La agonía del «Occidente político».

La semana pasada narré a ustedes los últimos acontecimientos alrededor del conflicto ucraniano, subrayando que el presidente de Francia, Emmanuel Macron, sería incapaz de adaptarse a los cambios en el panorama mundial.
Esta semana retomo los mismos elementos y muchos de los hechos que se han producido desde aquel momento, para mostrar que el divorcio que se instala entre la Unión Europea y Estados Unidos, así como entre los propios europeos, ya es una realidad.
Ya no hay espacio para elucubraciones. El viejo mundo acaba de ser destruido. Si no somos capaces de posicionarnos de inmediato, nos hundiremos con él.
Ciegos a esa realidad, Reino Unido y Francia se disputan ahora el lugar de Estados Unidos en Occidente, en vez de tratar de reformarse.

El diplomático alemán Christoph Heusgen, quien fue representante permanente de Alemania en la ONU y hoy es presidente de la Conferencia de Múnich sobre la Seguridad, rompió a llorar frente los participantes después de la intervención del vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, ante ese foro. Las palabras del vicepresidente Vance pusieron de relieve el divorcio entre Estados Unidos y las potencias europeas.

Durante las dos últimas semanas hemos sido testigos de un cambio histórico comparable al de la batalla de Berlín, en abril-mayo de 1945, cuando el Ejército Rojo tomó la capital de Alemania y puso fin al III Reich. Esta vez, es la administración Trump la que pone definitivamente a la Unión Europea contra las cuerdas.

Por el momento, la Unión Europea, el G7 y el G20 no se han disuelto… todavía. Pero el hecho es que esas tres estructuras ya están muertas. Lo siguiente podría ser el deceso del FMI/Banco Mundial y de la ONU.

Veamos una retrospectiva de los últimos acontecimientos, que se han desarrollado tan rápidamente que prácticamente nadie ha podido seguirlos en detalle ni entender a fondo todas sus consecuencias.

Miércoles 12 de febrero
Las principales potencias europeas, temerosas ante el tipo de decisiones que pudiera tomar la administración Trump, se reunieron en París, el 12 de febrero, para elaborar una posición común sobre el conflicto ucraniano… y decidieron seguir haciendo lo mismo que ya han hecho durante los 3 últimos años:
  • negar que violaron los compromisos que habían contraído en el momento de la reunificación alemana (o sea, que no ampliarían la OTAN hacia el este);
  • negar que Ucrania está en manos de los nacionalistas integristas (o sea, de la corriente política que se inspira en la ideología de los individuos que colaboraron con los nazis durante la 2GM);
  • y prolongar la 2GM, pero no contra los nazis sino contra Rusia.
Mientras las principales potencias europeas se reunían en París, alrededor del presidente Emmanuel Macron, en Kiev el secretario del Tesoro estadounidense Scott Bessent presentaba a Zelenski la factura por la ayuda de Estados Unidos, 500 millardos de dólares, y proponía que Ucrania la pagara con las «tierras raras», cuya existencia pregonaba Zelenski. Ya expliqué antes que con aquella propuesta Washington respondía al hecho que el propio Zelenski había ofrecido a las potencias occidentales participar en la explotación de unas riquezas que en realidad no existen.

Pero, visto desde la perspectiva de las potencias europeas, lo que se preparaba era sencillamente espantoso: si Estados Unidos se apoderaba de aquellas riquezas, los europeos quedarían excluidos de la repartición del pastel… que ellos ya se habían repartido. Y hay que insistir en esto último. Sin informar a sus conciudadanos, los gobernantes de las potencias europeas ya tenían previsto que los británicos controlarían los puertos, los alemanes las minas, etc. Aunque esto puede parecer sorprendente, en realidad no es nada nuevo —ya habían hecho lo mismo en el momento de la invasión contra Irak, cuando invadieron Libia y durante la guerra que impusieron a Siria.

Pero lo más «espantoso», para los europeos, era que Washington y Moscú —o sea, el presidente estadounidense Donald Trump y el presidente ruso Vladimir Putin— habían conversado por teléfono durante hora y media. Antes de aquella entrevista telefónica entre el presidente Trump y el presidente Putin, el enviado especial del presidente Trump, Steve Witkoff, había conversado con el presidente Putin en el Kremlin —Wilkoff, había viajado a Moscú para organizar un intercambio de presos— y había enviado al presidente Donald Trump un informe completo que echaba por tierra las afirmaciones de la OTAN sobre Ucrania. A partir de aquel momento, los dos presidentes, Donald Trump y Vladimir Putin, disponían de la misma información. Se había restablecido la línea directa de comunicación entre la Casa Blanca y el Kremlin.

Jueves 14 de febrero
El 14 de febrero, el vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, hacía uso de la palabra ante los más altos dirigentes diplomáticos y militares de la Unión Europea, en el marco de la Conferencia de Seguridad de Múnich. En su intervención, el vicepresidente de Estados Unidos simplemente resaltaba el autismo de los dirigentes europeos, quienes se niegan a tener en cuenta las preocupaciones de sus conciudadanos en temas como la libertad de expresión y la inmigración. ¿Por qué? Porque temen a sus pueblos. Y, recalcaba el vicepresidente J. D. Vance, si los dirigentes europeos tienen miedo de sus pueblos, Estados Unidos nada puede hacer por ellos.

Lunes 17 de febrero
Ese día se realizó, nuevamente en París, una segunda reunión con las mismas potencias invitadas a la anterior más la presidente de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen; y el secretario general de la OTAN, el neerlandés Mark Rutte. Esta vez, los participantes decidieron unirse frente al presidente de Estados Unidos y no aceptar que se cuestionara la política que Occidente había venido aplicando contra Rusia.

A la salida de aquella nueva reunión en París, el canciller alemán Olaf Scholz declaraba: «No debe haber una división de seguridad y responsabilidad entre Europa y Estados Unidos. La OTAN se basa en que siempre actuamos juntos y compartimos los riesgos (…). Eso no debe ponerse en tela de juicio.»

El primer ministro de Polonia, Donald Tusk, dijo: «Poco importa lo que cada cual pueda decir, a veces con palabras brutales (…), no hay ninguna razón para que los aliados no encuentren un lenguaje común entre ellos sobre las cuestiones más importantes. Es interés de Europa y de Estados Unidos cooperar lo más estrechamente posible.»

El mismo 17 de febrero, el ejército ucraniano atacó intereses de Estados Unidos, de Israel y de Italia en Rusia. Los militares ucranianos atacaron con una veintena de drones instalaciones del Caspian Pipeline Consortium (CPC), que pertenecen en parte a las petroleras estadounidenses Chevron (15%) y ExxonMobil (7,5%) y a la italiana ENI (2%). Situadas en suelo ruso, esas instalaciones, averiadas por los drones ucranianos, garantizan el suministro de petróleo ruso a Israel.

Sin embargo, los europeos no reaccionaron ante esa operación ucraniana. Mostraron la misma pasividad que cuando la CIA voló los gasoductos Nord Stream –el 26 de septiembre de 2022– que no sólo eran propiedad del gigante ruso Gazprom (al 50%) sino también de las compañías alemanas BASF/Wintershall y Uniper, de la francesa Engie, de la austriaca OMV y de la británica Royal Dutch Shell. Vale la pena recordar que la voladura de los gasoductos Nord Stream y Nord Stream 2 llevó Alemania a la actual recesión económica, que además todavía sigue extendiéndose a los demás países de la Unión Europea, sin entrar a mencionar el alza de los precios de la energía, que también afecta todos los hogares de la UE. En ambos casos, los europeos fueron incapaces de defender sus propios intereses.

Para llamar las cosas por su nombre, en septiembre de 2022, los dirigentes europeos permitieron que su principal «aliado» (Estados Unidos) dañara los intereses de todos los pueblos europeos con la voladura de los gasoductos Nord Stream y Nord Stream 2. Ahora, en febrero de 2025, acaban de permitir que el régimen ucraniano hiciera lo mismo al atacar las instalaciones del Caspian Pipeline Consortium en Rusia.

Martes 18 de febrero
Las potencias europeas se enteraron por la prensa de que, en su primer encuentro en Riad (Arabia Saudita), el 18 de febrero, las delegaciones de Estados Unidos y Rusia se habían puesto de acuerdo para:
  • desnazificar Ucrania y convertirla en un país neutral;
  • respetar los compromisos que Occidente contrajo en el momento de la reunificación alemana y poner fin a la presencia de tropas de la OTAN en todos los países que entraron en esa alianza militar después de 1990.
O sea, el presidente Donald Trump abandonó el plan del general Keith Kellogg, su enviado especial para Ucrania —publicado en abril de 2024 por la America First Foundation—, y adoptó en su lugar el plan de Steve Witkoff, su enviado especial para el Medio Oriente, quien se había entrevistado en Moscú con el presidente Vladimir Putin, gracias a la intervención del heredero del trono de Arabia Saudita, el príncipe Mohamed ben Salman —esto explica que Riad fuese el escenario escogido para el primer contacto entre las delegaciones de Rusia y Estados Unidos. En definitiva, Kellogg todavía razonaba según las ideas de la OTAN, mientras que, durante su visita en Moscú, Witkoff escuchó, comprendió y verificó la justeza de la posición rusa.

Las potencias europeas pudieron comprobar rápidamente que Washington ya había enviado la orden de repliegue a ciertas unidades militares estadounidenses —en los países bálticos y en Polonia. Para las potencias europeas, aquello destruía su «arquitectura de seguridad». Por supuesto, no existe absolutamente ninguna amenaza inmediata de invasión rusa ni china. Pero, a largo plazo y teniendo en cuenta el tiempo necesario para un rearme europeo, todos dicen tener que prepararse para lo peor.

Miércoles 19 de febrero
El 19 de febrero los embajadores de los países miembros de la Unión Europea aprobaron el 16º paquete de «sanciones» (medidas coercitivas unilaterales) de esa entidad contra Rusia. Los ministros de Exteriores lo aprobarían oficialmente el 24 de febrero, en ocasión del tercer aniversario del inicio de la operación militar especial rusa en Ucrania. Al mismo tiempo, la Unión Europea decidía desconectar del sistema SWIFT 13 bancos rusos y prohibir la realización de transacciones con 3 instituciones financieras. La UE también adoptaba «sanciones» contra 73 barcos de la llamada «flota fantasma» rusa y contra 11 puertos y aeropuertos rusos acusados de burlar el «techo» de la Unión Europea para los precios del petróleo ruso. La Unión Europea también suspendía las licencias de transmisión de 8 medios rusos de prensa.

