DE LA ARQUEOMODERNIDAD AL IMPERIO

 

Mi libro ARQUEOMODERNISMO, en el cual describo detalladamente este fenómeno, acaba de ser reimpreso en nuestro país. Puede decirse que Rusia vive bajo el influjo de la arqueomodernidad, la cual es un proceso donde la sociedad se encuentra dividida por dos interpretaciones completamente distintas de la política, la cultura, la vida cotidiana, etc… El fenómeno consiste en que la sociedad sigue viviendo según patrones arcaicos premodernos mientras que el Estado ha adoptado formas modernas occidentalizadas. En este sentido, podemos decir que nuestra Constitución, organización política y élite siguen las ideas liberales europeas. El problema radica en que estas ideas funcionan en la práctica de una forma muy diferente en Rusia porque son reinterpretadas según los modelos arcaicos de nuestra sociedad. Es así como nace la arqueomodernidad, un sistema que exteriormente es modernista, pero interiormente es arcaico.

Este proceso se nota bastante en la actitud del pueblo frente al poder: mientras que en Europa, y sobre todo desde Montesquieu y los teóricos ingleses, el poder ha sido despojado de todo elemento sagrado, siendo limitado por la separación de poderes y la rotación constante de la clase dirigente entre distintos órganos gubernamentales —un modo de dispersar el poder entre la clase oligárquica occidental que solo acepta «sangre nueva» en sus filas cuando se siguen sus reglas— no se puede aplicar a Rusia, pues nuestro país siempre tiende hacia el autoritarismo y la autocracia. Esto no se debe tanto a la usurpación de un individuo concreto como a las exigencias de la misma sociedad que en el fondo es patriarcal, tradicional y ve al gobernante como una figura mística. Este modelo del gobernante como un Katechon, «el que tiene», fue defendido por todos los teóricos rusos hasta 1917 y tiene sus orígenes en el siglo XV después de la caída del Imperio Bizantino (la idea de Moscú como la Tercera Roma). Sin embargo, esta idea no desapareció con la llegada del comunismo y se vio más bien el ascenso de «monarcas rojos» en la forma de un culto cuasi religioso a Lenin y la divinización de la figura de Stalin. Incluso un personaje como Yeltsin —débil y dependiente de los oligarcas— fue en su momento alabado como un «zar liberal». La llegada de Putin vio la imposición de una serie de reformas patrióticas y el restablecimiento de la autocracia en nuestro país en contra de la misma voluntad de su mayor promotor. Por eso no sorprende a nadie que el pueblo ruso esté dispuesto a que Putin cambie la Constitución y haga todo lo posible por transformar el sistema. Putin es visto por el pueblo como el gobernante supremo y salvador de Rusia, siendo esta una idea muy arcaica. Tal idea se extiende a la Operación Militar Especial que es vista con buenos ojos por la mayor parte de la población —la élite rusa, por el contrario, la ve de forma muy negativa—.

El pueblo ruso es defensor de una forma de monarquía popular que es incompatible con las ideas de la élite. La clase dominante rusa —como muy bien decía Pushkin— es lo «único propiamente europeo que existe en nuestro país» y por eso una y otra vez intenta crear una democracia formal y moderna (subordinada a las oligarquías globalistas mundiales) que termina por fracasar siempre. No obstante, esta fachada occidentalista y moderna es incapaz de cambiar el núcleo conservador y arcaico de nuestro pueblo, por lo que nuestra oligarquía espera que llegue un momento donde este principio se debilite o se produzca un cataclismo que finalmente permita extirpar de forma definitiva la identidad ruso-eurasiática de nuestro país. Después de todo, el objetivo de la Federación de Rusia, surgida en 1991 de las ruinas de la Gran Rusia (URSS, Imperio ruso), era modernizarnos e integrarnos dentro de la globalización. Este proceso fue logrado mediante la tortura y destrucción material y espiritual de nuestro pueblo, aunque no ha servido de mucho, pues nuestra esencia ha permanecido inalterada.

