia, se convirtieron en auténticas operaciones políticas e ideológicas dirigidas contra los liberales.

En su primer día en la Casa Blanca, Trump abolió por orden ejecutiva la política de género, la ideología woke y el DEI (promoción activa de las minorías). Inmediatamente comenzó la lucha contra la inmigración ilegal, la delincuencia y la entrada sin trabas de los cárteles mexicanos de la droga en Estados Unidos.

Una vez en el poder, Trump comenzó esencialmente a sacar a Estados Unidos del sistema colectivo occidental, colapsando las estructuras del Estado profundo global y destrozando el ecosistema de redes creado por los liberales durante décadas.

Al principio lo hizo de forma abierta y dramática. Elon Musk, en su red social X.com, asumió el papel del anti-Soros y comenzó a apoyar activamente a las fuerzas populistas de derechas en Europa y África, oponiéndose directamente a los globalistas. Los antiglobalistas recibieron el apoyo tanto del ideólogo de Trump Stephen Bannon como del vicepresidente Vance.

En consecuencia, la geopolítica de Trump presenta un panorama muy diferente al de los globalistas. Rechaza el internacionalismo liberal, exige un giro hacia el realismo en las relaciones internacionales y proclama que el objetivo supremo es la soberanía nacional de Estados Unidos como gran potencia. No reconoce ningún argumento a favor de la prioridad de promover el liberalismo a escala mundial en detrimento de los intereses estadounidenses. Endureció la política de inmigración hasta llegar a extremos, intentando que las industrias críticas vuelvan a Estados Unidos, sanear el sistema financiero y hacer realidad los intereses estratégicos en las inmediaciones de Estados Unidos, lo que significa que Canadá, Groenlandia y la seguridad de la frontera sur con México son la prioridad.

Es en este contexto general en el que debe verse la tan cacareada guerra de Rusia en Ucrania. Para Trump, como ha dicho muchas veces, esta no es su guerra. Fue preparada, instigada y luego librada por el Estado profundo global (esencialmente el Occidente colectivo). Al convertirse en presidente de Estados Unidos, Trump heredó esta guerra, pero dado que su ideología, políticas y estrategia se construyen casi en completa oposición a los globalistas, esta guerra es una guerra que quiere terminar lo antes posible. No sólo no es su política, sino que es lo contrario de su propio programa. Está mucho más preocupado por China que por Rusia, que no amenaza los intereses nacionales estadounidenses desde ninguna dirección en absoluto.

Los primeros pasos hacia la adopción de una estrategia liberal-globalista de la política exterior estadounidense fueron dados por Woodrow Wilson inmediatamente después del final de la Primera Guerra Mundial. Y desde entonces, con diversos giros y episodios, ha sido dominante en EEUU. Trump está decidido a abandonar esta política en favor del realismo clásico, la prioridad incondicional de la soberanía nacional y, de hecho, el reconocimiento de un mundo multipolar en el que pueden existir otras grandes potencias junto a Estados Unidos, aunque sus sistemas políticos no tengan que ser necesariamente liberal-democráticos. Y Trump niega categóricamente la idea de abolir los Estados-nación en favor de un gobierno mundial. En cuanto a la política de género, la migración, la cultura de la abolición y la legalización de la perversión, todo esto le resulta francamente repugnante a Trump, cosa que no oculta.

¿Qué conclusión podemos sacar de nuestro breve repaso? En primer lugar: la escisión del Occidente colectivo está en pleno apogeo y poco a poco un nuevo orden mundial, que recuerda mucho más a la multipolaridad, está ocupando el lugar de un sistema liberal-globalista único y monolítico con sus ramificaciones planetarias (de hecho, también en Rusia, desde finales de 1980 y sobre todo desde 1990, las redes liberales han penetrado hasta lo más alto y casi dominado el Estado hasta la llegada de Putin). En general, este giro corresponde a los intereses de Rusia tanto a corto como a largo plazo y la crisis del proyecto liberal-globalista, el debilitamiento y probable colapso del Estado profundo mundial sólo nos beneficiaran. De hecho, esto es por lo que estamos luchando: por un mundo en el que Rusia sea una gran potencia soberana, un sujeto y no un objeto.