Ese mismo día, 19 de febrero, el presidente estadounidense Donald Trump daba libre curso a su cólera contra el ucraniano Volodimir Zelenski —cuyo mandato presidencial expiró en mayo de 2024. El presidente Trump calificaba a Zelenski de «dictador sin elecciones», mientras que en Kiev su enviado especial Keith Kellogg anulaba su conferencia de prensa conjunta con Zelenski. O sea, la administración Trump rompía con el régimen ucraniano, que la administración Biden se había empeñado en amamantar.

Jueves 20 de febrero
En Washington, el senador libertariano Mike Lee (Utah) presentaba al Senado un proyecto de ley que estipula la retirada total de Estados Unidos de la ONU. Al día siguente, el representante Chip Roy (Texas) presentaba el mismo texto a la Cámara de Representantes.

Si bien el presidente Donald Trump es un «jacksoniano» —un seguidor del 7º presidente de Estados Unidos, Andrew Jackson, cuyo objetivo era reemplazar la guerra por los negocios— las élites políticas de Washington creen más que todo en el «excepcionalismo estadounidense», una teología política según la cual Estados Unidos es un pueblo elegido por Dios para aportar luz al resto del mundo. Eso implica que Estados Unidos no tiene por qué negociar con los demás y, sobre todo, no tiene que rendir cuentas ante ninguna instancia, internacional u otra.

El «excepcionalismo estadounidense» no debe confundirse con el «aislacionismo» que, en 1920, condujo el Senado estadounidense a rechazar la membresía de Estados Unidos a la Sociedad de Naciones (SDN, la antecesora de la ONU). La SDN, a diferencia de su sucesora la ONU, establecía una solidaridad militar entre los Estados que reconocían el derecho internacional. Aquello significaba que Estados Unidos tendría que aportar tropas al mantenimiento de la paz en Europa… y que las naciones europeas podían estar llamadas a intervenir en Latinoamérica, continente que Washington consideraba su «patrio trasero», según la «Doctrina Monroe».

Sábado 22 de febrero
Sin esperar a ser invitado, el presidente de Polonia, Andrzej Duda, llegó aquel día a Washington. Allí logró hablar 10 minutos con el presidente Trump —no en la Casa Blanca sino al margen de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC). El presidente polaco pidió a Donald Trump que no retirara las tropas estadounidenses desplegadas en Polonia, al menos no antes de que Polonia termine la reestructuración de sus fuerzas armadas. Dado el hecho que Polonia ya había iniciado una profunda reestructuración interna, que incluye el restablecimiento del servicio militar universal y la creación de un ejército mucho más numeroso que el actual, el presidente polaco obtuvo del presidente Trump no una «anulación» sino una «posposición» de la orden de retirada que ya había sido impartida a las tropas de Estados Unidos en Polonia.

Detalle significativo: al presidente de Polonia Andrzej Duda sólo le quedan pocos meses en el cargo, las elecciones están previstas para mayo. Constitucionalmente hablando, en Polonia el poder ejecutivo no está en manos del presidente, aunque este es el jefe supremo de las fuerzas armadas, y el primer ministro polaco, Donald Tusk, se había comprometido con los demás dirigentes europeos reunidos en París a no negociar por separado con Estados Unidos. O sea, aunque se sigue afirmando lo contrario, la verdad es que Polonia rompió el «frente unido» de los europeos, que duró sólo 10 días.

Lunes 24 de febrero
En ocasión del tercer aniversario de la operación militar especial rusa en Ucrania, la presidente del Parlamento Europeo, la maltesa Roberta Metsola; el presidente del Consejo Europeo, el portugués Antonio Costa; y la presidente de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen (la gárgola), publicaron una declaración totalmente desfasada donde se pronunciaban por «una paz completa, justa y duradera». Con aquella declaración, los 3 principales dirigentes de la Unión Europea se aferraban a la vieja narrativa, de que no hay nazis en Ucrania y Rusia es «el agresor». De esa manera contradecían no sólo los hechos sino también las últimas declaraciones de Estados Unidos, el amo económico y militar de la UE.

El mismo día, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, viajaba a Washington, en representación de todos los atlantistas europeos. Ante de recibir a Macron, el presidente Donald Trump ordenó que la jefa del equipo de trabajo de la Casa Blanca llevara a Macron a otra ala del edificio, donde lo metieron en una oficina separada para que asistiera desde allí a la reunión —por videoconferencia— del G7, reunión que el propio Donald Trump presidía desde otra oficina.

Durante 2 horas, los jefes de Estado y/o de gobierno del G7, en compañía del primer ministro de España y de Zelenski, trataron inútilmente de lograr que su amo estadounidense cambiara de opinión. Pero el presidente Trump se mantuvo en su posición: quien provocó el conflicto en Ucrania no fue Rusia sino los nacionalistas integristas ucranianos, que se esconden detrás de Zelenski. Y, de todas maneras, por principio, no es posible defender a quienes atacan militarmente intereses de Estados Unidos… aunque esos intereses estén en suelo ruso. Para que sus interlocutores entendieran bien su posición, el presidente Trump se negó a firmar un comunicado final que los europeos ya traían preparado. Incluso les advirtió que si aquel texto llegaba a publicarse —los europeos ya lo habían entregado a ciertos periodistas—, él mismo se encargaría de desmentirlo personalmente y Estados Unidos abandonaría el G7.

Fue sólo después de ese rifirrafe cuando el presidente Donald Trump recibió al presidente francés Emmanuel Macron, quien optó por no enfrentarse a su homólogo estadounidense sino más bien celebrar la amistad transatlántica. Durante la conferencia de prensa que dieron juntos, el presidente Macron interrumpió brevemente al presidente Trump cuando este último repitió que no fue Rusia sino Ucrania quien provocó el estallido del conflicto. Fuera de eso, el presidente Macron no se atrevió a contradecir al presidente Trump.

Mientras tanto, en Nueva York, la Asamblea General de la ONU debatía un proyecto de resolución presentado por Ucrania. El texto ucraniano denunciaba «la invasión total de Ucrania por la Federación Rusa» y exigía que Rusia retirara «inmediatamente, completamente e incondicionalmente todas sus fuerzas militares del territorio ucraniano dentro de las fronteras internacionalmente reconocidas del país y el cese inmediato de las hostilidades de la Federación Rusa contra Ucrania, en particular todo ataque contra los civiles y los bienes de carácter civil».
Por primera vez desde la 2GM, la delegación de Estados Unidos votó contra un texto junto a la delegación de Rusia y en contra de Canadá, los europeos y Japón, que sí aprobaron el proyecto ucraniano.

Instantes después, Estados Unidos presentó un segundo proyecto de resolución donde solicitaba que «se ponga fin al conflicto en el más corto plazo». Ese texto apuntaba a alinear la Asamblea General de la ONU junto a la posición de los negociadores estadounidenses que habían participado en el encuentro ruso-estadounidense de Riad. Pero Rusia votó en contra porque el proyecto de resolución de Estados Unidos se pronunciaba por «una paz duradera entre Ucrania y la Federación Rusa» en vez de una «paz duradera en Ucrania». Finalmente, la delegación de Estados Unidos se abstuvo en el voto sobre su propio texto por considerar que lo había redactado mal, mientras que Canadá, los europeos y Japón votaban en contra.

Martes 25 de febrero
La Alta Representante de la Unión Europea para los Asuntos Exteriores y la Política de Seguridad, la estonia Kaja Kallas, llegó a Washington para reunirse con el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio. El encuentro estaba previsto desde hacía mucho tiempo, pero fue anulado en el último minuto por la oficina del secretario de Estado, oficialmente porque su agenda estaba demasiado cargada.

Ante la anulación del encuentro, la señora Kallas anunció que se reuniría con senadores y con miembros de la Cámara de Representantes para «discutir sobre la guerra de Rusia contra Ucrania y las relaciones transatlánticas». O sea, después del voto de los miembros de la Unión Europea contra Estados Unidos en la ONU, el secretario de Estado se negaba a reunirse con la jefa de la diplomacia europea.

Miércoles 26 de febrero
En una conferencia de prensa en Kiev, Volodimir Zelenski declara que, sin garantías de seguridad de Estados Unidos y de la OTAN, cualquier acuerdo de paz será injusto y que no habrá un verdadero alto al fuego.

Jueves 27 de febrero
Antes de dejar Washington, la Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Kaja Kallas, imparte una conferencia en el Hudson Institute. Allí declara: «Hay que presionar a Rusia para que también quiera la paz.» Seguidamente afirma que Rusia «está en una posición en que no quiere la paz.»

Por su parte, el primer ministro británico, Keir Starmer, llega a la Casa Blanca con una invitación del rey Carlos III para que el presidente Donald Trump haga una segunda visita de Estado en Reino Unido. Los diplomáticos británicos creen que el presidente Trump disfrutó mucho su visita de Estado en Reino Unido, durante su primer mandato presidencial, y que es altamente sensible al entorno fastuoso de ese tipo de evento.

En la conferencia de prensa que da con Starmer, el presidente Trump dice no recordar haber llamado a Zelenski «dictador» («¿Yo dije eso? ¡No logro creer que lo dije!»). Por otro lado, Trump se muestra abierto a la idea de que el 25% de aranceles a los productos europeos no concierne al Reino Unido y parece dispuesto a aceptar que Londres devuelva a la República de Mauricio el archipiélago de Chagos —que incluye la base de la isla Diego García.

En el fondo, el primer ministro británico Starmer logró renovar la «relación especial» de su país con Estados Unidos. Esa «relación» incluye el sistema de espionaje mundial de los «Cinco Ojos» (The Five Eyes) y el hecho que el armamento atómico británico no funcionaría sin apoyo de los científicos militares estadounidenses.