La arqueomodernidad es una enfermedad, una especie de esquizofrenia social donde en una misma sociedad coexisten dos formas muy distintas y diametralmente opuestas de ver las cosas. La élite ve al Estado como una democracia liberal moderna según los principios occidentales, mientras que el pueblo intenta volver al Imperio, los gobernantes divinos, los valores tradicionales y el rechazo de toda forma de progresismo (LGTBI, feminismo, etc.). Esto genera un conflicto de las interpretaciones (P. Ricoeur) que termina por imponer toda clase de mentiras. El gobierno miente sobre todo lo que sucede, generando una especie de mentalidad inestable y dolorosamente distorsionada con toda clase de contradicciones. Además, nunca se busca conciliar lo moderno con lo arcaico, de allí que las élites liberales intenten constantemente destruir los principios arcaicos de nuestro pueblo, mientras que los gobernantes —que están por encima de ellas— terminan por defenderlo y se apoyan en estos principios monárquicos con tal de mantener la estabilidad del sistema. Una vez más, esto provoca que las cosas terminen por estancarse.

La solución que las élites liberales proponen al dilema de la arqueomodernidad es simplemente la «modernización», el «progreso» y la integración de Rusia dentro de Occidente. Sin embargo, de vez en cuando las mismas élites liberales rusas terminan por adoptar principios arqueomodernos, como sucede con Dimitri Medvedev, uno de los representantes más acérrimos del occidentalismo liberal y que en su momento promovió la modernización y la democratización de nuestro país. La reelección de Medvedev como presidente de Rusia fue apoyada por los atlantistas Biden y Brzezinski. Lo curioso es que este destacado liberal hoy se dedique a publicar en las redes sociales consignas ultra-patrióticas e imperialistas que incluso el Ministerio de Rusia se ven obligados a censurar o considerar que sus «cuentas han sido hackeadas». Pero no se trata de eso, sino de una demostración de la practica de la arqueomodernidad. Por supuesto, esto no descarta el cálculo político o la estrategia, pero sí confirma nuestro diagnóstico: los gobernantes rusos siempre se ven obligados a apelar a los principios arcaicos que defiende el pueblo, los cuales promueven un poder fuerte y la justicia social en todas sus formas. 

El problema de la arqueomodernidad subyace en que es un callejón sin salida donde todo es reducido a la modernización y la explotación cínica de esta condición mental por parte de los poderosos para sus propios fines, obligándonos a vivir una falsa identidad. De todos modos, algunos de nuestros pensadores han propuesto una solución a este problema: en lugar de seguir pensando como las élites liberales deberíamos abrazar los principios arcaicos de nuestra sociedad, reconociendo la autocracia, el patriarcado y nuestras tradiciones autoritarias no solo de facto sino de iure. De este modo la Iglesia y las instituciones tradicionales de nuestra sociedad recuperarán su posición dominante y de ese modo las tendencias tradicionales vencerán a las tendencias liberales incluso en los medios eclesiásticos. Todo esto permitirá la implementación de una revolución conservadora y epistemológica tanto en la ciencia como la educación y el pensamiento. La única forma de llevar a cabo esto es destruyendo a la oligarquía liberal y jurando lealtad al pueblo en lugar de a principios globales abstractos. Esta solución fue propuesta por muchos pensadores rusos tanto durante la Rusia zarista como durante la Rusia soviética: los primeros en proponerla fueron los eslavófilos, luego la filosofía religiosa rusa, los poetas de la Edad de Plata, los nacional-bolcheviques (Ustrialov, Lezhnev) y los eurasiáticos que buscaron superar este problema recurriendo al elemento ruso como medio de renovar el Imperio. Sin embargo, todos los monarcas Romanov desde Pedro el Grande han asumido las consignas arqueomodernas sobre el poder sagrado de los reyes como un modo de conciliar ambos extremos. Podemos decir que este escenario ha sido recurrente en nuestra tradición nacional y han sido muchos los pensadores rusos que han propuesto abandonar las ideas arqueomodernas de nuestra élite a favor de la instauración de formas patrióticas y espirituales propias. Solo esta forma de conservadurismo o, mejor dicho, conservadurismo-revolucionario ya que el conservadurismo a secas es insuficiente, podrá darnos la victoria en la Operación Militar Especial. Debemos superar la arqueomodernidad y restaurar el orden sacral de nuestro pueblo.

Fuente: Alexander Dugin


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