Genes, mutación y selección natural | GENÉTICA DE POBLACIONES

Es un error común asumir que al final todos los genes ventajosos mutados serán «fijos», es decir, heredados por todos los miembros de una especie y que reemplazarán completamente los genes originales. Para que sea heredable, una mutación beneficiosa debe ocurrir en las células sexuales, las cuales componen sólo una pequeña fracción de las células de un organismo. Además, entre los organismos que se reproducen sexualmente, los gametos tienen la mitad de los genes del adulto; de esta forma, un gen determinado tiene un 50% de posibilidades de convertirse en un espermio, y la misma probabilidad de convertirse en un óvulo, a pesar de su valor de supervivencia. En la cima de esta «lotería sexual» los genes también se fijan o suprimen mediante deriva genética (cambios azarosos en el banco genético). Si estos procesos sólo fueran operativos, muchas mutaciones beneficiosas nunca alcanzarían el aseguramiento, sino que serían eliminadas de la población.

Los genes solían ser considerados como entidades autónomas y no interactivas que pueden seleccionarse más o menos independientemente una de otra, teoría conocida como «genética beanbag». Sin embargo, ahora sabemos que un solo gen puede afectar a una amplia variedad de rasgos, y muchos de ellos están determinados por varios genes (poligenia). Inclusive, el origen fortuito y la fijación de muchos rasgos genéticos son más improbables que en el caso del rasgo de un solo gen. Por ejemplo, si aparece una nueva característica beneficiosa a partir de una rara combinación de cinco genes, debido a la reproducción sexual cada gen tiene un 50% de probabilidades de encontrarse en una descendencia determinada, por lo que los rasgos completos de esos cinco genes tienen 1 posibilidad en 32 de ser heredados, lo cual representa el 3% en lugar del usual 50% cuando está implicado sólo un gen. Si cada hembra promedia menos de 32 crías (como es típico de los vertebrados superiores), entonces el rasgo plurigénico rápidamente se desvanecería de la población.

Mendel estudió por primera vez las plantas de guisantes. Las características de los guisantes en diferentes generaciones podrían ser rastreados mediante el uso de granos.

Esto explica por qué los evolucionistas prefieren asumir que un rasgo equivale a un gen. Para dar cuenta de los rasgos plurigénicos, a veces sugieren que se originan en pequeñas poblaciones con endogamia densa. No obstante, dicha endogamia típicamente daña a las especies, y ya que la deriva genética es más fuerte en las poblaciones pequeñas, podría eliminar fácilmente los genes beneficiosos necesarios para un rasgo plurigénico.

En la década de 1950 el genetista y evolucionista J.B.S. Haldane calculó la tasa máxima de cambio genético debido a la supervivencia diferencial («supervivencia de los más aptos»). A regañadientes concluyó que había un problema serio, ahora conocido como el «dilema de Haldane», pues encontró que muchas especies de vertebrados superiores no podrían evolucionar factiblemente en el tiempo disponible. Durante un periodo de 10 millones de años, una población podía sustituir no más de 1.667 mutaciones beneficiosas, equivalente a 3,10 millonésimas del genoma humano, lo cual difícilmente transformará por ejemplo a un mono en una persona (incluso en la falsa aseveración de que «los genes determinan la forma»). Dicha estimación es muy optimista ya que ignora el efecto de las mutaciones dañinas, no toma en cuenta los procesos supresores tales como la endogamia y la deriva genética que remueven genes beneficiosos, y descarta el hecho de que las especies comúnmente invierten el 90% de su tiempo en estasis donde ocurren pequeños cambios morfológicos o ninguno. Sin embargo, los darwinistas modernos gustan de afirmar, no muy convincentemente, de que el dilema de Haldane ha sido «solucionado» y que los procesos evolutivos clave en la realidad son simples, rápidos y virtualmente inevitables.

Basados en los principios de genética de poblaciones, desde 2004 varios cálculos y experimentos han apuntado a la inhabilidad de la mutación y la selección natural accidentales para explicar la evolución de la vida. Michael Behe y David Snoke encontraron que si la generación de un nuevo gen funcional o rasgo requería dos o más mutaciones coordinadas, normalmente necesitaría tiempos de espera irracionalmente largos que excederían la duración de la vida en la Tierra, o tamaños de población irracionalmente grandes, superando al número de organismos multicelulares que han vivido alguna vez. El mecanismo neodarwinista es incapaz incluso de provocar dos mutaciones coordinadas en los 6 millones de años que supuestamente han transcurrido desde que humanos y chimpancés divergieron de un ancestro común. Dos defensores del neodarwinismo, Rick Durrett y Deena Schmidt salieron a refutar esta conclusión realizando sus propios cálculos, pero incluso ellos concluyeron que tomaría 216 millones de años generar y fijar dos mutaciones coordinadas en la línea homínida.


Algunos neodarwinistas han propuesto que una proteína que realice una función puede ser transformada o incorporada para cumplir otra misión. Douglas Axe y Ann Gauger decidieron probar esto experimentalmente, y encontraron que se necesitarían demasiadas mutaciones coordinadas para convertir una función proteica en otra, incluso en el caso de proteínas extremadamente similares. Axe descubrió que, tomando en cuenta el costo de aptitud probable para un organismo de llevar duplicados innecesarios de genes (como fue necesario para dar una probabilidad razonable a la evolución de un nuevo gen), el tiempo estimado de espera para sólo tres mutaciones coordinadas excede la duración de la vida en la Tierra. En síntesis, «el mecanismo neodarwinista no puede suscitar la información necesaria para construir nuevos genes, menos una nueva forma de vida animal, durante el tiempo disponible para el proceso evolutivo»

Fuente: Teosofía Original

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