Mientras tanto, negociadores estadounidenses y rusos se reunían en el consulado general de Estados Unidos en Estambul (Turquía) durante 6 horas y media, en una segunda ronda de conversaciones «a nivel técnico». El objetivo de este segundo encuentro entre rusos y estadounidenses no era avanzar sobre las cuestiones de fondo sino de resolver ciertos problemas que los ministros habían señalado en Riad, como las condiciones de funcionamiento de las respectivas embajadas en Washington y Moscú —la administración Biden había limitado severamente la actividad de la misión diplomática rusa en Washington y, en reciprocidad, el gobierno ruso había tomado medidas similares.


UN MAL RECUERDO: SOBRE LA FALTA DE CREDIBILIDAD DE ERDOGAN.

 

Hoy, muchos se preguntan por qué Estambul se ha convertido en la próxima sede de las conversaciones preliminares entre Estados Unidos y Rusia como preparativo para el encuentro entre Putin y Trump. En mi opinión, no es algo tan importante. Aunque lo más lógico hubiera sido recurrir a la India, que es una potencia-civilización soberana, fuerte y amistosa tanto con nosotros como con los estadounidenses. En este sentido, siempre me ha parecido un socio preferible.

Por supuesto, los responsables de nuestra diplomacia internacional son libres de elegir cualquier territorio. Riad hace parte del mundo islámico, Arabia Saudí también es amistosa tanto con nosotros como con Estados Unidos. Turquía, en cambio, esta empañada por las negociaciones de Estambul del 2022, las cuales fueron saboteadas por Boris Johnson y los globalistas británicos. Negociaciones que no sólo no llevaron a ninguna parte, sino que, por el contrario, fueron el detonante de acontecimientos posteriores extremadamente negativos que llegaron con la operación militar especial.

Por lo tanto, representan un mal recuerdo para los rusos y aunque Erdogan no sea poco amistoso con nosotros, despierta, por el contrario, una cierta antipatía, sobre todo después de los últimos acontecimientos en Siria. Por eso no me gusta la elección de Estambul como sede de estas conversaciones. Pero se trata de un eslabón preliminar entre otros acuerdos y relaciones que tienen que pasar por varias etapas.

En general, creo que las relaciones con Trump deberían construirse ahora, si es que existe la posibilidad de llegar a algo. Él ha demostrado en la práctica ser antiglobalista en muchos aspectos. Así que deberíamos intentar tender puentes con él. Y el hecho de que nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores lo esté haciendo ahora es acertado. No cabe duda de la importancia de estas acciones.

Pero lo importante es conseguir nuestra victoria en la Operación Militar Especial, sin esta victoria no puede haber acuerdo. Necesitamos esta victoria, necesitamos alcanzar nuestros objetivos, de lo contrario simplemente estaremos acabados. Por lo tanto, no podemos comprometer lo más importante. Podemos negociar y restablecer las relaciones con Trump, pero la cuestión de Ucrania no debe ser hecha a un lado. Las grandes potencias y sus presidentes tienen mucho de qué hablar además de ella.

En general, no creo que la cuestión de Ucrania se resuelva muy pronto. No debe resolverse en sus términos, sino en los nuestros, aunque es evidente que ellos aún no están preparados para tales negociaciones. Y hará falta algo más de tiempo para que esto ocurra. Nuestro tratado será exclusivamente con los Estados Unidos, sin la participación de la Unión Europea ni de Ucrania, porque no se «trata de ellos»: es una guerra que los anteriores amos de la Casa Blanca desataron contra nosotros. Y ahora sus nuevos gobernantes tienen que limpiar el desastre.

Y ya veremos qué condiciones propondremos. Puede que incluso algo para lo que no estén preparados. En cualquier caso, es un proceso largo. La reunión de Estambul, creo, es de carácter pasajero, técnico. No deberíamos prestarle demasiada atención. Hay que observar de cerca el desarrollo de las relaciones ruso-estadounidenses.

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

Francia, incapaz de enfrentar el efecto «Trump».

No es Donald Trump quien se ha vuelto en contra del régimen de Kiev, aunque eso es lo que tratan de hacernos creer. Es Volodimir Zelenski quien hizo bombardear intereses de Estados Unidos en suelo ruso, perjudicando a Chevron y ExxonMobil.

Es por eso que resulta totalmente absurdo creer que una simple visita a Washington bastará a Keir Starmer y a Emmanuel Macron para revertir la situación.

Es cierto que atacar a sus propios aliados puede parecer absurdo… pero eso fue lo que hicieron los nazis contra Polonia. Y es también lo que los nacionalistas integristas ucranianos acaban de hacer contra Estados Unidos.

El 20 de febrero, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, presentó su visión del conflicto con Rusia mostrando un mapa de Ucrania… al revés. Nosotros somos «los buenos» y ellos son «los malos».

12 de febrero
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, reaccionó de inmediato ante el anuncio de las conversaciones ruso-estadounidenses en Riad. Y reaccionó convocando en el palacio del Elíseo, para el 12 de febrero, una reunión entre sus 7 principales aliados en el continente europeo: los ministros de Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock; de España, José Manuel Albares Bueno; del Reino Unido, David Lammy; de Italia, Antonio Tajani; de Polonia, Radosław Sikorski; y la Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, la estonia Kaja Kallas, así como el comisario de la UE a cargo de la Defensa y el Espacio, el lituano Andrius Kubilius.

Ese cónclave iba a establecer una respuesta común. Pero, por supuesto, no se llegó a nada. Sólo Francia y Reino Unido estaban dispuestos a enviar tropas a Ucrania para hacer que se respetase la aplicación de una paz todavía hipotética. Alemania, España e Italia se opusieron firmemente. La Unión Europea y particularmente las repúblicas bálticas quisieran que se enviasen tropas… pero que lo hagan otros.

Mientras tenía lugar aquella reunión en París, el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, se hallaba en Kiev. Pero no para prometer más miles de millones de dólares, sino, al contrario, para reclamar… ¡500 000 millones de dólares! Con un aplomo digno del presidente Donald Trump, Bessent presentó a Kiev la exorbitante factura de 3 años de guerra. El jefe no electo del régimen de Kiev, Volodimir Zelenski, cuyo mandato presidencial expiró en mayo de 2024, respondió que no cederá a «la extorsión».

Bueno, esa es la versión oficial… La verdad es diferente: en junio pasado, Zelenski recibía al senador estadounidense Lindsey Graham, viejo amigo de los nacionalistas integristas ucranianos, y le explicó que al invadir su país Rusia sólo quería apoderarse de sus «tierras raras», cuyo valor el propio Zelenski estimó entonces en 10.000 o 12.000 millardos de dólares[1]. El senador Lindsey Graham repitió eso en una entrevista que dio al programa Face the Nation transmitida por CBS News el 9 de junio de 2024.
[1] 1 millardo = 1 000 millones.

Aquella idea se impuso en Estados Unidos, haciendo que la clase dirigente estadounidense se creyera exonerada de tener que escuchar la versión de la parte rusa. Pero, la agencia Bloomberg reveló, el 19 de febrero, que aquella historia de Zelenski sólo era pura intoxicación porque Ucrania no cuenta con tales recursos minerales.

Según el canal de televisión Rossiya 24, las potencias europeas ya se repartieron Ucrania. Los británicos tendrían un acceso privilegiado a los puertos, los alemanes a las minas, etc. En abril de 2022, el Congreso de Estados Unidos adoptó una ley que autoriza el suministro de armas a Ucrania (Ukraine Democracy Defense Lend-Lease Act of 2022) siguiendo el esquema de la ley estadounidense de Préstamo y Arriendo de la Segunda Guerra Mundial. Pero la administración Biden nunca aplicó aquella ley de 2022 y esta expiró en septiembre de 2023. En resumen, todo lo que Washington aportó para Ucrania, tanto en dinero como en suministro de material, es actualmente dinero perdido.

Esa es la razón por la que la administración Trump reclama hoy el reembolso de lo que Estados Unidos y los demás aliados occidentales de Kiev han aportado a Ucrania sin obtener nada. La administración Trump estima el monto de la factura en 500.000 millones de dólares, que son sólo una pequeña parte de los 10.000 millardos que, según Kiev, fueron asignados a Ucrania.

17 de febrero
En ese contexto, se hizo una segunda reunión en el palacio presidencial de París, el 17 de febrero, con los jefes de gobierno de los mismos países que la anterior, pero con la participación de la presidente de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen, y del secretario general de la OTAN, el neerlandés Mark Rutte.

Tanto la Unión Europea como la OTAN son organizaciones creadas por los anglosajones para mantener a Europa occidental bajo control. Aunque hayan sido designados por los representantes de los Estados miembros de sus respectivas organizaciones, la alemana Ursula von der Leyen y el neerlandés Mark Rutte deben sus nominaciones a la influencia de Washington y de Londres. Pero no fueron puestos en esos cargos por la administración Trump, sino por la administración Biden, así que esos dos personajes no defienden la paz sino la continuación de la guerra en Ucrania.

Y defienden la continuación de la guerra sobre todo teniendo en cuenta que los hechos se aceleran. Mientras las luminarias europeas deploraban en París la revolución trumpista, el Consejo de Defensa y Seguridad Nacional de Kiev ordenaba, el 17 de febrero, un ataque aéreo con drones contra instalaciones del Caspian Pipeline Consortium (CPC), cuyo oleoducto conecta Kazajstán con el puerto ruso de Novorosiisk. Se trata de una de las instalaciones de ese tipo más grandes del mundo y permite exportar enormes cantidades de petróleo kazajo y ruso.

Desde la proclamación de la ley marcial en Ucrania, el Consejo de Defensa y Seguridad Nacional ha sido la verdadera autoridad ejecutiva en el país. Se reúne en el palacio presidencial para que los extranjeros no sepan que esa es la estructura que ejerce de facto todas las funciones del poder ejecutivo, en lugar del presidente y de la administración presidencial. Volodimir Zelenski, cuyo mandato presidencial expiró hace 8 meses, ocupa un asiento en ese consejo, pero todas las decisiones se toman bajo la autoridad del ex jefe de los servicios secretos para el exterior (SZRU), Oleksandr Lytvynenko.

