Los espejismos típicos de los desiertos son una buena metáfora de la política y la guerra en Oriente Medio, donde nada es lo que parece.
En una tierra donde la paz es sólo una sucesión de treguas cuya brevedad impide que el perdón germine; una tierra de corazones endurecidos, odios atávicos y fronteras artificiales decididas por extranjeros arrogantes; una tierra de desconfianzas y heridas nunca cicatrizadas, donde los victimismos compiten entre sí y los yonquis de la guerra entremezclan política y religión mientras ondean falsas banderas de justicia para engañar a los incautos; en una tierra, en fin, convertida en un avispero en el que luchan las armas, pero también la propaganda, resulta muy difícil juzgar con ecuanimidad lo que ocurre.
Por otra parte, desde tiempos del Acuerdo Sykes-Picot (1916) los poderes regionales y globales siempre han utilizado la región como un tablero de ajedrez en el que los palestinos han sido simples peones cuyo destino no le importaba mucho a nadie: ni al mundo musulmán ni a la hipócrita izquierda occidental, que se envuelve en la kufiya fingiendo perder el sueño por la causa palestina.
El mundo árabe desconfía de los palestinos desde que en 1970 intentaran dar un golpe de Estado en Jordania y derrocar al rey Hussein, que les había acogido hospitalariamente. Naturalmente, lo hicieron como peones de un poder global (la URSS), pero su traición no quedó en el olvido. El grueso del mundo musulmán, por otro lado, está preocupado por sus propios asuntos: Indonesia, Pakistán, Bangladés o Malasia quedan muy lejos y se mantienen al margen salvo que la situación enardezca a sus ciudadanos.
En este sentido, tanto en julio como tras el ataque israelí a Qatar (séptimo país que Israel bombardea impunemente), la Liga Árabe y Turquía (el mayor ejército de la región) condenaron el ataque terrorista de Hamas y la matanza de civiles en Gaza, pero sin decidir ninguna acción clara[1] salvo el significativo acuerdo de ayuda militar mutua suscrito entre Arabia Saudí y Pakistán (potencia nuclear).
Del mismo modo, el apoyo árabe al plan de paz de Trump —una frágil llama de esperanza— corrobora que su prioridad siempre ha sido evitar el desestabilizador desplazamiento forzoso de dos millones de personas, más que salvar a sus «hermanos» palestinos.
En España la posible paz trastoca la agenda de Sánchez, cuyo teatrero protagonismo antiisraelí siempre ha respondido a burdas razones electoralistas y no al interés nacional o a la defensa de unos valores de los que el amoral personaje se ríe constantemente.
Sin embargo, lo importante no es quién apoya qué postura, sino dónde está la verdad. ¿Qué ha ocurrido en Gaza? ¿Se ha producido un genocidio?
El 7 de octubre de 2023
Hace justo dos años Hamás realizó un ataque terrorista en el que asesinó cruelmente a 815 civiles, incluidos 38 niños, y mató a 379 soldados israelíes. Hamás también tomó como rehenes a 251 personas (incluyendo 42 menores de edad[2]) manteniéndoles en cautividad en condiciones inhumanas. Algunos no sobrevivieron.
Nada más producirse el ataque, las hordas antisemitas parecieron alegrarse, lo que me llevó a llamar a un viejo amigo judío para solidarizarme con él. En aquella conversación compartimos la extrañeza de que la eficaz inteligencia israelí hubiera cometido semejante fallo y comentamos cómo este ataque podía tener como objetivo paralizar los Acuerdos Abrahámicos por los que varios países musulmanes suníes estaban normalizando relaciones diplomáticas con Israel y aislando a la chií Irán, uno de los países financiadores de Hamás. En cualquier caso, el ataque convenía a los yonquis de la guerra de la región.
De forma premonitoria, también compartimos la preocupación de que Netanyahu, que presidía una coalición de derechas con nacionalistas radicales y ultraortodoxos, aprovechara el ataque para alargar su permanencia en el poder mediante una guerra perpetua, pues se encontraba acosado por casos de corrupción y por el entonces fallido intento de socavar la independencia del poder judicial. Hoy, el 54% de los israelíes cree que la guerra continúa exclusivamente por razones políticas[3].
