Al parecer, el objetivo de este ataque terrorista era el conocido pensador tradicionalista ruso Aleksander Dugin que sobrevivió milagrosamente. Estuvo a punto de subirse al mismo coche, pero en el último momento cambió y se subió al coche de un amigo.
Fui amigo de la familia de Dugin durante muchos años, traduje al rumano cuatro libros y una serie de artículos de este destacado filósofo y edité sus libros en Rumanía y Moldavia. Estaba muy unido a su hija Daría, brillante alumna de su padre, que había recibido una formación filosófica muy sólida en Francia, formidable periodista y excelente organizadora. Daría era una joven muy inusual. A diferencia de sus compañeros de generación, que vivían despreocupados y al margen de todos los ideales y grandes aspiraciones, Daría era una persona completamente entregada a la causa de su padre, que compartía con dedicación y lealtad.
El asesinato de Daria Dugina y el intento de asesinato de su padre Aleksander son muy significativos. Los enemigos de Rusia pretenden hoy eliminar físicamente el núcleo de pensamiento estratégico de este país, los pensadores más significativos capaces de conceptualizar la escena histórica actual y presentar una alternativa ideológica al globalismo totalitario neoliberal.
El asesinato de Daria Dugina representa un punto de inflexión radical no sólo para Rusia, sino también para la política internacional. Su muerte puede acelerar algunos procesos que han estado en estado de latencia o estancamiento.
Los enemigos de Rusia le han lanzado desafiantemente el guante a la cara. Y esto llega en un momento muy crítico, no sólo para este país, que está en plena guerra con el colectivo occidental en territorio ucraniano, sino también para toda la comunidad internacional. Moscú no puede permanecer impasible ante un acto terrorista tan grave. Todavía no sabemos cómo reaccionará el Kremlin. Sin embargo, no cabe duda de que tras el asesinato de Daria Dugina, el mundo ya no será el mismo. Estamos entrando en una fase mucho más peligrosa.
Aleksander hizo el sacrificio supremo en el altar de sus propios ideales. Daría también aprendió bien la lección de su padre de que hay que servir al ideal hasta el final, incluso a costa de la propia vida. Los hombres de esta familia espiritual se pusieron voluntariamente el traje del corredor de la muerte. Sirven a Dios y al pueblo, y la fidelidad a Cristo y a la Patria obliga a veces a aceptar la muerte como gesto supremo de amor y propósito de lucha.
¡A Dios, querida Daria!
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