Ese Consejo de Defensa y Seguridad Nacional, que prohibió todos los partidos políticos opositores, que ha quemado 3 millones de libros y que ha prohibido la iglesia ortodoxa —mayoritaria en Ucrania— es el núcleo de los nacionalistas integristas, o sea de los discípulos de Dimitro Dontsov y de su matón, Stepan Bandera, ambos colaboradores ucranianos de los nazis antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Al bombardear, en suelo ruso, la principal estación de bombeo del Caspian Pipeline Consortium, los miembros de ese consejo sabían muy bien lo que hacían: estaban atacando los intereses de Estados Unidos en Rusia.

Entre los propietarios del Caspian Pipeline Consortium están:
• la transnacional italiana Ente Nazionali Idrocarburi (ENI) (2%);
• la Caspian Pipeline Co., filial de la estadounidense ExxonMobil (7,5%);
• la Caspian Pipeline Consortium Co., filial de la estadounidense Chevron (15%).

Además, la instalación atacada suministra la mayor parte del petróleo que se consume en Israel.

Al atacar la instalación del Caspian Pipeline Consortium, el Consejo de Defensa y Seguridad de Ucrania declaraba la guerra a Italia y a Estados Unidos.

18 de febrero
Las delegaciones de Estados Unidos y Rusia se reunieron en el palacio de Diriyah, en Riad, Arabia Saudita. Como señalé en mi análisis de la semana pasada[2], el ministro de Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, insistió para que se hablara no sólo de la guerra y de las cuestiones territoriales sino también de los problemas de fondo, como las relaciones entre las dos partes. El secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, aseguró que pondrá fin a la situación de acoso contra los diplomáticos rusos acreditados en su país, instaurada por la administración Biden. Al mismo tiempo, ya no estará de moda anular eventos artísticos porque hay rusos entre los participantes. El jefe de la diplomacia estadounidense se comprometió igualmente a aplicar los compromisos previos de su país y, por ende, a retirar paulatinamente las tropas de la OTAN de todos los países que se incorporaron a ese bloque bélico después de la reunificación alemana.

Desde el punto de vista de los belicistas occidentales, este primer contacto fue desigual, afirman que sólo Washington hizo concesiones. Pero, desde el punto de vista de los defensores de la paz, no podía ser de otra manera ya que, en todo este asunto, todas las violaciones fueron cometidas por los neoconservadores de la administración republicana de George Bush hijo y las administraciones demócratas de Barack Obama y Joe Biden. Rusia aceptó que Estados Unidos reconociera sus errores y lo aceptó sin exigir ningún tipo de compensación por los daños a ella causados por la actitud de las anteriores administraciones estadounidenses.

19 de febrero
Ese día, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, comentaba los bombardeos ucranianos y las conversaciones con Rusia: «Estoy verdaderamente decepcionado por lo que ha sucedido. Hace 3 años que vengo viendo esto… Oigo decir que, ustedes saben, ellos [los ucranianos] están contrariados porque no fueron invitados a Riad. Pero es que tuvieron su oportunidad durante 3 años y mucho más tiempo antes de esto».

Poco después, el presidente Trump emitía un mensaje más duro en Truth Social: «Piénsenlo, un comediante medianamente exitoso, Volodimir Zelenski, convenció a los Estados Unidos de América de gastar 350 000 millones de dólares para meterse en una guerra que no se podía ganar, que jamás habría tenido que comenzar, que él nunca podrá resolver sin Estados Unidos y ‘TRUMP’. Estados Unidos ha gastado 200.000 millones de dólares más que Europa, el dinero de Europa está garantizado, mientras que Estados Unidos no recibirá nada a cambio. ¿Por qué Joe Biden no exigió pagos de ecualización, en la medida en que esta guerra es mucho más importante para Europa que para nosotros? Y además de eso, Zelenski admite que la mitad del dinero que le enviamos ‘DESAPARECIÓ’. Se niega a organizar elecciones, está muy bajo en los sondeos ucranianos y la única habilidad que tenía era la de ser capaz de hacer cantar a Biden ‘como un violín’. Dictador sin elecciones, Zelenski haría mejor en actuar rápido, si no va a quedarse sin país. Mientras tanto nosotros negociamos con éxito el fin de la guerra con Rusia, algo que todo el mundo reconoce: sólo pueden hacerlo ‘TRUMP’ y la administración Trump. Biden nunca trató, Europa no pudo aportar la paz y Zelenski probablemente quiere mantener la máquina funcionando. Amo Ucrania, pero Zelenski ha hecho un trabajo espantoso, su país está quebrado y MILLONES de personas han muerto inútilmente, etc».

Espantadas, las élites occidentales pro-Biden acusaron entonces a Donald Trump de repetir la propaganda del «dictador Putin». Según las élites occidentales, el presidente estadounidense invertía las acusaciones afirmando que Ucrania había desatado la guerra y en realidad la guerra sería culpa del «dictador» que invadió Ucrania para conquistarla.

Desde el inicio de la operación militar especial de Rusia, nosotros explicamos en este mismo sitio web que el conflicto había comenzado en realidad el 19 de febrero de 2022, con los bombardeos del ejército ucraniano contra la población de los territorios del Dombás. Ese hecho incuestionable fue incluso comprobado por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), que estaba a cargo de observar la frontera interna del Dombás. El coronel suizo Jacques Baud, un experto reconocido por los servicios de inteligencia en todo el mundo subrayó en varios libros de referencia[3] que la OSCE había notificado los bombardeos del ejército ucraniano en los días anteriores al reconocimiento, por parte de la Federación Rusa, de la independencia de las dos repúblicas de la región de Donbass –Donetsk y Lugansk–, reconocimiento al que siguió horas después la firma de 2 Tratados de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua y, 2 días después, el inicio de la operación militar especial, no contra Ucrania sino contra los nacionalistas integristas.
[3] Poutine, maître du jeu?, por Jacques Baud, Max Milo éditions, 2022.

En este asunto, como siempre, quienes recurren a la mentira acaban siendo las primeras víctimas de la propaganda de guerra que ellos mismos imponen a sus pueblos. El presidente de Francia Emmanuel Macron, el jefe del gobierno británico Keir Starmer, la presidente de la Comisión Europea Ursula von der Leyen y el secretario general de la OTAN Mark Rutte no escapan a esa regla. Ahora parecen haberse creído realmente los argumentos absurdos que han venido repitiendo desde hace 3 años[4].
[4] El presidente francés Emmanuel Macron llegó a grabar un monólogo de una hora dirigido a los franceses. Evidentemente, Macron está entrenándose para presentar su «visión» sobre el conflicto ucraniano. Se trata de un claro ejercicio de autosugestión.

23 de febrero
Volodimir Zelenski, el «dictador sin elección», dijo en Kiev, en una conferencia de prensa, que estaría dispuesto a dimitir si eso permite que Ucrania sea aceptada en la OTAN, lo cual implica ignorar la oposición ya claramente expresada por Estados Unidos. Zelenski repitió que Kiev no aceptará nada que no haya negociado por sí mismo con Estados Unidos y Rusia. Otra declaración ilusoria ya que, evidentemente, las decisiones las tomarán Estados Unidos y Rusia… y la Unión Europea y Ucrania, digan lo que digan, no tendrán más opción que acatar esas decisiones.

24 de febrero
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, declaró al canal 1 de la televisión rusa que Rusia dispone de bastante más reservas de «tierras raras» que Ucrania y que el gobierno ruso está «dispuesto a trabajar con sus socios extranjeros, incluso con los estadounidenses», para desarrollar la explotación de esos recursos. En otras palabras, si se logra restaurar la paz, es posible que Washington no pueda tener acceso a las «tierras raras»… ¡que Ucrania no posee! Pero sí tendría acceso a las de Rusia.

El presidente Putin ya había dicho antes que Rusia sólo aceptará firmar la paz con Ucrania cuando haya en Kiev un presidente legítimo. Sobre las elecciones en Ucrania, que no se han podido convocar porque el Consejo de Seguridad y Defensa de Kiev se negaba a levantar la ley marcial, para poder mantener su dictadura, el presidente ruso se mostró favorable a la candidatura del general Valerii Zaluzhnyi, el ex jefe de las fuerzas armadas ucranianas, hoy embajador en Londres. El presidente Putin aseguró que entre los ucranianos Zaluzhnyi es dos veces más popular que Zelenski.

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, viajó a Washington. Según las televisiones francesas, Macron fue recibido en la Casa Blanca por el presidente Donald Trump. Pero, según las televisoras estadounidenses, el presidente francés fue recibido únicamente por la directora del equipo de trabajo del presidente Trump, lo cual constituye una violación de las reglas básicas del protocolo.

El 24 de febrero Volodimir Zelenski y sus invitados participaron desde Kiev en una reunión por videoconferencia de un «G7 ampliado» con el presidente Donald Trump, quien les habló desde la Casa Blanca.

Desde la Casa Blanca, Emmanuel Macron participó, por videoconferencia, en la reunión del «G7 ampliado» que se hizo en Kiev, con la presencia en la capital ucraniana de Volodimir Zelenski; del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau; de la presidente de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen y del presidente del Consejo Europeo, el portugués Antonio Costa. El canciller alemán, Olaf Scholz; el primer ministro de Italia, Giorgia Meloni; y el primer ministro de Japón, Shigeru Ishiba, también participaron por videoconferencia desde sus países. También participó el primer ministro de España, Pedro Sánchez, quien se hallaba en Kiev. Todos los participantes, incluyendo al presidente francés Emmanuel Macron, se inclinaron ante el presidente de Estados Unidos y aceptaron sus decisiones.

Después de haber participado por videoconferencia en un «G7 ampliado», bajo la presidencia de Donald Trump, ante cuya voluntad se inclinaron todos los participantes, el presidente de Francia, Emmanuel Macron se desplaza a otra ala de la Casa Blanca. Antes de ser admitido en la famosa Oficina Oval, el presidente de Francia tuvo que esperar a que el presidente Trump terminara otra reunión con sus consejeros.