Debo añadir que ya entonces pensé que Netanyahu y Sánchez parecían almas gemelas. Ambos exhibían rasgos psicopáticos y estaban dispuestos a todo con tal de permanecer en el poder, aunque perjudicara los intereses de su país. Ambos gobernaban gracias a una coalición con nacionalistas radicales; y ambos estaban rodeados de casos de corrupción y querían hacerse con el control del poder judicial, y tenían, por tanto, un incentivo para utilizar la guerra como cortina de humo.
La respuesta de Israel
El mismo 7 de octubre el ejército israelí mató a más de mil terroristas de Hamas que permanecían en su territorio y comenzó su ofensiva en Gaza con bombardeos masivos, de modo que lo que debía ser una respuesta proporcionada de escasa duración se convertiría en una guerra que ha durado dos años (por el momento).
Gaza ha sido reducida a escombros. Según datos por satélite citados por fuentes israelíes, más del 70% de los edificios de la Franja han sido completamente destruidos, cifra que alcanza el 90% en ciudades como Rafah[4]. Estos bombardeos masivos sobre un lugar con tan alta densidad de población como Gaza (5.500 hab./km2, parecida a la de Madrid o Londres) han multiplicado las víctimas civiles. Fuentes internas israelíes mencionadas por un periódico británico estimaban que más del 80% de las víctimas iniciales de los bombardeos en Gaza habrían sido civiles[5]. Más tarde, Trump ha deslizado la cifra de 20.000 militantes de Hamás muertos, lo que significaría que al menos el 70% de las víctimas de los bombardeos israelíes habrían sido civiles, proporción similar a la reconocida por el propio Netanyahu[6].
En mayo, el poco sospechoso Washington Institute avalaba que las bombas israelíes habían matado a 53.000 personas en Gaza, de los que 10.000 serían mujeres y 16.000 niños[7], cifras hoy superadas. Esta espantosa proporción de niños muertos es consecuencia del elevadísimo porcentaje de población infantil que había en Gaza, donde casi el 40% de la población tenía menos de 14 años[8]. Por otro lado, la revista Nature cuantificaba en 80.000 los muertos en Gaza, de los que la mitad habrían sido menores de edad, mujeres y mayores de 65[9].
Esto significa que los bombardeos israelíes habrían acabado con más del 3% de la población de Gaza, el equivalente a que en España hubieran habido 1.500.000 muertos, de los que más de 1.000.000 serían civiles.
Semejantes cifras descartan que las víctimas civiles hayan sido víctimas colaterales accidentales, sino que más bien sugieren, como poco, indiferencia. Un estudio estadístico publicado en una revista científica a mediados del 2024 iba más allá: «La naturaleza distintiva del conflicto está caracterizado por un elevado número de víctimas civiles, que incluso fueron identificadas como el objetivo principal del conflicto. Los resultados sugieren un cambio en las reglas de combate de Israel hacia una mayor aceptación de las bajas entre la población civil»[10]. Hoy, un 40% de los norteamericanos piensa que Israel está matando civiles intencionadamente[11].
La sesgada cobertura mediática
Puede que estos datos le sorprendan, pues la cobertura mediática ha estado dominada por la propaganda. En efecto, el enfrentamiento entre Israel y sus enemigos siempre ha entrado de lleno en el debate político derecha-izquierda, como si la Guerra Fría no hubiera terminado. Los medios de izquierdas tienden a pasar de puntillas sobre el terrorismo de Hamás y los de derechas (y algún partido político) tienden a apoyar a Israel, haga lo que haga, de forma acrítica, tachando de antisemita cualquier oposición. Naturalmente, esto es una falacia.
Vean, por ejemplo, el siguiente titular aparecido en un medio: «Una base de datos con miles de vídeos, fotos, testimonios, informes e investigaciones documenta los horrores cometidos por Israel en Gaza: una mujer con un niño es asesinada a tiros mientras ondea una bandera blanca; niñas hambrientas mueren aplastadas en la cola para conseguir pan; un hombre esposado de 62 años es atropellado por un tanque; un ataque aéreo tiene como blanco a personas que intentan ayudar a un niño herido»[12]. Este párrafo no pertenece a un panfleto de Hamás, sino al Haaretz, periódico israelí de izquierdas fundado en 1919 y que se publica en hebreo con una versión resumida en inglés. ¿Es el Haaretz antisemita?
El mismo periódico también da voz a soldados y francotiradores israelíes moralmente destrozados por matar a niños y doblemente horrorizados ante la fría indiferencia de sus superiores[13],