En prácticamente todos los sistemas religiosos o místicos del mundo encontramos el concepto de «compasión» que sin duda para nuestros tiempos tumultuosos y el pseudo-escepticismo materialistoide puede parecer una palabra «horrenda» e incluso «fuera de lugar». En general la sociedad no tiene un concepto básico y sólido sobre el funcionamiento de la Ley de Karma («causa-efecto», «secuencia y consecuencia», etc.) y la justicia humana en muchos casos está lejos de ser satisfactoria e imparcial en casos delictivos dolorosos y graves. Todo esto parece fomentar la desconfianza respecto de nuestros semejantes o hacia las instituciones de poder, cuya percepción por los ciudadanos es muy negativa considerando los recientes casos de corrupción (como relaté en el artículo «Mediocridad y ética») que incluso han llegado a las cúpulas de la Iglesia Católica en las últimas décadas.
«"No resistáis al mal", dijo uno de los sabios. (…) Ciertamente no quiso decir que las personas se quedaran de brazos cruzados mientras la ignorancia deja sueltos los demonios del dolor, la angustia, el sufrimiento, el deseo y el asesinato. No se refería a que uno se arrodille en imitación pueril de santidad a la orilla del camino, mientras su prójimo sufre tortura o abuso. No pretendía realmente que alguien se sentara en silencio como espectador mientras el llamado mal ejerce su voluntad contra otros, cuando quizás por levantar un dedo sus intenciones serían estropeadas y anuladas. Todo esto sería abandonar una parte del deber humano íntegro. Aquél que enseñó que los individuos 'no resistieran el mal' sólo deseaba que se olvidaran de sí mismos [no centrarse demasiado en los sucesos desagradables de la vida como consecuencia del karma individual] (…) y no quiso decir que uno vaya por la vida con disfraz de mártir, abrazando estas mismas penurias mientras proclama ser el poseedor de la contraseña mágica "he sufrido", la cual nunca poseerá y que jamás se pronuncia de esa manera». (William Judge, «Am I My Brother's Keeper?»).
«Dar a los otros más que a uno mismo: el autosacrificio. Tal era el ideal y parámetro tan evidentes que caracterizaban a los grandes Instructores y Maestros de la Humanidad: Gautama Buda en la Historia y Jesús de Nazaret en los Evangelios. Este aspecto era suficiente para asegurarles la reverencia y la gratitud perpetuas de la posteridad. Sin embargo, decimos que el autosacrificio debe efectuarse con discernimiento, ya que, si esta autoabnegación se hace sin justicia y ciegamente, pese a los resultados subsiguientes, a menudo puede mostrarse no sólo vana, sino perjudicial. Una de las reglas fundamentales en teosofía es justicia hacia uno mismo, considerándose como un componente de la humanidad colectiva y, por lo tanto, no me refiero a una justicia personal. Tampoco hay que considerarse más ni menos que los demás, a menos que, sacrificándonos a nosotros mismos, beneficiemos a los muchos».
Por otra parte, el mismo Jesús declaró «ama a tu prójimo como a ti mismo», lo cual implica al menos tres aspectos relevantes: a) si una persona se ama/cuida en forma sensata, por influencia magnética y el principio «semejante atrae semejante» respetará de forma natural y será considerada positivamente por la mayoría de sus pares; b) si alguien ama a otro individuo es porque desea su bienestar y equilibrio en todo aspecto, y c) si realmente amamos a otros también los defenderemos de peligros externos.
En consecuencia, la actitud infantil de pasividad ante el mal promovida por muchos seguidores de la charlatanería de la Nueva Era y sus tentáculos más bien tiende a la supresión del sentido crítico (siendo el mantra de «no juzgar» uno de sus favoritos) y la dignidad personal frente a los vicios del día, por lo que en teosofía dicha postura es totalmente antagónica con las enseñanzas de la línea original presentada por Blavatsky, Judge y los Mahatmas.
2) ¿Podemos pensar con seguridad que seremos compasivos con aquéllos que tienen un corazón tan duro que simplemente no tienen interés en temas ético-religiosos ni en desarrollar bondad? Esta interrogante es quizá la más incómoda, pues un teósofo devoto recordará inmediatamente las recomendaciones en «La Voz del Silencio» acerca de la compasión («la compasión no es atributo... es la LEY de las Leyes», etc.). No obstante, debemos recordar que «no se nos obliga a correr antes de aprender a caminar», ni que nos convirtamos en Adeptos de un momento a otro, pues ese libro claramente está dirigido a lanús (discípulos de los Mahatmas) y por tanto «a los pocos» que pueden horadar con seguridad el Sendero del Bodhisattva luego de una ardua preparación.