La gravedad y profundidad de los cambios en la política mundial desde la llegada de Trump es un fenómeno muy importante. No es seguro que todo esto sea irreversible, pero, en cualquier caso, lo que Trump ha hecho, está haciendo y probablemente hará para dividir al Occidente colectivo, contribuye objetivamente al establecimiento y fortalecimiento de la multipolaridad. Dicho esto, no hay que subestimar las fuerzas de resistencia. El Estado profundo global es un fenómeno poderoso, muy serio, minucioso y profundamente escalonado. Y sería errado descartarlo precipitadamente. Estas estructuras siguen controlando los principales países europeos y siguen siendo extremadamente fuertes en Estados Unidos, y es el estado profundo global el que creó la Ucrania nazi moderna como estructura terrorista. Es con el Estado profundo global con el que estamos realmente en guerra. No con Occidente ni con Estados Unidos. Sólo el liderazgo en los Estados ha cambiado y con ello cambia el panorama. Pero el Estado profundo global no es reducible a Estados Unidos, la CIA, el Pentágono o Wall Street, sigue existiendo y continúa aplicando su política a escala mundial. Es muy probable —e incluso seguro— que los representantes del Estado profundo traten de influir en Trump, empujarlo a cometer errores y dar pasos fatales, sabotear sus esfuerzos e iniciativas, o simplemente eliminarlo en algún momento. Tales intentos, como sabemos, ya se han producido.

Por lo tanto, hoy más que nunca, valdría la pena emprender un examen serio y profundo de lo que realmente nos ocupa en la democracia liberal, sus teorías, sus valores, sus programas, sus objetivos, estrategias e instituciones. Esto no es tan fácil como parece: nosotros mismos estuvimos hasta hace poco bajo su control e influencia y quizá en cierto modo todavía lo estemos. Hasta que no comprendamos la verdadera naturaleza del enemigo, tendremos pocas posibilidades de derrotarlo. En Ucrania no estamos en guerra con los ucranianos, ni con Estados Unidos, ni siquiera con el Occidente colectivo, que se está derrumbando ante nuestros ojos. La naturaleza de nuestro enemigo es diferente. Queda por ver cuál es.

Los imperialistas estadounidenses frenan la revolución trumpista.


Numerosos periodistas fingen no entender la partida que se está jugando en Washington. Para ellos, Elon Musk y Donald Trump son advenedizos que sólo se apropian de lo que pueden en el Estado federal sin modificar las estructuras. Pero la realidad es diferente: el presidente Donald Trump está tratando de desmantelar el imperialismo enraizado en su país. Trump destruye las agencias, secretas o públicas, que bajo pretextos diversos financiaban legalmente a los organizadores de revoluciones de colores y de otras formas de golpes de Estado.

El presidente Donald Trump se había fijado el desmantelamiento del «Imperio estadounidense» como objetivo inicial de su primer mandato presidencial. Ya en la Casa Blanca, designó al general Michael Flynn para ser su consejero de seguridad nacional[1] y suprimió la presencia permanente del director de la CIA y del jefe del Estado Mayor Conjunto en el Consejo de Seguridad Nacional[2]Los imperialistas estadounidenses se unieron entonces a los demócratas para enfrentarse a Trump y en solamente 2 semanas, lo obligaron a destituir al general Flynn e iniciaron contra él mismo todo tipo de operaciones tendientes a desacreditarlo, incluyendo 2 procedimientos de destitución (impeachment), llegando a acusarlo de ser un agente ruso.

Es con toda esa experiencia previa que Donald Trump aborda su segundo mandato, en 2025, siempre con el mismo objetivo: desmantelar el «Imperio estadounidense». Pero esta vez, Trump ha mencionado ese tema de fondo sólo en su nuevo discurso de Riad, el 13 de mayo. Después de recordar el discurso que pronunció hace 8 años, en la misma sala, donde exhortaba los Estados musulmanes a poner fin al apoyo que aportaban a las organizaciones terroristas[3], Trump llamó esta vez a reemplazar la guerra por el comercio, denunció los «constructores de naciones», los «neoconservadores», las «ONGs liberales» y «otros intervencionistas que pretenden reformar sociedades complejas que ellos mismos no entienden» y elogió la vitalidad de los pueblos del Medio Oriente ampliado o Gran Medio Oriente. Trump declaró: «Como ya lo he demostrado en numerosas ocasiones, estoy dispuesto a poner fin a los pasados conflictos y a forjar nuevas asociaciones en aras de un mundo mejor y más estable, aunque nuestras divergencias pueden ser muy profundas. (…) En los últimos años, demasiados presidentes estadounidenses se han sentido acosados por la idea de que nuestro deber sería examinar las almas de los dirigentes extranjeros y utilizar la política de Estados Unidos para hacerles pagar sus pecados. (…) Si las naciones responsables de esta región aprovechan este momento, dejan de lado sus diferencias y se concentran en los intereses que los unen a ustedes, la humanidad entera se asombrará pronto de lo que verá aquí, en este centro geográfico del mundo, el corazón espiritual de sus más grandes religiones».

