INTELIGENCIA ARTIFICIAL Y CONCIENCIA I

Durante las últimas décadas, el rápido progreso en tecnología informática ha permitido a los científicos crear máquinas que pueden realizar tareas complejas con precisión y velocidad, y responder al entorno circundante con una inteligencia similar a la humana. Se le conoce popularmente como Inteligencia Artificial (IA) y está definida como «la ciencia e ingeniería de elaborar máquinas inteligentes» que exhiben no sólo agilidad computacional, sino también capacidad de razonamiento, planificación, aprendizaje, procesamiento del lenguaje natural (comunicación), percepción y facultad de mover y manipular objetos.

Las premisas básicas de la IA —también denominada Psicología Artificial— es que la característica central en la inteligencia humana puede describirse con tanta precisión que es factible construir una máquina para simular nuestra mente. Los científicos prefieren usar el término «inteligencia» en lugar de «mente», «conciencia» o «comprensión» porque creen que la inteligencia se puede calibrar, y como tal buscan fabricar artefactos que exhiban razonamiento de una manera demostrable y medible. 

Uno de los científicos explicaba así la lógica reduccionista de la IA: La mente puede reducirse al cerebro, el cerebro puede circunscribirse a la biología, ésta a la química que a su vez se supedita a la física, y la cual es mecánica. Por lo tanto, cualquier actividad que pueda realizar una mente también será replicada por una máquina, y así se fabricarán aparatos inteligentes si se descubren y aplican prácticamente las leyes físicas. Aquí la suposición básica es que como la mente humana no es más que el cerebro mismo y éste representa sólo una computadora biológica, sólo es necesario estudiar cómo se conectan las neuronas, de qué modo se disparan de diversas maneras en diferentes actos de funciones cognitivas y motoras, y replicar el proceso en la fabricación de programas informáticos que simularán la inteligencia humana. Por lo tanto, se piensa que «la mente en sí misma puede ser creada al identificarse con el cerebro». Ciertos especialistas creen confiadamente que al perfeccionar la tecnología en algún momento podrán construir mejores mentes que la humana creada por la Naturaleza; sin embargo, otros no tienen tantas expectativas al admitir que el abismo entre la IA y nuestro intelecto es tan vasto que no se puede superar, lo cual se ilustra de varias maneras.

Se ha descubierto que una computadora programada para echar partidas de ajedrez lo juega de una manera diferente a la nuestra. La computadora evalúa para cada movimiento miles de posiciones por adelantado, y de las alternativas elige la mejor estrategia en cuestión de segundos, lo que el jugador humano no puede hacer en esa escala y velocidad. En el mejor de los casos, éste último puede prever un par de movimientos y por otra parte exhibe cualidades de conciencia, ideación, voluntad, sentimiento y percepción intuitiva al contrario de la computadora, y sus movimientos se determinan de acuerdo con el programa integrado en el sistema que difícilmente se puede llamar «pensamiento». El hecho significativo es que el mejor programa informático no ha sido capaz de vencer a los ajedrecistas de nivel superior, aunque tiene la ventaja mientras juega contra los menos competentes.

Además, los computadores pueden programarse para contar una historia, pero apenas pueden entenderla y otorgarle sentido como lo hace un niño, que es una cualidad distinta de conciencia. Un robot puede construirse de modo antropomorfo y programarse para realizar diversas funciones y responder a estímulos externos, pero no tiene sensorium ni percibe el mundo como nosotros. Los científicos señalan que la fabricación de un robot tan inteligente como un niño de cinco años en todos los aspectos sería un logro estupendo, y que todavía es un sueño lejano.

Un sensorium (plural: sensoria) es el aparato de percepción de un organismo considerado como un todo, el «asiento de la sensación» donde experimenta e interpreta los entornos en los que vive. 