Sólo después de esa videoconferencia, el presidente Macron fue finalmente autorizado a conversar directamente con el presidente Trump en la Oficina Oval. Se ignora lo que se dijeron los dos presidentes, pero, durante la conferencia de prensa que ofrecieron después, se congratularon sobre la «unidad». Dicho claramente, el presidente Macron renunció a sus quejas para someterse sin reservas, al igual que sus colegas del G7, a las decisiones del presidente Trump.

Por su parte, el primer ministro de Reino Unido, Keir Starmer, viajará a Washington el 27 de febrero para proponer el despliegue de una fuerza de paz británica que garantizaría el alto al fuego en Ucrania… una propuesta que los presidentes Donald Trump y Vladimir Putin probablemente rechazarán porque un protagonista del conflicto con Rusia no puede aspirar a convertirse en árbitro.

Y ya se sabe lo que vendrá después. En los próximos años, la OTAN y la Unión Europea van a disolverse, como antes se disolvieron el Pacto de Varsovia y la URSS. Esa es la única solución para mantener la unidad de Estados Unidos. Sin eso, es Estados Unidos el que va a desaparecer.

Las élites europeas tendrán que asumir solas la responsabilidad de garantizar la seguridad de sus países. Tendrán que reconstruir sus ejércitos. Ese proceso exigirá una decena de años para los países que, como Dinamarca, lo inicien a partir de mañana. Los otros quedarán expuestos a los vaivenes de la Historia.

Francia y Reino Unido ya no disponen, como tampoco los demás, de ejércitos capaces de garantizar la defensa de sus territorios. Sólo cuentan con «fuerzas de proyección» que utilizan para conservar los restos diseminados de sus antiguos imperios coloniales. Para pagar la formación de verdaderos ejércitos, cada país tendrá que recortar los presupuestos de otros sectores.

En Francia, los recortes afectarán, evidentemente, los gastos sociales. Habrá entonces que plantearse el problema del despilfarro en los servicios de salud y la enseñanza. Los franceses están convencidos, erróneamente, de que su Seguridad Social, sus subvenciones familiares y su sistema de jubilación son elementos indisociables de su República, cuando en realidad se trata de sistemas heredados del régimen fascista de Philippe Petain. Aunque algunos recibieron ciertamente el aval del Consejo Nacional de la Resistencia después de la Segunda Guerra Mundial, en realidad nada tienen de republicanos.

Así que debemos prepararnos para días difíciles. No será dentro de varios años sino en las próximas semanas, cuando tendremos que encontrar cómo pasar de nuestro actual modelo social a otro diferente, más moderno y más libre, sin perjudicar a los más vulnerables. Es poco probable que nuestra clase política actual sea capaz de lograrlo. Sus principales líderes acaban de reunirse en el palacio presidencial —ellos también— con el presidente Emmanuel Macron para confirmar que comparten su visión sobre el conflicto ucraniano y sobre la «demencia» del presidente de Estados Unidos.

A veces se puede dejar pasar un tren para tomar el siguiente. Pero este… este es el último.



TRUMP HA DECIDIDO GOBERNAR UCRANIA DIRECTAMENTE

 

Las conversaciones en Riad son, sin exageración, un gran avance. Incluso la composición de los negociadores, entre los que, por ejemplo, Estados Unidos incluyó al más bien torpe y rígido Kellogg, lo dice todo. Trump envió a las conversaciones a las personas más adecuadas para entender y escuchar la posición de Rusia y luego que se la trasmitan a él.

Al parecer, Trump está muy satisfecho con los primeros resultados de las conversaciones. La parte rusa, por su parte, expresa un optimismo cauteloso. Obviamente, todavía no se ha discutido ningún plan concreto para resolver la cuestión ucraniana. Pero, según todas las apariencias, nuestro excelente grupo dirigido por Ushakov y Lavrov ha transmitido por primera vez de forma objetiva, serena y razonada la posición de la parte rusa a los estadounidenses. Y esto es realmente una novedad, porque antes no había negociaciones, y la posición de Rusia era completamente distorsionada en los Estados Unidos. Así que no se trata sólo de un avance, sino de un avance importante.

Tenemos que tener en cuenta que estamos ante un Estados Unidos completamente diferente, con una ideología diametralmente opuesta a la que dominaba en la administración anterior, incluyendo la de Obama e incluso a Bush Jr. y Clinton. Es decir, por primera vez en décadas, y puede que incluso desde hace mucho más tiempo, Estados Unidos se ha embarcado en un rumbo completamente distinto. Y es muy importante que en estas negociaciones ya haya quedado claro que nosotros, Rusia y Putin, tenemos mucho en común con este Estados Unidos.

Así que creo que los resultados de las primeras conversaciones son muy positivos. Creo que la parte rusa, entre otras cosas, indicó claramente la inaceptabilidad de Zelenski como participante en las negociaciones, y naturalmente presentó el argumento de que era completamente ilegítimo e insostenible. Y esto fue claramente apoyado por Trump, quien inmediatamente después de las primeras negociaciones dijo que el apoyo de Zelenski en Ucrania no superaba el 4%. En consecuencia, no participará en las negociaciones con Rusia. Esto significa que Zelenski ha sido despedido por los EE.UU. y habrá elecciones en Ucrania.

Naturalmente, Zelensky se puso histérico. Apostó por los demócratas y, de hecho, participó en la campaña electoral de Kamala Harris, algo que los trumpistas no olvidarán ni le perdonarán. En consecuencia, ahora se solidariza con los líderes europeos rusófobos más agresivos, que, a su vez, también están en pánico, porque su principal apoyo, los globalistas estadounidenses, ha sido eliminados. No saben qué hacer y van de extremo a extremo: dicen que enviarán tropas a Ucrania para luchar contra Rusia, como afirman Starmer y Macron, pero luego se arrepienten, como reconoce Macron ahora mismo.

En consecuencia, los globalistas europeos están experimentando una grave psicosis maniacodepresiva, pánico e incluso agonía. Se dan cuenta de que ahora tienen que luchar en dos frentes. Tanto con nosotros como con los Estados Unidos trumpistas, que en realidad le ha declarado la guerra ideológica a Europa: o cambian de liderazgo político o se van al diablo. En cuanto a su marioneta Zelenski, que había jugado un papel importante hasta ahora, su situación actual es catastrófica.

No creo que el propio Zelenski sea mentalmente loco. Por supuesto, no me corresponde a mí juzgarlo, es necesario un examen psiquiátrico a fondo. Y cuando se encuentre en nuestras manos (y sin duda lo estará) y sea juzgado por crímenes de guerra contra Rusia y contra el pueblo ucraniano, entonces averiguaremos si está enfermo o es adicto. Como, por ejemplo, ahora sabemos a ciencia cierta con respecto a Saakashvili.

Por ahora, veo en las palabras y acciones de Zelensky el comportamiento bastante lógico de un hombre al que han abandonado. Al parecer, creía realmente en su papel de gobernante soberano y sigue interpretándolo. Aunque, por supuesto, nunca ha tenido las riendas del poder. Pero este papel ha llegado a su fin y ya no puede interpretarlo, como un actor al que han puesto en nómina. Sí, intenta hacer algunos gestos dramáticos, frotándose las manos, diciendo que irá a Riad e irrumpirá en las negociaciones. Luego dice que no, que algo ha salido mal, que no lo dejan entrar. Y aunque sigue autopromocionándose desesperadamente es obvio para todos que Zelenski está acabado.

En cuanto a Ucrania, es demasiado pronto para hablar de su futuro. Las negociaciones no han hecho más que empezar, aunque ya está claro que deben celebrarse elecciones en Ucrania. Cómo se van a celebrar esas elecciones, todavía no está claro, porque si Trump dice que Zelenski tiene un 4%, sería posible dejarlo de lado. Así que creo que los oligarcas y políticos ucranianos ya están acudiendo en tropel a Trump pidiéndole que les dé un mandato para gobernar Ucrania por cualquier motivo y prometiéndoles cualquier cosa.

Así que el resultado obvio de la primera ronda de negociaciones es el fin del régimen de Zelenski. Pero esto, por supuesto, no significa que hayamos ganado. Tenemos que continuar nuestros esfuerzos, ya que Trump, obviamente, no nos va a dar la victoria. Pero Zelenski está acabado.

OCCIDENTE Y EL CONFLICTO EN UCRANIA

La paz en Ucrania podría no ser la panacea. La causa del conflicto no es una supuesta voluntad expansionista de Rusia, aunque sea eso lo que afirma la propaganda atlantista, sino la existencia de problemas muy reales. Limitarse a reconocer modificaciones de fronteras no resuelve el problema de fondo.

La guerra en Ucrania es consecuencia de la expansión de la OTAN, que violó compromisos previos, y esa expansión amenaza directamente la seguridad de Rusia, país con fronteras tan extensas que se hace muy difícil defenderlas. Para extenderse hasta Ucrania, la OTAN apoyó grupos neonazis, que impusieron su ley en ese país. A ese problema básico se agrega el resurgimiento de un presunto «conflicto de civilizaciones» entre los valores europeos y los valores de los pueblos de Asia.

No habrá una paz verdadera mientras las potencias occidentales no respeten los compromisos que ya han contraído y los que pudieran contraer en el futuro.

Los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, y de Rusia, Vladimir Putin, iniciaron oficialmente los contactos para negociar el fin de la guerra en Ucrania. Sin importar las eventuales soluciones territoriales, lo cierto es que éstas no resolverán todo el conjunto del contencioso y este persistirá probablemente más allá de un regreso a la paz.

Tres problemas diferentes se superponen en el conflicto ucraniano:

La expansión de la OTAN hacia el este y la doctrina Brzezinski
Cuando los alemanes de la República Democrática Alemana (RDA) echaron abajo, por voluntad propia, el muro de Berlín —el 9 de noviembre de 1989—, aquel hecho imprevisto tomó por sorpresa a las potencias occidentales y estas se apresuraron a negociar el fin de las dos Alemanias. Durante todo el año 1990 se planteó la interrogante de saber si con la reunificación de Alemania el territorio de Alemania del este se convertiría o no en «territorio de la OTAN».