Pero, fuera del ojo de las cámaras, es ante los tribunales donde el presidente Donald Trump lucha por disolver los órganos del imperialismo. Por ejemplo, el Departamento de Eficacia Gubernamental (DOGE) rápidamente despidió a los funcionarios de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), de la National Endowment for Democracy (NED) y sobre todo a los del Instituto de la Paz de Estados Unidos (USIP). Pero no ha logrado limpiar el extremadamente opaco Buró del Servicio Fiscal.

En un primer momento, Elon Musk estuvo encargado de mostrar a todos que la USAID no es el órgano de ayuda humanitaria que se decía sino una verdadera «organización criminal». Musk sacó a la luz gastos turbios en el exterior por un total de 200 millones de dólares, incluyendo 1,5 millones de dólares asignados a los medios de prensa anticubanos, 2 millones de financiamiento para un film de animación transgénero en Perú, 2,1 millones de dólares para financiar la BBC en Libia, 8 millones de dólares para la compra de suscripciones a Politico Pro, 10 millones de dólares para comidas destinadas a grupos terroristas vinculados a al-Qaeda, 15,4 millones de dólares para asociaciones LGTBQI+, 20 millones de dólares para producir una versión iraquí de la serie de televisión Sesame Street, 75 millones de dólares para financiar programas de diversidad, equidad e inclusión y 150.000 millones asignados a la construcción de «un mundo equitativo con cero emisiones de gases de efecto invernadero» de aquí al año 2030.

La senadora republicana Joni Ernst (Iowa) reveló por su parte que la USAID, supuestamente dedicada al trabajo humanitario, entregó en Ucrania 1 millón de dólares a una empresa de tapices, 300.000 dólares a la Ukraine Pet Alliance —dedicada a la comercialización de collares para perros—, 148.000 dólares a una empresa de producción de encurtidos, 319.000 dólares a una fábrica de procesamiento de carne y 89.000 dólares a un viñedo.

Todos estos ejemplos resultan sorprendentes cuando hablamos de gastos supuestamente vinculados a «trabajo humanitario». Pero tampoco se trata de casos de simple corrupción sino más bien de la creación de «fachadas» para la realización de actividades encubiertas.

Como resultado de una denuncia presentada por Democracy Forward y Public Citizen Litigation Group a nombre de los sindicatos American Foreign Service Association y American Federation of Government Employees, un juez federal de Columbia suspendió el despido administrativo inminente de 2.200 empleados de la USAID. El mismo juez de Columbia, Carl Nichols, ordenó también la reintegración temporal a sus puestos de otros 500 empleados de la USAID que ya habían sido despedidos.

Las reacciones, tanto en Estados Unidos como a nivel internacional, ante el intento de la administración Trump de cortar los presupuestos de la USAID fueron coordinadas por Nina Jankowicz, quien, después de haber trabajado como responsable de la censura impuesta por la administración Biden, hoy trabaja desde Londres. Según Elon Musk, Nina Jankowicz también recibía financiamiento de la USAID. Ella dice que no.

Los partidarios de Donald Trump han subrayado que el Organized Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP), suministrador de las «informaciones» falsas que permitieron iniciar contra Trump un procedimiento de impeachment durante su primer mandato presidencial, el UkraineGate, también era una creación de la USAID. Varios medios de diferentes países —Mediapart en Francia, Drop Site News y Reasonator en Estados Unidos, Il Fatto Quotidiano en Italia y Reporters United en Grecia— eran utilizados por la USAID, quizás sin que sus propios dirigentes lo supieran, para difundir las «noticias» o «informaciones» que la CIA estadounidense quería hacer públicas.

