Generalmente los diccionarios definen la ciencia como un conocimiento sistemático y formulado, la búsqueda de dicho saber o los principios que regulan tal indagatoria, y también se refiere al cuerpo de conocimiento organizado que se ha acumulado sobre un tema. Al constituir un saber basado en la razón, la experiencia y la prueba, obviamente la ciencia excluye las creencias que no se basan en estos criterios. El verdadero espíritu científico es entonces el ánimo de búsqueda del conocimiento sobre la verdad en todas las cosas, siendo aquélla el objetivo último en este quehacer profesional.
La proposición básica de la ciencia moderna es que el mundo natural es la «realidad objetiva» e independiente del observador, y que el verdadero conocimiento es la comprensión del mundo que se obtiene por el método científico, que consiste en la observación neutral de hechos y libre de sesgos subjetivos, como además el análisis y la experimentación, e inferir leyes generales de casos particulares. De este modo se busca llegar a la verdad universal de los teoremas y demostrar su validez mediante su aplicabilidad con objeto de predecir eventos, por cuanto el método científico se denomina también «empirismo lógico».
Si bien las ciencias inductivas han desentrañado muchos misterios en los procesos y leyes de la naturaleza física y se obtienen resultados maravillosos, los científicos admiten que su método no ha conseguido —y como se esperaba— llegar a un sistema unificado de conocimiento del mundo tal como es en realidad, o una ciencia unificada que a la vez comprendiera un sólo principio universal para armonizar por separado las observaciones individuales adquiridas en un todo sintético. No es necesario ir muy lejos con tal de buscar el motivo de ese fracaso, pues éste se basa en el supuesto básico de los especialistas sobre la naturaleza de la realidad y la limitación en la lógica inductiva, y sus propios descubrimientos les han demostrado que no es cierta su hipótesis básica sobre un mundo objetivo independiente del yo subjetivo o la conciencia.
La teoría de relatividad y la física cuántica, como también las investigaciones en «psicología cognitiva», han evidenciado de manera concluyente que la observación de «hechos» está vinculada de forma inalienable con la mente del observador e influida por ella, y ha puesto en duda la posibilidad de una mera percepción objetiva. Se admite que las suposiciones y teorías subjetivas sostenidas podrían «colorear» los hechos observados y darles un significado especial; se aceptan los «hechos» que encajan con y apoyan la teoría predeterminada y los supuestos fundamentales, y los del tipo opuesto se pasan por alto y descartan como «anómalos», por cuanto se crean otros sucesos para corroborar las teorías prevalecientes y de este modo las observaciones son dependientes de la teoría. Los discípulos en cada rama de la ciencia están capacitados en cómo y qué ver, e interpretar así el mundo en términos de sus respectivos modelos teóricos; en consecuencia, los científicos no ven el mundo como es en realidad, sino que lo consideran influenciado por su sistema de creencias.
La relatividad y limitación de la ciencia inductiva se resumen en la obra del gran físico David Bohm, quien afirma que la ciencia es una acción comunicativa dentro de una totalidad ininterrumpida que es infinita en su profundidad y complejidad cualitativas y cuantitativas; que las leyes y teorías formuladas por toda rama científica —en relación con la matriz disciplinaria específica de cada una— son válidas sólo dentro de ese dominio y posiblemente falsas más allá de sus límites, y por lo tanto ninguna teoría puede considerarse absoluta debido a la profundidad infinita del terreno intacto.
Entonces, de acuerdo con la admisión de los principales expertos, la verdad constituye la «totalidad inquebrantable que es infinita», la cual incluye al yo subjetivo y al mundo objetivo como un continuo que constituye el todo, y que los métodos empíricos e inductivos no pueden asimilar lo mismo. Así, el verdadero conocimiento sólo puede ser la comprensión tanto de la conciencia perceptiva como sobre los objetos de percepción, o Espíritu y Materia, aspectos duales de la Realidad Única y Absoluta, y ese yo o conciencia es la clave para ello.
Por tanto, la base del conocimiento debe subsistir en el hombre mismo, en su Ser Esencial. Platón enunció esta verdad en «Fedón»: «Cuando los hombres son interrogados adecuadamente, hablarán de todo tal como es. Al mismo tiempo, nunca podrían hacer esto a menos que la ciencia y la razón residieran en su naturaleza». Esta es una enseñanza fundamental de la ciencia oculta. Una ciencia que niega o ignora la mente y el alma para ser independiente de la materia debe ser necesariamente amoral y parcial, e incapaz por esa misma deficiencia de llegar a la Verdad. El interrogatorio apropiado del que habla Platón es el proceso de liberar la mente a través del razonamiento dialéctico de ideas erróneas y sesgos que actúan como un velo grueso que nos oculta la realidad, y así permitir que el conocimiento innato —la luz del Alma Racional o Nous— brille en nosotros, dando lugar a la correcta percepción de las cosas existentes. Este proceso es esencialmente ético y contemplativo. La moral y la ciencia nunca pueden ir separadas, y Helena Blavatsky señala: «Por lo tanto, no es el 'conocimiento' como se entiende normalmente para lo que trabaja el ocultista, sino que se le presenta como una cuestión de rutina, consecuencia de haber quitado el velo que escudriña el verdadero conocimiento de su vista». (HPB Series #27, p. 38). Ese «velo» se denomina maya en filosofía oriental, y se refiere a una ilusión producida por la limitación de los sentidos y la mente vinculada a ellos, lo que impide nuestra percepción de la Realidad Única que por sí sola es el verdadero conocimiento. Una vez que se derrota a maya, brilla el conocimiento de las cosas tal como son.
Los ocultistas dicen que el audaz explorador de la Verdad debe trascender las estrechas limitaciones del sentido y transferir su conciencia a los planos superiores del ser, a la región del noúmeno y la esfera de las causas primarias. Para lograr esto debe desarrollar facultades que están inactivas en el individuo mundano promedio en la etapa actual de progreso humano (LA DOCTRINA SECRETA I, 477-78). Las Fuerzas de la Naturaleza que estudia la ciencia no son causas finales de fenómenos visibles, sino que son en sí mismas los efectos de causas primarias que están ocultas —y con las que tratan los esoteristas— y se remontan a la Causa Eterna primordial, la Naturaleza intelectual y divina, el Alma y el Espíritu, la síntesis y el séptimo principio del Cosmos manifestado.
«Para alcanzar el Sol de la Verdad debemos trabajar seriamente para el desarrollo de nuestra naturaleza superior. Sabemos que al paralizar dentro de nosotros y de forma gradual los apetitos de la personalidad inferior, y por tanto apagando la voz de la mente puramente fisiológica (…) el animal en nosotros puede hacer espacio para lo espiritual». (U.L.T. Pamphlet n° 17, p. 2-3).
«Considera a la Naturaleza como un todo completo, por lo que el estudiante de ocultismo puede situarse en cualquier sitio de observación. Desde el punto de vista de la integridad en la Naturaleza, él puede seguir el proceso de segregación y diferenciación hasta el átomo más diminuto condicionado en el espacio y el tiempo; o desde la exteriorización fenomenal del átomo puede avanzar y ascender hasta que el átomo se convierta en una parte integral del cosmos e implicado en la armonía universal de la creación. El científico moderno puede hacer esto de manera incidental o empírica, pero el ocultista lo hace sistemática y habitualmente, y por tanto de manera filosófica». (U.L.T. Pamphlet n° 3, p. 9-10).
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