En 1949, cuando se firmó el Tratado del Atlántico Norte, que constituyó la OTAN, la alianza atlántica no protegía ciertos territorios de algunos de los países firmantes. Por ejemplo, las posesiones francesas del Pacífico (las islas de La Reunión, Mayotte, Wallis y Futuna, la Polinesia francesa y Nueva Caledonia) no son territorios protegidos por la OTAN. Existía, por consiguiente, la posibilidad de que, en la Alemania reunificada, la OTAN no tuviese derecho a desplegarse en el este de Alemania.

Esta cuestión es altamente importante para los Estados de Europa central y de Europa oriental que fueron agredidos por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Para las poblaciones de aquellos Estados, ver nuevos despliegues de armamento sofisticado en sus fronteras era muy inquietante, sobre todo para Rusia, cuyos 6.600 kilómetros de fronteras son extremadamente difíciles de defender precisamente debido a su extensión.

En la cumbre de Malta, realizada el 2 y el 3 de diciembre de 1989 entre el presidente estadounidense George Bush padre y el presidente soviético Mijaíl Gorbachov, Estados Unidos recalcó que no había participado en la eliminación del muro de Berlín y que no tenía intenciones de intervenir contra la URSS.

En aquella época, el ministro de Exteriores de Alemania occidental, Hans-Dietrich Genscher, declaró que «los cambios en Europa del Este y el proceso de unificación de Alemania no debían conducir a una “violación contra los intereses de seguridad soviéticos”. Por consiguiente, la OTAN debería excluir una “expansión de su territorio hacia el este, o sea un acercamiento hacia las fronteras soviéticas”».[1]

Las tres potencias aliadas ocupantes en Alemania (Estados Unidos, Francia y Reino Unido) multiplicaron entonces las promesas en cuanto a no extender la OTAN hacia el este. El Tratado de Moscú —firmado el 12 de septiembre de 1990— implica que la Alemania reunificada no reclamaría territorios en Polonia y que no habría bases de la OTAN en Alemania del este[2].

Pero los rusos descubrieron que el subsecretario de Estado, Richard Holbrooke, ya estaba viajando por toda Europa para preparar la incorporación de los antiguos miembros del disuelto Pacto de Varsovia a la OTAN.

El presidente ruso, Boris Yeltsin, amonestó entonces a su homólogo estadounidense, Bill Clinton, en la Cumbre de Budapest, el 5 de diciembre de 1994, de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE). El dirigente ruso declaró en aquella cumbre: «Nuestra actitud frente a los planes de ampliación de la OTAN, y sobre todo ante la posibilidad de que las infraestructuras avancen hacia el este, sigue siendo y será invariablemente negativa. Los argumentos del tipo: la ampliación no está dirigida contra ningún Estado y constituye un paso hacia la creación de una Europa unificada, no resisten la crítica. Se trata de una decisión cuyas consecuencias determinarán la configuración europea para los años venideros. Puede conducir [esa decisión] a un deslizamiento hacia la deterioración de la confianza entre Rusia y los países occidentales. (…) La OTAN fue creada en tiempos de la guerra fría. Hoy, no sin dificultades, [la OTAN] busca su lugar en la Europa nueva. Es importante que eso no cree dos zonas de demarcación, sino que al contrario, consolide la unidad europea. Ese objetivo, para nosotros, está en contradicción con los planes de expansión de la OTAN. ¿Por qué sembrar las semillas de la desconfianza? Después de todo, ya no somos enemigos. Ahora todos somos socios. El año 1995 marca el 50º aniversario de la Segunda Guerra Mundial. Medio siglo después estamos cada vez más conscientes de la verdadera significación de la Gran Victoria y de la necesidad de una reconciliación histórica en Europa. Ya no debe haber adversarios, vencedores ni vencidos. Por primera vez en su historia, nuestro continente tiene una posibilidad real de hallar la unidad. Dejarla pasar, es olvidar las lecciones del pasado y poner en peligro el futuro mismo»,

¿Cuál fue la respuesta del presidente estadounidense Bill Clinton? «La OTAN no excluirá automáticamente ninguna nación de la adhesión. (…) Al mismo tiempo, ningún país exterior estará autorizado a vetar la expansión».[3]

En aquella cumbre se firmaron tres memorándums, incluyendo uno con la Ucrania independiente. A cambio de su desnuclearización, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos se comprometían a abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de Ucrania.

Sin embargo, durante las guerras contra Yugoslavia, Alemania intervino como miembro de la OTAN, entrenó elementos armados kosovares en la base de la OTAN en Incirlik (Turquía) y posteriormente desplegó militares alemanes en el terreno.

En la cumbre de la OTAN realizada en Madrid el 8 y el 9 de julio de 1997, los jefes de Estado y de gobierno de la alianza atlántica anunciaron la preparación de las adhesiones de Chequia, Hungría y Polonia, y también se planteaban las de Eslovenia y Rumania.

Consciente de que no puede impedir que los Estados soberanos se incorporen a la alianza, pero a la vez inquieta ante las consecuencias para su propia seguridad, Rusia actúa en el seno de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE). En la cumbre de Estambul, el 18 y el 19 de noviembre de 1999, Rusia logra que se adopte una declaración que establece simultáneamente el principio de la libre adhesión de cualquier Estado soberano a la alianza de su elección y el principio que plantea que los Estados no deben adoptar medidas de seguridad en detrimento de la seguridad de sus vecinos.

En 2014, Estados Unidos organiza una «revolución de color» en Ucrania. Derroca al presidente ucraniano democráticamente electo —que quería mantener el país a medio camino entre Estados Unidos y Rusia— e instala en Kiev un régimen neonazi públicamente agresivo contra Rusia.

En 2004, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania se habían incorporado a la OTAN. En 2009, lo habían hecho Albania y Croacia. En 2017 también se incorporaba Montenegro y en 2020 Macedonia del Norte. Más recientemente, en 2023 y 2024, se incorporaron Finlandia y Suecia. En pocas palabras, Occidente violó todas sus promesas.

Para una mejor comprensión de cómo se llegó a la situación actual, es necesario saber también qué pensaba Estados Unidos.

En 1997, el ex-consejero de seguridad del presidente James Carter, el estadounidense de origen polaco Zbigniew Brzezinski, publicaba su libro The Grand Chessboard [«El gran tablero»], donde diserta sobre «geopolítica» pero en el sentido original del término. O sea, el tema de su libro no es la influencia de los factores geográficos sobre la política internacional. Es más bien un plan de dominación global.

Según Zbigniew Brzezinski, Estados Unidos puede seguir siendo la primera potencia mundial aliándose a los europeos y aislando a Rusia. Aunque sin llegar a darles la razón, este demócrata, entonces ya jubilado, ofrece a los seguidores de las ideas de Leo Strauss una estrategia para mantener «los rusos» a raya. Brzezinski apoya la cooperación con la Unión Europea mientras que los straussianos quieren frenar el desarrollo de la UE, según la doctrina de Paul Wolfowitz. En todo caso, Zbigniew Brzezinski llega a convertirse en consejero del presidente Barack Obama.

Nazificación de Ucrania
Al inicio de la operación militar especial del ejército ruso en Ucrania, el presidente ruso Vladimir Putin declara que el primer objetivo es desnazificar el país. Las potencias occidentales optan entonces por fingir que no conocían el problema y acusan a Rusia de exagerar algunos hechos marginales, hechos que en realidad ya se observaban a gran escala durante toda una década.

El hecho es que los dos geopolíticos estadounidenses rivales, Paul Wolfowitz y Zbigniew Brzezinski, habían establecido una alianza con los nacionalistas integristas ucranianos —o sea, con los discípulos del filósofo Dimitro Dontsov y los seguidores del nazi ucraniano Stepan Bandera[4]— durante una conferencia organizada en Washington, en el año 2000. El Departamento de Defensa de Estados Unidos ya contaba con esa alianza en 2001, cuando trasladó a Ucrania sus investigaciones sobre la guerra biológica, lo cual se hizo bajo la supervisión del Dr. Antony Fauci, en aquella época consejero de salud de Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa del presidente George Bush hijo. Fue también contando con esa alianza que el Departamento de Estado estadounidense apostó, en 2014, por la «revolución de color» denominada «Euromaidán».

Los presidentes ucranianos, Petro Poroshenko y Volodimir Zelenski, permitieron la aparición en toda Ucrania de memoriales y monumentos en homenaje a los colaboradores ucranianos del III Reich. Tanto Poroshenko como Zelenski, a pesar de ser los dos de origen judío, permitieron que la ideología de Dimitro Dontsov fuera elevada al rango de referencia histórica. Por ejemplo, la población ucraniana cree ahora que la gran hambruna de 1932-1933, durante la cual murieron entre 2,5 millones y 5 millones de personas, fue provocada deliberadamente por los rusos para exterminar a los ucranianos, una falacia que no resiste el análisis histórico serio[5], sobre todo si tenemos en cuenta que aquella hambruna asoló también muchas otras regiones de la Unión Soviética. A pesar de todo, basándose en esa mentira, Kiev ha logrado hacer creer a la población que Rusia quería invadir Ucrania. Es también agitando esa mentira que varias decenas de países, como Francia[6] y Alemania[7], han adoptado leyes o resoluciones que convierten esa propaganda en una «verdad incuestionable».

La nazificación es más extensa de lo que puede parecer. Con la implicación de la OTAN en Ucrania, el conflicto se ha convertido en una guerra por procuración de Occidente contra Rusia. Eso ha permitido a la Orden Centuria —la sociedad secreta de los nacionalistas integristas ucranianos— ganar adeptos en los ejércitos de ciertos países de la OTAN. En el caso de Francia, la Orden Centuria ya está presente en el seno de la Gendarmería Nacional, que, dicho sea de paso, nunca hizo público su informe sobre la masacre atribuida al ejército ruso en la localidad ucraniana de Bucha.

Occidente ve erróneamente a los nazis como criminales que masacraban sobre todo a los judíos. Eso es absolutamente falso. Las principales víctimas de los nazis fueron los pueblos eslavos. Durante la Segunda Guerra Mundial los nazis asesinaron grandes cantidades de personas, inicialmente a tiros y después, a partir de 1942, en campos de concentración. Los civiles eslavos víctimas de la ideología racista de los nazis fueron mucho más numerosos que las víctimas judías. En todo caso, muchos eran judíos y además eslavos. Después de las masacres de 1940 y 1941, alrededor de 18 millones de personas de todas las categorías étnicas y nacionalidades fueron internadas en los campos de concentración, y al menos 11 millones fueron asesinadas[8].