La administración Trump no ha podido disolver el USIP y la NED, dos agencias creadas por el presidente Ronald Reagan para garantizar una fachada legal a ciertas operaciones de la CIA. El problema es que el USIP y la NED no dependen de la Casa Blanca sino que son entidades jurídicas autónomas, aunque su presupuesto anual es aprobado por el Congreso como parte de los gastos del Departamento de Defensa y del Departamento de Estado. El USIP y la NED son fondos de capital-riesgo dedicados a la «democracia». Al igual que la OTAN, creada oficialmente para luchar contra el comunismo —aunque su primer secretario general, el general británico Hasting Ismay, confesó que en realidad tenía un objetivo muy diferente[4]—, el USIP y la NED fueron creados oficialmente para aportar medios a quienes defienden la democracia ante el comunismo. Sin embargo, también al igual que la OTAN, el USIP y la NED no fueron disueltos cuando desapareció la URSS. Actualmente, tanto la OTAN como el USIP y la NED no son otra cosa que órganos del imperialismo anglosajón. Es por eso que el tándem Estados Unidos-Reino Unido dirige la OTAN, mientras que el USIP y la NED han sido incorporados a la alianza de los servicios secretos anglosajones, los «Cinco Ojos» (The Five Eyes) (Australia, Canadá, Estados Unidos, Reino Unido y Nueva Zelanda).
[4] En los años 1950, el general británico Hasting Ismay, como secretario general de la alianza atlántica (desde 1952 hasta 1957) describía los objetivos de la OTAN de la siguiente manera: «Mantener a los estadounidenses dentro, a los rusos afuera y a los alemanes bajo tutela».

Después del despido de la mayoría de los empleados de la USAID, muchos lograron ser reintegrados gracias a decisiones judiciales. Varios tribunales han considerado que la reforma decidida por el DOGE era ilegal y la han anulado. El presidente Trump esperaba librar el mundo de la influencia nefasta de la USAID, el USIP y la NED, pero ahora resulta que la Casa Blanca, el Departamento de Defensa y el Departamento de Estado no cuentan con la autoridad necesaria para disolver esas agencias, ni siquiera teniendo en cuenta que sus actividades no corresponden con sus objetivos supuestos.

En todo caso, en este momento ya está definitivamente demostrado que el USIP y la NED utilizaron fondos federales, asignados por el Congreso, para intervenir no sólo en la vida política de otros países sino incluso en el escenario político de Estados Unidos. Por ejemplo, el USIP y la NED participaron en la creación del Digital Forensic Research Laboratory (DFRLab), que censuró las opiniones de los estadounidenses que denunciaban la manipulación de la elección presidencial de 2020 a favor de Joe Biden. También financiaron el Global Disinformation Index, una asociación británica que desató una campaña mundial para cortar los ingresos publicitarios a medios de difusión que luchan contra el «imperialismo estadounidense», principalmente medios estadounidenses favorables a Donald Trump.

El DOGE también se esforzó por penetrar en el Buró del Servicio Fiscal. Estructuralmente hablando, ese Buró es una administración dependiente del Departamento del Tesoro, así que los empleados del DOGE tendrían que tener acceso a sus oficinas y deberían haber tenido acceso a los expedientes que contienen todos los pagos que realizan las diferentes instituciones y órganos estadounidenses… incluyendo los pagos a responsables políticos extranjeros. Es importante tener en cuenta que el «Imperio estadounidense» paga salarios a ciertos jefes de Estado y/o de gobiernos extranjeros, así como a ministros, diputados y otros líderes políticos del mundo entero para que defiendan los intereses del imperio… en lugar de los intereses de sus propios países. Al menos una veintena de dirigentes franceses figuran en esas listas de asalariados —que cobran como mínimo 7.500 euros. Pero, ¡sorpresa!, al principio un juez prohibió al DOGE todo acceso a ese fichero argumentando que también contiene información confidencial sobre ciudadanos estadounidenses. En un segundo tiempo, el DOGE obtuvo permiso para que al menos uno de sus empleados pudiera consultar ese fichero… pero sin poder copiarlo, sólo fue autorizado a tomar notas con papel y lápiz. Resultado: todavía habrá que esperar para enterarnos de quiénes son los dirigentes que traicionan a sus conciudadanos.

El «Imperio estadounidense» cuenta todavía con muchas más estructuras opacas, como la U.S. African Development Foundation, cuya sede está a pocos metros de la Casa Blanca. Esa organización es independiente de la administración… pero vive sólo de los fondos federales. Cuando el DOGE trató de entrar en su sede, un servicio armado de seguridad privada le cerró el paso.

La oposición imperialista a la revolución trumpista no ha dicho aún su última palabra. De hecho está obstaculizando la aplicación de las decisiones presidenciales en espera de las próximas elecciones de medio mandato (las llamadas mid-term election), abrigando la esperanza de que los partidarios del presidente Trump salgan derrotados. Pero, mientras tanto, va creando nuevas estructuras que le permitan mantener su influencia, aunque el Congreso actual no le apruebe nuevos financiamientos.

