Un sinvergüenza del negocio de la «memoria histórica» ha escrito en Le Figaro, en réplica a mi entrevista, un artículo sobre los que llama «crímenes del franquismo». Así que para aclarar la cuestión vamos a empezar por los crímenes de la izquierda española.
Antes de un mes de comenzada la república en abril de 1931, las izquierdas se dedicaron a quemar iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza católicos, más de un centenar, creando ya un clima de terror que envenenaría el nuevo régimen. Comunistas y anarquistas llamaron desde el principio a destruir la república «burguesa», y enseguida se produjeron insurrecciones anarquistas. Azaña, según explica en sus diarios, ordenó ejecutar sobre la marcha a los anarquistas a quienes se encontrasen con armas en una revuelta en Cataluña, y algo después la republicana guardia de asalto asesinó, prácticamente quemó vivos, a un grupo de campesinos anarquistas en Casas Viejas. En Cataluña, y bajo la protección de la Generalidad, los anarquistas aprovecharon para asesinar a 22 obreros no adictos y dejar a otros sin trabajo, lo que significaba hambre para sus familias. En los dos años iniciales de la república se registraron unos 400 asesinatos y homicidios, prácticamente todos de origen izquierdista a veces entre las propias izquierdas.
Cuando, ante aquel panorama, al que se sumaban el hambre y el desempleo crecientes, las derechas ganaron las elecciones por amplia mayoría, en noviembre de 1933, las violencias, atentados y crímenes izquierdistas aumentaron, incluyendo un intento de huelga general del campo en la época de la cosecha, obra de los socialistas, que habría creado una gran hambruna. Y culminaron en la insurrección socialista-separatista de octubre del 34, planteada abiertamente como guerra civil y apoyada por toda la izquierda, en la que fueron asesinados numerosos clérigos y «fascistas» (fascista podía ser cualquiera que repudiase aquellas acciones). En total hubo muertos en la mitad de las provincias, hasta un total de unos 1400. La insurrección se acompañó, como era ya costumbre, de incendios de bibliotecas, como la de la universidad de Oviedo, y de edificios de gran valor artístico-histórico.
La derrota de la insurrección calmó momentáneamente los ánimos, y en 1935 no habría más de 43 muertos, como siempre casi todos de origen izquierdista. Luego vinieron las elecciones falsificadas por el Frente Popular (alianza de hecho de partidos sovietizantes o afectos, y de separatistas), a continuación de las cuales el terror se extendió causando en solo cinco meses más de 300 muertos, algunos en reyertas entre socialistas y anarquistas. Todo ello acompañado de cientos de incendios de iglesias, algunas de gran valor artístico, registros de la propiedad, de sedes de partidos y prensa derechista. La oleada de terror culminó con el asesinato del entonces jefe de la oposición, Calvo Sotelo, que ya colmó el vaso de la paciencia de muchas personas. Luego vino la guerra, o más propiamente, se reanudó después de que el PSOE la declarase en 1934.
Estos atentados y crímenes, aquí muy resumidos, se produjeron durante la república y los primeros meses del Frente Popular, y tuvieron por objetivo derrumbar la legalidad republicana, llamada «burguesa» por las izquierdas. Y apenas recomenzada la guerra, ya el terror rojo subió al delirio, incluido el terror entre las propias izquierdas, así como surgió el terror de réplica de una derecha que había soportado durante cinco años las violencias, crímenes y demagogias que estaban hundiendo al país, amenazando su integridad nacional y tratando de sovietizarlo.
¿Acaso no conoce estos hechos el fulano de la memoria histórica? Por supuesto, los conoce de sobra. Pero aquí casi siempre se produce un equívoco en la discusión, porque se da por supuesto que, al invocar constantemente fechorías reales o supuestas del franquismo, esta gente se indigna ante cualquier crimen, también de la izquierda. Pero no es así. En realidad dan por buenos todos esos asesinatos y atentados. Y hasta, cuando se sinceran, piensan que fueron insuficientes, que el terror fue insuficiente, y de ahí la derrota.
No hay comentarios:
Publicar un comentario