*[Nota: por lo que entiendo, la petulancia moral no debiera validar la idea de «no juzgar», pues sí es posible tener cierta «asepsia ética» para criticar males que nos afectan directa o indirectamente y no con la intención de hacerse «importante», reconocido o atraer seguidores para la mercancía espiritual u otros fines, sino con miras al BIEN COMÚN].Por otra parte, el individuo que sigue los principios espirituales infaliblemente, pero sin aire de superioridad ni intentar inculcarlos en otros, incluso puede tener más éxito en dar ejemplo. Sin embargo, todos somos Arjunas [el personaje del Bhagavad-Gita] ya que cuando intentamos seguir un principio espiritual (por ejemplo, decir siempre la verdad) estamos emprendiendo una guerra contra nuestra tendencia para decir mentiras o medias verdades a la que nos entregamos por varios años o incluso muchas encarnaciones, y así experimentamos un conflicto interior. En una persona ordinaria, las tendencias buenas y malas existen como fuerza colectiva compleja, pero cuando uno decide alcanzar una meta espiritual, esos patrones se separan en buenos y malos, los ejércitos Kaurava y Pándava. Cada vez que uno aspira hacia una vida más elevada las buenas tendencias florecen, pero esto es como una sentencia de muerte para los condicionamientos malos.
Su lucha para la bondad hace sobresaltar a todo el cuerpo de maldad en su medio ambiente, y éste dirige su furia contra él. Si éste se contenta con quedar bien respecto de sus semejantes y ser casi como ellos —quizá un poco mejor o algo peor que el promedio—, a nadie terminará interesándole. Pero cuando se sabe que ha podido detectar la mofa hueca en la vida social, su hipocresía, egoísmo, sensualidad, avaricia y otras características malas, y ha determinado erguirse en un nivel más elevado, inmediatamente es odiado y cada naturaleza mala o llena de prejuicios envía hacia él una corriente de voluntad opuesta. (Raja-Yoga or Occultism, p. 6).
Como vemos existen puntos importantes y comunes que podemos extraer:
*Uno de los deberes de toda persona espiritualmente íntegra —o de quien aspira a serlo— es anular o corregir malos comportamientos que eventualmente afecten a otros, especialmente los más débiles.
*La abnegación/compasión debe efectuarse con discernimiento y jamás tomarla de forma dogmática o «incuestionable», o de lo contrario puede provocar más daños que beneficios.
*La «justicia con uno mismo» evita que adoptemos el papel de mártir, y esto parece corroborar que el sentimentalismo no es compasión en absoluto. Incluso en su obra «Grundlegung zur Metaphysik der Sitten», Immanuel Kant señalaba que uno de los deberes con nosotros mismos es procurarnos el propio bienestar, pues padecer contagiosamente el dolor de otro equivale a asegurarnos una forma de malestar y su aumento en el mundo no puede constituirse en un deber (en otras palabras, evitar el masoquismo espiritual).
*La petulancia moral, más cercana a la amargura, la envidia o simplemente el deseo de llamar la atención (en aras del «rating» como se hace en el entorno farandulesco televisivo) que una verdadera intención de reforma genera antipatía y por ende no estimula el progreso espiritual.
*El conflicto con otros que no tienen educación/interés moral es inevitable, pues hay quienes que por voluntad o mala naturaleza (no necesariamente «ignorancia») hacen mal a otros.
«Helena Blavatsky opinó que hay muchas personas en el mundo, comprometidas con sus asuntos, quienes sin saberlo son agentes kármicos en este sentido especial y continuamente llevan a otros efectos repentinos buenos y malos que de otra manera habrían sucedido más lentamente, extendiéndose durante más días o años o manifestándose en pequeños eventos en lugar de uno sólo.Si esta teoría es cierta, aquí tenemos también el fundamento para la superstición del mal de ojo, que es sólo una forma corrupta del conocimiento de que hay tales agentes kármicos entre nosotros que al mirar a otros producen efectos muy rápidamente que sin la presencia de ese individuo nunca serían advertidos por haber tomado más tiempo en acontecer.Pero si entendemos demasiado estrictamente la teoría que los hombres son agentes kármicos para el castigo o reforma de otros, se cometerán muchos errores y se generarán muchos malos sentimientos en otros, haciendo inevitable que al causar estas disposiciones negativas debemos recibir la reacción exacta algún día, en esta vida u otra. Y por otra parte, no deberíamos restarnos del deber para aliviar el dolor y pesar si podemos, pues es cobardía y engreimiento decir que no ayudaremos a esta o aquella persona porque su karma es sufrir. Enfrentar el sufrimiento y aliviarlo es nuestro buen karma si está en nuestro poder hacerlo. En el mejor de los casos somos ignorantes y no podemos decir cuál será el siguiente resultado de lo que hagamos o planteemos; por tanto es más sensato no asumir muy seguido y en ocasiones demasiado insignificantes el papel de ser 'reformadores' o 'castigadores' como agentes de Karma de aquéllos que parecen causar daño». (William Q. Judge, «Theosophical Articles», «Men Karmic Agents»).
No hay comentarios:
Publicar un comentario