La experiencia en la construcción de IA ha evidenciado el hecho de que existe un gran abismo entre aquélla y nuestra conciencia/inteligencia mental. En consecuencia, los avances en psicología artificial han planteado una serie de preguntas filosóficas y éticas ante los investigadores, obligándolos a revisar la suposición básica de que «la mente no es más que el cerebro» y «sólo está sujeta a las leyes físicas». Entonces, ¿qué es la mente y cuál es su origen? ¿Existe una conciencia aparte de la mente y el cerebro? ¿Cómo dar cuenta de la espontaneidad del ser mental humano, el libre albedrío y la memoria? Con estas preguntas apremiantes, un grupo de siete eminentes científicos de diferentes disciplinas sostuvieron una serie de diálogos con el Dalai Lama a fines de los años '80 y principios de los '90 para indagar en las ideas budistas sobre estas inquietudes, y la conversación sobre la ciencia de la mente se publicó posteriormente en un libro titulado «Gentle Bridges». Por su parte, Helena Blavatsky escribe:
«Sin duda, la filosofía oculta podría aprender mucho de la ciencia moderna exacta, pero ésta última, por otra parte, podría beneficiarse del antiguo aprendizaje en más de una forma y principalmente en la cosmogonía». («Doctrina Secreta I», 586).
Lo anterior se pone de manifiesto en este interesante diálogo entre representantes de ciencia moderna y la antigua tradición de sabiduría budista, siendo así un intercambio muy edificante y enriquecedor especialmente para los estudiantes de teosofía. Blavatsky también señaló: 
«Sabemos que se acerca el día en que los propios científicos exigirán una reforma absoluta en los modos actuales de la disciplina, como hizo Sir W. Grove, F.R.S. [Fellow of the Research Society]. Hasta ese momento no hay nada más que hacer» («Doctrina Secreta I», 495).
Sede de la Royal Society en Carlton House Terrace en Londres

Los nuevos descubrimientos están abriendo perspectivas a las verdades metafísicas y psicológicas ante los especialistas, y esos hallazgos no pueden entenderse en términos de sus métodos empíricos y teorías materialistas. Por fuerza de circunstancias, los investigadores se ven obligados a buscar ideas del antiguo aprendizaje y estudiar los rudimentos de ciencia antigua. Es en este espíritu indagatorio de la verdad que estos pocos científicos están buscando ideas en el budismo, principalmente la tradición Mahayana, y así el Dalai Lama aborda algunas enseñanzas notables que coinciden casi en su totalidad con la filosofía teosófica.

Los científicos sostienen que la conciencia surge de una causa material, pero el budismo no acepta esto y aclara que no puede haber un nuevo momento de conciencia, porque en ese caso existiría un comienzo a un continuo de conciencia, lo que refuta la verdad cosmológica fundamental de que el universo como ser no tiene comienzo y como resultado la conciencia es una continuidad sin principio. El Dalai Lama explica que la causalidad es doble: principal o sustancial por un lado y causa cooperativa por otro, y que la materia sólo puede ser una causa cooperativa de conciencia y nunca principal. En la visión budista de la evolución el universo es infinito: nace, sufre muchos cambios, muere y renace en una serie que no tiene principio ni fin, y siempre existe una conciencia sutil subyacente a través de todos estos ciclos perpetuos de cambio. La vida sensible se diseña sobre la base del cuerpo y una mente extremadamente sutil.

En respuesta a la pregunta de si las computadoras tienen conciencia, Su Santidad hizo una declaración notable: es difícil negar categóricamente que no tienen cognición y «la conciencia en realidad no surge de la materia, pero posiblemente un continuo de conciencia podría entrar en él». («Gentle Bridges», p. 152).

También asevera: «No existe la posibilidad de que surja una nueva cognición que no se relacione con un continuo anterior. No puedo descartar el potencial de que una corriente de conciencia pudiese ingresar en una computadora si todas las condiciones externas y la acción kármica estuvieran allí» (ibídem). Explicó además que aunque no se puede decir que un robot o una computadora generen o hagan surgir la conciencia, parece existir la opción de que su «ser» sea animado por una entidad consciente externa a ellos si se proporcionan las condiciones adecuadas.

La teosofía enseña que existe desde la más remota antigüedad lo que se llama Theopoea o ciencia de animar materia inerte con vida e inteligencia por la voluntad potencial del hierofante. En este caso la sugerencia parece ser que, a menos que estén vitalizadas por la acción de un practicante de esta remota técnica, los programas de computadora no pueden generar vida ni conciencia en las máquinas.

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