Los neoconservadores son la herramienta usada por los globalistas para intentar controlar a Trump.

 

La élite liberal de la UE y EEUU quieren crear un Gobierno Mundial y su objetivo actual es obligar a EEUU a seguir luchando contra Rusia para perjudicar tanto a Putin como a Trump. Zelensky y su Organización Terrorista Internacional (OTI) son la vanguardia de este Gobierno Mundial.

En Europa, el Estado Profundo ha establecido una dictadura directa, burlándose abiertamente de sus propios principios democráticos al atacar al turo-trumpismo de AfD, Marine Le Pen, Georgeascu, Simion y demás. Todavía no han conseguido acabar con Orbán, Fico, Meloni o Vučić, pero lo están intentando.

La conversación entre Putin y Trump ayudará a Trump a entender mejor contra quién está luchando realmente en Ucrania. Esto es clave. Los neoconservadores en Estados Unidos forman parte del Estado Profundo globalista. Durante el primer mandato de Trump, bloquearon muchas de sus iniciativas o casi todas.

La influencia de los neoconservadores es mucho más débil ahora, pero todavía existen y están empujando desesperadamente a Trump hacia la guerra con Rusia, apoyando a terroristas como Zelensky e imponiendo nuevas sanciones. Los neoconservadores son la herramienta de los globalistas para controlar intentar controlar a Trump.

La conversación Trump-Putin es un paso crucial para aclarar la situación real, al menos por parte de Trump. Putin ya la comprende perfectamente esto y está ayudando a Trump a que lo entienda. Esto pone furioso al Estado Profundo. Se trata del tango de las grandes potencias.

¿Qué significa la paz en Ucrania para Trump? Significa que Estados Unidos no participe en esta guerra y despejar cualquier duda sobre una escalada nuclear. Y esto es fácil de lograr. Estados Unidos puede declarar unilateralmente la paz y retirarse y la escalada terminará. Sí, así de simple.

Donald Trump desvincula a Estados Unidos de Israel.

Donald Trump propuso pacientemente a Benyamin Netanyahu que negociara con la resistencia palestina. Pero lo único que encontró en el primer ministro de Israel fue una ciega obstinación por masacrar a los palestinos, anexar Gaza y el sur de Siria y desatar una guerra contra Irán. Así que la administración Trump pasa ahora a otro registro. Hoy ya es evidente para Trump, como para todos los que nos interesamos por lo que ha venido ocurriendo en el Medio Oriente durante los 80 últimos años, que los sionistas revisionistas son enemigos de la paz… y que también son enemigos del propio Israel.

Cuando era el presidente electo de Ucrania, Volodimir Zelenski y el primer ministro de Israel Benyamin Netanyahu, quien preparaba entonces la reforma de las Leyes Fundamentales israelíes —calificada por la oposición de «golpe de Estado jurídico»— ya mostraban gran empatía. Ahora hace 3 años que Zelenski y Netanyahu hacen avanzar la agenda de los sionistas revisionistas, mintiendo al mundo entero y sumiendo a Occidente en una guerra contra Rusia mientras impulsan la masacre contra los civiles palestinos.

El principal obstáculo que Donald Trump está encontrando en sus negociaciones de paz, tanto con Irán como frente a Ucrania, es el papel de los sionistas revisionistas que hoy ejercen el poder en Israel[1].

Hace 2 semanas que presenté aquí, de forma detallada y con las pruebas necesarias, las presiones que los sionistas revisionistas ejercen constantemente sobre Washington tratando de hacer fracasar las negociaciones del presidente Trump con la República Islámica de Irán[2]. Pero en aquella crónica no abordé las presiones de los sionistas revisionistas israelíes en favor de los nacionalistas integristas ucranianos[3]Esas presiones sólo se hicieron públicas el 3 de mayo, con los elogios enfáticos del ex-ministro israelí Natan Sharanski hacia Volodimir Zelenski[4].

Yo había explicado antes cómo y por qué los sionistas revisionistas y los nacionalistas integristas se habían unido, en 1921, contra los bolcheviques y contra numerosos judíos ucranianos. Ante aquella alianza, la Organización Sionista Mundial ordenó una investigación y Vladimir «Zeev» Jabotinsky tuvo que renunciar al cargo que ocupaba en el consejo de administración de la organización[5]Aunque existen algunas excepciones, como los trabajos de Grzegorz Rossolinski-Liebe, es obvio que los historiadores judíos prefieren ignorar aquel asunto —no les entusiasma estudiar cómo los judíos fueron masacrados por otros judíos. Además, el propio Natan Sharanski, desde su posición como presidente del Centro de Conmemoración del Holocausto de Babi Yar, en Ucrania, impide que los historiadores estudien ese tema.