Después del periodo de la revolución bolchevique y la guerra civil estimulada desde el exterior, la Unión Soviética recuperó la unidad en 1941, cuando Josef Stalin se alió con la iglesia ortodoxa y puso fin a las masacres y las purgas para enfrentar la invasión nazi. La subsiguiente victoria sobre la ideología racial del nazismo es el elemento que consolida la Rusia de hoy. El pueblo ruso se considera el principal enemigo del racismo.

El esfuerzo por excluir a Rusia de Europa
El tercer tema de discordia entre Occidente y Rusia surgió no antes sino durante la actual guerra en Ucrania. Las potencias occidentales adoptaron una serie de medidas contra lo que Rusia simbolizaba. Ciertamente se tomaron medidas coercitivas unilaterales —injustamente denominadas «sanciones»— a nivel de gobiernos. Pero también se tomaron medidas discriminatorias al nivel de los ciudadanos. En Estados Unidos, numerosos restaurantes excluyeron a los rusos y en Europa se anularon espectáculos rusos.

Simbólicamente, se ha aceptado en Occidente la idea de que Rusia no es europea sino asiática, aunque en realidad es ambas cosas. Incluso se ha repensado la dicotomía de la guerra fría, que oponía el «mundo libre» —capitalista y creyente— al espectro totalitario —socialista y ateo—, y se ha inventado una supuesta oposición entre los valores occidentales —–esencialmente individualistas— y los de Asia —comunitarios.

Tras ese deslizamiento, resurgen las ideologías basadas en la raza. Hace tres años, yo indicaba en este mismo sitio web que el 1619 Project del New York Times y la retórica woke del presidente estadounidense Joe Biden en realidad eran una reformulación invertida del racismo[9]

Hoy observo que el presidente Donald Trump hace el mismo análisis y que ha anulado sistemáticamente todas las innovaciones woke que había introducido su predecesor. Pero el mal ya está hecho: el mes pasado la reacción de Occidente ante la aparición de DeepSeek consistió en negar que los chinos hayan podido inventar esa herramienta de inteligencia artificial y afirmar que sólo han podido copiarla. Algunas entidades gubernamentales occidentales incluso han prohibido a sus empleados utilizar DeepSeek, lo cual es de hecho una manera de hacer que la gente crea en la existencia de un «peligro amarillo».

Conclusión
Las negociaciones sobre Ucrania parecen dirigirse a lo que es directamente palpable para la opinión pública: las fronteras. Pero las fronteras no son lo más importante. En aras de vivir juntos tenemos que evitar amenazar la seguridad de los demás y reconocerlos como nuestros iguales. Eso es mucho más difícil y no depende sólo de nuestros gobiernos.

Desde un punto de vista ruso, el origen intelectual de los 3 problemas aquí analizados reside en el hecho que los anglosajones rechazan el derecho internacional[10]. Antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, el presidente estadounidense Franklin Roosevelt y el primer ministro británico Winston Churchill acordaron en la cumbre del Atlántico que, después de su victoria común, impondrían su propia ley al resto del mundo. Bajo la presión de la URSS y de Francia, los anglosajones aceptaron los estatutos de la ONU… pero los violaron constantemente, obligando con ello a Rusia a boicotear la organización cuando negaron a China el puesto que le correspondía en ella. El ejemplo más evidente de la duplicidad occidental es el Estado de Israel, que pisotea un centenar de resoluciones de la Asamblea General de la ONU, del Consejo de Seguridad y de la Corte de Internacional de Justicia (CIJ).

Es por eso que, el 17 de diciembre de 2021, cuando todo el mundo veía aproximarse la guerra en Ucrania, el gobierno de Rusia propuso al gobierno de Estados Unidos[11] evitar el conflicto con la firma de un tratado bilateral que aportaba a todos garantías de paz[12].

La idea de aquel texto era, ni más ni menos, que Estados Unidos renunciara al «mundo basado en reglas» y se alineara del lado del Derecho Internacional. Ese derecho, concebido por rusos y franceses justo antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, consiste simplemente en respetar la palabra dada ante los ojos de la opinión pública.

Thierry Meyssan

LA CONVERSACIÓN ENTRE PUTIN Y TRUMP

 

Resulta importante que el presidente Putin y el presidente Trump finalmente hayan hablado por teléfono. Este es un avance muy importante porque finalmente los líderes de dos grandes potencias han iniciado un diálogo. Por supuesto, los temas que discutieron se referían al orden mundial. De todos modos, es inadecuado que los líderes de dos grandes potencias hablen en privado sin definir los nuevos parámetros del orden mundial.

De la revolución conservadora a la repartición del mundo
Lo cierto es que se ha producido una auténtica revolución conservadora en Occidente. Trump y sus socios han dado un giro de 180 grados dentro del Occidente colectivo. Es más, ahora el Occidente colectivo simplemente no existe. Existe Estados Unidos, es decir, una Gran América cuyo poder ha sido restablecido por Trump, y una Europa liberal y globalista. Pero se trata de un desafortunado malentendido: Europa necesita alinearse con el modelo multipolar patrocinado tanto por Trump como por Putin, Xi Jinping, el gobernante de la Gran China, y Modi, el gobernante de la Gran India. Así que ahora Europa será grande o no será y nos olvidaremos de ella.

La conversación de hoy entre los dos arquitectos del nuevo orden mundial es de gran importancia. Al mismo tiempo, la Rusia de Putin no ha cambiado, sigue siendo la misma. Es más, en cierto sentido, se está convirtiendo en un modelo a seguir para la nueva Gran América. En pocas palabras, ahora estamos avanzando en la misma dirección, salvo que los estadounidenses lo están haciendo rápida y brillantemente como de costumbre, mientras que nosotros lo estamos haciéndolo gradual y pacientemente. En consecuencia, creo que el futuro del mundo moderno será decidido por una alianza entre la Rusia de Putin y la América de Trump. Pero antes de eso, por supuesto, tenemos que resolver nuestra disputa más importante: la cuestión de Ucrania.

Ucrania es nuestra y ya
Ucrania debe pertenecernos a nosotros y a nadie más. Ni a Europa ni a Estados Unidos. Al mismo tiempo es muy posible que Canadá se convierta en el Estado número 51, algo a lo que no nos oponemos, o que Groenlandia sea estadounidense, algo que nos resulta indiferente. E incluso si Europa Occidental se convierte en estadounidense tampoco nos importaría. Como dijo Putin, la élite europea no son más que perros moviendo la cola ante su amo estadounidense. Que muevan el rabo, no nos importa. Ucrania, Bielorrusia, el Báltico y parte de Europa del Este pasarán definitivamente a nuestras manos en el nuevo mapa de redistribución del poder mundial. De eso no hay dudas.

En lo que respecta a Oriente Medio, Rusia está profundizando su alianza con Irán, lo cual va en contravía a lo que hace Estados Unidos. ¿Y qué? No es para tanto. Sí, la alianza ruso-iraní se opondrá al par estadounidense-israelí. Pero al final, en esta confrontación encontraremos sin duda fórmulas comunes de tregua y zonas de influencia mutua.

Ucrania no debe desempeñar ningún papel en esta cuestión. Ucrania es nuestra, parte de Rusia y ya. Bielorrusia es nuestro aliado y ya. Irán es nuestro aliado y ya. Y entonces construiremos un equilibrio de relaciones más sutil. El hecho de que Europa deje de existir como sujeto es algo que ellos pedían y querían. Repito: o Europa será grande o simplemente no existirá.

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

Donald Trump y el conflicto en Ucrania.

Tres semanas después de su regreso a la Casa Blanca, el presidente Donald Trump trata de resolver el conflicto en Ucrania. Es evidente que sus consejeros, dejándose llevar por sus propios prejuicios, no entienden ninguna de las preocupaciones del gobierno ruso y le presentan a Trump una imagen falseada de las razones que llevaron la parte rusa a intervenir en Ucrania. Viendo que no logra avanzar, Donald Trump aplica a la cuestión ucraniana una estrategia similar a la que trata de utilizar en Gaza: se desvía del problema fundamental y opta por proponer transacciones económicas. En el caso de Ucrania, Trump trata de hacerse con el control de las «tierras raras» de ese país.

Por iniciativa del presidente francés Emmanuel Macron, Donald Trump, —siendo ya presidente reelecto— conversó en la capital francesa con el presidente no electo de Ucrania, Volodimir Zelenski, al margen de la reapertura de la catedral de Nuestra Señora de París, el 7 de diciembre de 2024.

El presidente estadounidense Donald Trump había declarado que resolvería el conflicto en Ucrania muy rápidamente. Ahora reconoce que va a necesitar más tiempo y ha designado al general Keith Kellogg como su enviado especial en Kiev. Durante el primer mandato presidencial de Donald Trump, el general Kellogg fue el sustituto del general Michael Flynn como consejero de seguridad nacional y posteriormente encabezó el estado mayor del Consejo de Seguridad Nacional.

Durante la última campaña electoral, el general Kellogg encargó a uno de sus antiguos colaboradores, Frederic H. Fleitz, la preparación de un plan para Ucrania. Ese plan fue publicado, el 11 de abril de 2024, por el America First Policy Institute[1]. Aunque se trata, en primer lugar, de un elogio al candidato Donald Trump y una crítica dirigida a Joe Biden —en aquel entonces todavía candidato a la reelección—, el documento también contiene numerosas ideas.

• En primer lugar, el general Keith Kellogg y Frederic Fleitz tildan de «ridículas» las explicaciones rusas de que la operación militar especial tiene como objetivo desnazificar Ucrania. También califican de «paranoia» el temor de Rusia a que Ucrania se convierta en miembro de la OTAN. Kellogg y Fleitz explican el fracaso de la administración Biden acusándola de haber apostado inútilmente contra Rusia al respaldar la aspiración de Kiev a que Ucrania se convirtiese en miembro de la OTAN, en vez de tratar de negociar directamente con Moscú. Y finalmente consideran que la política de Biden, que consistió en no apoyar directamente al ejército ucraniano sino en movilizar a sus aliados para que lo hiciesen en su lugar, fue un grave error cuyo resultado fue que Estados Unidos perdió el control de la situación.