Y no debemos olvidar los contactos de los sionistas revisionistas judíos con el Obersturmbannfuher SS Adolf Eichmann, contactos que se mantuvieron hasta que el Ejército Rojo tomó Berlín, el 2 de mayo de 1945[6].

Al principio de la operación militar especial rusa, el entonces primer ministro israelí, Naftali Bennett, exhortó Volodimir Zelenski a reconocer las justas exigencias de Moscú en cuanto a «desnazificar Ucrania» y el general Benny Gantz, en aquel momento ministro de Defensa, declaró rotundamente que, mientras él estuviese vivo, Israel no suministraría armas a «los asesinos de judíos ucranianos», aludiendo así a los nacionalistas integristas ucranianos, cuyos predecesores participaron junto a las SS alemanas en la masacre de Babi Yar[7]. En cambio, el actual primer ministro de Israel, Benyamin Netanyahu, no tardó en autorizar las empresas israelíes a vender armas al régimen de Kiev.
[7] El 29 y el 30 de septiembre de 1941, precisamente dos semanas después del traslado de Stepan Bandera de Kiev a Berlín, los Einsatzgruppen de las SS alemanas y los nacionalistas integristas ucranianos de Stepan Bandera —considerado un héroe por el actual régimen de Kiev— masacraron a tiros 33.771 judíos ucranianos en Babi Yar.


En 2022, el ministro de Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, respondía a quienes afirmaban que, dado el hecho que Zelenski es judío, era absurdo hablar de nazismo en Ucrania: «¿Zelenski es judio? Eso no contradice los elementos del nazismo en Ucrania. Hitler también tenía sangre judía. Eso no significa absolutamente nada. El pueblo judío, en su sabiduría, ha dicho que los antisemitas más fervorosos son generalmente judíos. Como se suele decir, cada familia tiene su oveja negra».

En aquel momento, el líder de la oposición israelí, Yair Lapid, respondió a Lavrov: «Esas observaciones son a la vez imperdonables y escandalosas. Pero son también un terrible error histórico. Los judíos no se mataron entre sí durante la Shoah. El nivel más bajo del racismo contra los judíos es acusar a los mismos judíos de antisemitismo».

Pero no debemos equivocarnos. La Historia no se divide en comunidades buenas o malas. La Historia la hacen los hombres y estos pueden asumir comportamientos diferentes. ¡Tenemos que abrir los ojos ante la realidad!

Hoy convertido en enviado especial de su amigo Donald Trump, el promotor inmobiliario Steve Witkoff es de cultura judía, pero ha entendido perfectamente las explicaciones del presidente Putin sobre los sionistas revisionistas israelíes y los nacionalistas integristas ucranianos. Ahora, los medios de prensa occidentales acusan a Witkoff de hacerse eco del enfoque ruso sobre la cuestión ucraniana.

Pero volvamos al tema que nos ocupa. Donald Trump es el presidente de Estados Unidos, país cuyo mito fundacional afirma que fue fundado por los «Padres peregrinos» que huyeron del «faraón» de Inglaterra atravesando el Atlántico, como los hebreos que cruzaron el Mar Rojo, y que instalaron una colonia en Plymouth, como los hebreos que fundaron la «Tierra prometida». Los estadounidenses de hoy celebran anualmente ese mito el Día de Acción de Gracias. Todos los presidentes estadounidenses, sin excepción, desde George Washington hasta el propio Donald Trump mencionan ese mito fundacional en sus discursos oficiales. Por consiguiente, la alianza entre Estados Unidos e Israel es algo que no se discute.

En Estados Unidos, país donde proliferan las sectas, país que proclama la libertad de culto pero no la libertad de conciencia, y que denuncia el laicismo francés sin entenderlo, existe un movimiento «cristiano sionista». Ese movimiento se compone de cristianos que ven en el Israel bíblico el actual Estado de Israel. Y ese movimiento votó masivamente por Donald Trump, quien ahora tiene una especie de deuda con estos «cristianos sionistas». Ya convertido nuevamente en presidente, Donald Trump designó a la pastora Paula Blanche —también vinculada a los «imperialistas japoneses»— como directora de la nueva Oficina de Fe en la Casa Blanca.