• En cuanto a las negociaciones de paz, Kellogg y Fleitz no excluyen que la administración Biden haya presionado al primer ministro británico Boris Johnson para que convenciera a Zelenski de que había que torpedearlas. Observan que en abril de 2023 la administración Biden se apartó del establishment de Washington, después de haber hecho lo mismo con los dirigentes europeos —el presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, Richard Haass, y Charles Kupchan, profesor en la universidad estadounidense de Georgetown, publicaron en la revista Foreign Affairs un artículo donde señalan que los occidentales no logran alcanzar la victoria en Ucrania y que deberían por ello negociar la paz, punto de vista que compartió hasta el recientemente fallecido Henry Kissinger. Hass y Kupchan proponían concretamente que Ucrania no renunciara a los territorios que ha perdido sino que se comprometiera a recuperarlos por la vía diplomática en vez de recurrir a la fuerza, mientras que Estados Unidos contribuiría flexibilizando sus «sanciones» contra Rusia.

Lo sorprendente en el razonamiento del America First Policy Institute, es que ignora totalmente el punto de vista de Rusia y proyecta sobre Moscú la manera de pensar de los políticos de Washington. No concede la menor importancia a la presencia de nazis en el régimen de Kiev y a su creciente influencia en toda Ucrania… pero no porque ignore esa parte del problema sino porque Estados Unidos no se implicaría en una guerra por una cuestión de orden ideológico[2].

El America First Policy Institute ignora también el recelo de Rusia en cuanto al despliegue de arsenales extranjeros justo en sus fronteras —lo interpretan a lo sumo como una fobia rusa frente a la OTAN, sin tener en cuenta que para la parte rusa se trata de defender las fronteras más largas del mundo. Y, al ignorar lo anterior, el America First Policy Institute no entiende —o finge no entender— por qué Moscú creyó poder evitar la guerra presentando a Washington, el 17 de diciembre de 2021, una propuesta de tratado sobre las garantías de seguridad[3]. Todo eso nos lleva a la conclusión de que en abril de 2023 la gente que trajaba con Donald Trump no entendía absolutamente nada sobre la implicación rusa en Ucrania y, por consiguiente, tampoco entendían cómo poner fin al conflicto.

El hecho que los consejeros de Donald Trump no entienden la cuestión ucraniana se ha visto confirmado de múltiples maneras. Por ejemplo, el 25 de julio de 2023, Frederic «Fred» Fleitz se asombraba en The Federalist[4], de que la cumbre de la OTAN realizada en Vilnius (Lituania) no fijara fecha para la adhesión de Ucrania a ese bloque bélico y optara por posponer el asunto por temor a la reacción de Rusia. En aquel mismo artículo Fleitz interpretaba la posición rusa afirmando que Moscú teme que una «democratización» de Ucrania podría ser peligrosa ya que podría propagarse hacia Rusia.

Por su parte, Moscú, que se halla en posición de fuerza, ha anunciado que no aceptará sentarse a conversar mientras Ucrania no haya renunciado públicamente a los territorios que ha perdido y haya declarado, también públicamente, que no será miembro de la OTAN —lo cual implica para Kiev que habría que abrogar un artículo de la Constitución ucraniana adoptada en 2019[5]—, además de comprometerse a ser un Estado neutral.
[5] En el artículo 85, acápite 5, de la Constitución ucraniana de 2019 se estipula que el parlamento ucraniano «determina la política interna y externa y aplica la orientación estratégica del Estado con vista a la plena adhesión de Ucrania a la Unión Europea y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte».

El presidente ruso, Vladimir Putin, ha precisado además que Rusia sólo podría firmar un tratado de paz cuando Ucrania tenga un dirigente que cuente con la legitimidad necesaria para firmarlo. El mandato presidencial de Volodimir Zelenski expiró en mayo de 2024. Pero, desde el inicio del conflicto, el mismo Zelenski proclamó en Ucrania el estado de excepción (o «estado de emergencia»), que impide la realización de nuevas elecciones, y no ha tratado de levantar esa medida para que los ucranianos puedan elegir un nuevo presidente. Según la Constitución en vigor, ni siquiera es Zelenski quien debería seguir dirigiendo el país hasta que se haga una nueva elección. La Constitución ucraniana estipula que eso es responsabilidad del presidente del parlamento, Ruslan Stefantchuk. Consciente de que su permanencia en el poder es ilegítima, Zelenski ahora suele hacerse acompañar por Stefantchuk cuando viaja al extranjero.

Los 11 partidos políticos opositores ucranianos están prohibidos. Kiev alega que fueron ilegalizados por plantear que el país debía rendirse sometiéndose a las condiciones del enemigo. En realidad, esos partidos pedían la eliminación de los monumentos que rinden homenaje a la Organización de los Nacionalistas Ucranianos (OUN-B), cuyos miembros fueron los colaboradores de los nazis antes y durante la Segunda Guerra Mundial. El régimen actual, por el contrario, ha erigido nuevos monumentos que glorifican a aquellos colaboradores ucranianos de los nazis y apoya el mito del Holomodor, según el cual la hambruna que asoló Ucrania en 1932-1933 fue provocada voluntariamente por los rusos, una tesis claramente estúpida ya que aquella hambruna también afectó gravemente otras regiones de la URSS[6]. Uno a uno, casi todos los parlamentos de las potencias occidentales han instaurado leyes que presentan el mito del «Holomodor» como una verdad incuestionable.

Desde que el presidente Donald Trump regresó a la Casa Blanca, se observa en Estados Unidos una toma de conciencia sobre varias incoherencias ucranianas: Kiev prohíbe los partidos políticos de oposición, prohíbe la principal iglesia cristiana del país y quema millones de libros de autores rusos o simplemente publicados en Rusia. El general Keith Kellogg declara: «En la mayoría de las democracias se hacen elecciones incluso en tiempo de guerra. Pienso que eso es importante. Pienso que es bueno para la democracia. La belleza de una democracia fuerte reside en tener más de un candidato potencial».

La CIA parece haber optado por favorecer la elección de Oleksiy Arestovytch, un ex-consejero de Zelenski. Se trata de un personaje menos hábil que Zelenski, pero mucho más inteligente, especialista, entre otras cosas, en la manipulación de las masas.

El 2 de febrero, o sea 2 días ante del inicio de los contactos directos entre la Casa Blanca y el Kremlin, el SVR (el servicio ruso de inteligencia exterior) emitía un comunicado[7], señalando que Estados Unidos se plantea deshacerse de Zelenski. El mismo comunicado del SVR revela que la OTAN, empeñada en preservar lo que queda de Ucrania para mantener al menos una cabeza de playa contra Rusia, está preparando condiciones para impedir que Zelenski pueda ser reelecto. Con ese objetivo, la OTAN tiene prevista la difusión de 3 informaciones:
  • la presidencia ucraniana desvió 1500 millones de euros que estaban destinados a la compra de municiones;
  • 130.000 soldados ucranianos muertos en combate siguen cobrando sus sueldos;
  • el propio Zelenski cedió (no vendió) bienes inmobiliarios ucranianos a empresas extranjeras y se echó al bolsillo «compensaciones» discretamente enviadas a cuentas en el extranjero ¿paraísos fiscales?.
En junio de 2023, el SVR ya revelaba, en otro comunicado, que Washington quería deshacerse de Zelenski[8]. En aquel momento la administración Biden todavía se hallaba en la Casa Blanca.

Estos «preparativos occidentales» y el inicio de negociaciones oficiales entre la Casa Blanca y el Kremlin, el 5 de febrero, suscitaron dos días después, el 7 de febrero, una extraña proposición del presidente Trump: Estados Unidos otorgaría una ayuda financiera a cambio de la autorización de explotar las «tierras raras» de Ucrania.

De inmediato, Zelenski da a la agencia Reuters una entrevista y se apresura a divulgar él mismo algunas de sus declaraciones en su canal de Telegram, incluso antes de que Reuters las publicara. En esa entrevista, Zelenski declara: «[Ucrania] es una tierra muy rica. Eso no significa que la demos a nadie, ni siquiera a socios estratégicos. Estamos hablando de asociación. (…) Desarrollemos esto juntos, hagamos dinero, y sobre todo, esto tiene que ver con la seguridad del mundo occidental. (…) Es muy interesante para nosotros, yo sé que es muy interesante para la administración Trump. (…) Estamos listos y dispuestos a tener contratos para el suministro de GNL [gas natural licuado] hacia Ucrania. Y por supuesto seremos una vía [de suministro] hacia el conjunto de Europa. (…) Los estadounidenses son quienes más han ayudado y por lo tanto son ellos quienes más deben ganar. Deberían tener esa prioridad y van a beneficiarse con ella. Yo quisiera hablarle de eso al presidente Trump».[9]

Los minerales denominados «tierras raras» son muy importantes en la fabricación de imanes de alto rendimiento, de motores eléctricos y para la industria electrónica en general. Ucrania tiene las mayores reservas de titanio de toda Europa, fundamental para la industria aeronáutica y espacial, y también dispone de reservas de uranio, utilizado en el terreno de la energía nuclear y el armamento.

Problema: Rusia ya tiene bajo su control un gran yacimiento de litio en la región de Donetsk (en el este), después de haber tomado otro gran yacimiento en Kruta Balka, en la región de Zaporiyia (en el sur), dos regiones cuyas poblaciones solicitaron —por vía de referéndum— y obtuvieron su integración a la Federación Rusa.

Conclusión: lo que quieran hacer tendrán que hacerlo rápido porque pronto Ucrania ya no tendrá nada que ofrecer.

Dando marcha atrás, el general Keith Kellogg dio una entrevista al New York Post. Según él, todo es todavía negociable y lo importante es parar la matanza[10]En otras palabras, el Imperio estadounidense está consciente de su propio derrumbe y lanza ideas en todas direcciones, con la esperanza de disimular su agonía.
[10] «Trump ready to double down on Russian sanctions, US envoy to Ukraine Keith Kellogg says», Caitlin Doornbos, New York Post, 7 de febrero de 2025.