En todo caso, si bien es cierto que nadie en Estados Unidos puede cuestionar la alianza con Israel, eso no implica de ninguna manera un apoyo invariable a los sionistas revisionistas que están en el poder en Tel Aviv.
El movimiento yemenita Ansar Allah, encabezado por Abdul-Malik al-Houthi ha resistido la embestida estadounidense. Ansar Allah llegó con Washington a un acuerdo de libre circulación. En virtud de ese acuerdo, el movimiento yemenita ya no atacará los barcos estadounidenses. Pero ese acuerdo no incluye los barcos de Israel, que seguirán siendo atacados como expresión del apoyo de Ansar Allah a la población de Gaza.

Lentamente, el presidente Donald Trump va estableciendo una importante diferencia entre Israel y la persona del primer ministro Benyamin Netanyahu. Al recibirlo en la Casa Blanca —a pesar de la orden internacional de arresto que pesa sobre él—, Trump hizo que su secretario de Estado, Marco Rubio, proclamara que su administración es la más proisraelí de la historia.

Pero al mismo tiempo, aun recibiendo a Netanyahu en la Casa Blanca, Trump se opuso firmemente al plan de Netanyahu, que finalmente interrumpió el acuerdo de paz firmado con el Hamas y que pretende ocupar militarmente Gaza. Trump incluso llegó a contradecir públicamente a Netanyahu al afirmar que tropas de Estados Unidos —no de Israel— podrían asumir el control de Gaza. Ahora, después de comprobar que sus provocaciones no surten efecto en Tel Aviv, el presidente Trump acaba de dar un paso decisivo. Sin prevenir al aliado israelí, la administración Trump acaba de negociar una paz separada con Ansar Allah, precisamente cuando ese movimiento yemenita atacaba el aeropuerto Ben Gurion, en Tel Aviv.

Restaurando la división entre el Yemen del Norte y el del Sur, el movimiento Ansar Allah, liderado por la familia al-Huti (de ahí viene la denominación peyorativa de «hutis» o «hutistas» que los medios occidentales utilizan para designar a los miembros de ese movimiento), logró poner fin a la guerra (con ayuda de Irán) y ahora apoya a los civiles palestinos atacando los barcos israelíes, o vinculados a intereses israelíes, que transitan por las aguas del Mar Rojo. Importante: el Consejo de Seguridad de la ONU nunca ha condenado esos ataques sino el hecho que perturban la libertad de navegación de los barcos que nada tienen que ver con lo que sucede en Gaza. En una actitud de franco desprecio hacia la ONU, Estados Unidos y Reino Unido inicialmente crearon una coalición militar para responder a los ataques de Ansar Allah y prestar ayuda a Israel… mientras que el ejército israelí continuaba la matanza de civiles en Gaza. Los ataques contra los objetivos militares de Ansar Allah nunca arrojaron resultados significativos, porque se hallan en su mayoría protegidos en fortificaciones subterráneas. Los militares estadounidenses y británicos comenzaron entonces a atacar directamente a personalidades yemenitas, matando al mismo tiempo gran número de civiles.

En aras de presentar a Irán como un actor de esa guerra, los anglosajones acusaron constantemente a Teherán de estar proporcionando el armamento que utiliza Ansar Allah. La realidad es que el general iraní Qassem Soleimani (asesinado el 3 de enero de 2020, por orden de Donald Trump) ayudó a Ansar Allah a reorganizarse para que fuese capaz de producir localmente su propio armamento y poder continuar sus operaciones militares sin depender de Irán. El gobierno iraní ha señalado constantemente que ya no está implicado en la guerra en Yemen, pero los anglosajones siguen repitiendo que Ansar Allah es sólo un «proxi» de Irán, lo cual es hoy absolutamente falso.

Llegados a este punto, es muy importante tratar de entender el enfoque de Trump sobre los conflictos del «Medio Oriente ampliado» o «Gran Medio Oriente». Mediante el uso de la fuerza, Trump trata de obligar las partes implicadas en guerras, tengan o no causas justificadas para ello, a parar sus operaciones militares. Pero su objetivo no es entrar en guerra con este o con aquel actor sino obligarlos a negociar compromisos que permitan en cada caso instaurar una paz justa y duradera.

Siguiendo esa forma de razonar, Trump ordenó en 2020 el asesinato del general iraní Qassem Soleimani, justo después de haber eliminado al «califa» de Daesh, Abu Bakr al-Baghdadi; autorizó las operaciones de guerra contra Ansar Allah y ahora acaba de detenerlas —después de darse cuenta de que Ansar Allah no es un grupo terrorista sino una fuerza política realmente legítima que está administrando un Estado todavía no reconocido—; autorizó las entregas de armas a Israel… pero ahora ha comenzado a apoyar el movimiento pacifista surgido en el seno de las fuerzas armadas israelíes, de manera que en este momento los sionistas revisionistas comienzan a carecer de medios para continuar la masacre contra los civiles de Gaza. Es por eso que optan ahora por tratar de matarlo de hambre.

Todo eso confirma que el acuerdo separado de Estados Unidos con Ansar Allah debe interpretarse como una ruptura del alineamiento de Washington tras las posiciones de Tel Aviv y como un paso hacia el acuerdo con Teherán. A mediados de marzo, cuando el gobierno de Israel vislumbró el posible paso atrás de Estados Unidos, Netanyahu no se planteó la eventualidad de una paz separada y se lanzó de nuevo en una escalada militar, con 131 bombardeos contra Yemen.

Ron Dermer, quien tiene doble nacionalidad —es estadounidense e israelí— y está además muy vinculado al ya mencionado Natan Sharansky —escribieron un libro juntos—, fue nombrado embajador de Israel en Estados Unidos y ahora es ministro de Exteriores. Ron Dermer es, por consiguiente, el principal responsable de los planes de anexión de Gaza y de la masacre allí emprendida contra la población civil. Ante el hecho consumado de la paz separada entre Estados Unidos y Yemen, este sionista revisionista visitó la Casa Blanca el 8 de mayo. Allí fue recibido, «a título privado», por propio Donald Trump[8]. Y no fue precisamente una visita exitosa porque Ron Dermer trató de decirle al presidente Trump lo que tenía que hacer… y Trump no dudó en ponerlo en su lugar.

Al día siguiente, el 9 de mayo, Thomas Friedman, editorialista del New York Times, escribió: «No dudo, de manera general, que el pueblo israelí sigua considerándose un aliado inquebrantable del pueblo estadounidense y viceversa. Pero este gobierno israelí, ultranacionalista y mesiánico, no es aliado de Estados Unidos. (…) Podemos seguir ignorando el número de palestinos muertos en la franja de Gaza —son más de 52.000, incluyendo 18.000 niños—, cuestionando la credibilidad de las cifras, utilizando todos los mecanismos de represión, de denegación, de apatía, de distanciamiento, de normalización y de justificación. Pero nada de todo eso podrá cambiar el amargo hecho: los matamos, lo hicimos con nuestras propias manos. No podemos cerrar los ojos. Tenemos que despertar y gritar alto y fuerte: ¡Paren la guerra!»[9]

El enviado especial estadounidense, Steve Witkoff no se dejó embaucar por Benyamin Netanyahu. De regreso en Washington, Witkoff, puso sobreaviso a su amigo, el presidente Donald Trump, sobre el historial fascista de los sionistas revisionistas.

Por otra parte, el presidente Donald Trump tiene previsto reunirse esta semana con los dirigentes de Arabia Saudita, de Emiratos Árabes Unidos y de Qatar. Pero no se reunirá con Benyamin Netanyahu. El secretario de Defensa, Pete Hegseth, incluso anuló un viaje suyo a Israel que estaba planeado para el mismo momento. Esa anulación refuerza el mensaje de la administración Trump.

La agencia Reuters reveló el 8 de mayo que, al negociar con el heredero del trono saudita, el príncipe Mohamed bin Salman, el presidente Trump ya no plantea el reconocimiento de Israel como condición previa para cualquier acuerdo[10]. De confirmarse, eso significaría que reconocer que el Estado hebreo se ha convertido en un Estado racista judío dejaría de ser un delito en Occidente.

A principios de marzo, supimos que el presidente Trump había autorizado Adam Boehler, su negociador para la liberación de los rehenes estadounidenses, a establecer un contacto directo con Hamás, a pesar de que esta sigue siendo considerado una «organización terrorista». El 12 de mayo, ese cambio de actitud estadounidense se vio recompensado por el anuncio de la liberación del israelo-estadounidense, Edan Alexander, que había sido apresado por los combatientes palestinos el 7 de octubre de 2023, siendo portador de armas. Además, desde principios de mayo, se rumorea que, durante su viaje a Arabia Saudita, Donald Trump podría anunciar que Estados Unidos reconoce el Estado de Palestina.