Se supone que las mutaciones constituyen eventos no dirigidos y accidentales que no son adaptativos en manera alguna. Por ejemplo, si una especie animal necesita pelaje grueso para sobrevivir en un clima gélido, no responderá por hacer crecer el pelo; más bien, cualquier animal que sufra cambios genéticos accidentales que produzcan esa protección sobrevivirá para producir más descendencia. Robert J. Gilson comenta: «El dogma de la variación fortuita es tan improbable como la doctrina de la Inmaculada Concepción, no importa cuán sacrosanta sea para sus adherentes».
Normalmente, los intentos para justificar la doctrina de las mutaciones al azar se remontan a una serie de experimentos con la bacteria Escherichia coli a fines de los años 40 y comienzos de los 50. Estos estudios hallaron que cuando las células bacterianas son sometidas a una presión de selección particular repentina (por ejemplo, al añadir un antibiótico letal) invariablemente sobrevive una pequeña proporción de ellas porque contienen una mutación que confiere resistencia al antibiótico. Luego se llevaron a cabo pruebas que demostraron que las mutaciones estaban presentes en las células supervivientes antes que se agregara el antibiótico al cultivo, y que de esta forma eran realmente espontáneas y no adaptativas. Sin embargo, los investigadores originales reconocieron que esto no descartaba la posibilidad de mutaciones adaptativas y no accidentales.
Los análisis más recientes han evidenciado que, de hecho, las mutaciones pueden darse en respuesta directa a un desafío medioambiental y han causado gran controversia. Se ha encontrado que las bacterias incapaces de digerir la lactosa, si no se les da otro alimento, después de pocos días desarrollaban nuevos mutantes que sí lo hacen; la tasa de mutación fue en muchos órdenes de magnitud más rápida que el ratio «espontáneo» o «azaroso», y se necesitaron dos mutaciones independientes, dando la probabilidad de menos de 1 en 10¹⁸ a una explicación «accidental». Asimismo, las mutaciones adaptativas también parecen ocurrir en células de levadura y posiblemente en moscas de la fruta. La existencia de mutaciones adaptativas ahora es aceptada, aunque el término «mutaciones dirigidas» a veces se rehuye, pues si bien se han identificado algunos de los mecanismos bioquímicos implicados no hay comprensión real de qué yace tras el fenómeno.
Según Eshel Ben-Jacob y sus colegas, «está apareciendo un panorama de bacterias capaces de solucionar problemas y de adaptar su genoma a obstáculos planteados por el medio ambiente. (...) Es como si la colonia bacteriana no sólo pudiera computar mejor que nuestros mejores ordenadores, sino que también pudiera pensar e incluso poseer iniciativa». James Shapiro ha dicho que incluso la más «simple» forma de vida demuestra complejidades bioquímicas, estructurales y de comportamiento que superan la investigación científica».
La rapidez con que las pestes adquieren resistencia a los venenos, desde las ratas a los insectos, es también difícil de explicar sobre la base de la teoría evolutiva convencional. Unas 500 especies de insectos y ácaros han sido capaces de vencer al menos un pesticida por cambios genéticos que alteran defensivamente la fisiología del organismo, o producen enzimas especiales para atacar y destruir el veneno, y diecisiete de dichas especies resistieron todos los químicos aplicados contra ellas. Sobre esto, Robert Wesson afirma: «Si es verdad que las mutaciones son mucho más frecuentes donde se necesitan que cuando son más potencialmente dañinas, entonces no se puede sostener que sean accidentales». Shapiro señala por su parte que «todos los estudios más cuidadosos de mutagénesis hallan estadísticamente patrones no fortuitos de cambio».
Normalmente, los intentos para justificar la doctrina de las mutaciones al azar se remontan a una serie de experimentos con la bacteria Escherichia coli a fines de los años 40 y comienzos de los 50. Estos estudios hallaron que cuando las células bacterianas son sometidas a una presión de selección particular repentina (por ejemplo, al añadir un antibiótico letal) invariablemente sobrevive una pequeña proporción de ellas porque contienen una mutación que confiere resistencia al antibiótico. Luego se llevaron a cabo pruebas que demostraron que las mutaciones estaban presentes en las células supervivientes antes que se agregara el antibiótico al cultivo, y que de esta forma eran realmente espontáneas y no adaptativas. Sin embargo, los investigadores originales reconocieron que esto no descartaba la posibilidad de mutaciones adaptativas y no accidentales.
Micrografía electrónica, de baja temperatura, de un cúmulo de bacterias Escherichia coli ampliado 10.000 veces. Cada cilindro redondeado es un individuo.
Los análisis más recientes han evidenciado que, de hecho, las mutaciones pueden darse en respuesta directa a un desafío medioambiental y han causado gran controversia. Se ha encontrado que las bacterias incapaces de digerir la lactosa, si no se les da otro alimento, después de pocos días desarrollaban nuevos mutantes que sí lo hacen; la tasa de mutación fue en muchos órdenes de magnitud más rápida que el ratio «espontáneo» o «azaroso», y se necesitaron dos mutaciones independientes, dando la probabilidad de menos de 1 en 10¹⁸ a una explicación «accidental». Asimismo, las mutaciones adaptativas también parecen ocurrir en células de levadura y posiblemente en moscas de la fruta. La existencia de mutaciones adaptativas ahora es aceptada, aunque el término «mutaciones dirigidas» a veces se rehuye, pues si bien se han identificado algunos de los mecanismos bioquímicos implicados no hay comprensión real de qué yace tras el fenómeno.
Según Eshel Ben-Jacob y sus colegas, «está apareciendo un panorama de bacterias capaces de solucionar problemas y de adaptar su genoma a obstáculos planteados por el medio ambiente. (...) Es como si la colonia bacteriana no sólo pudiera computar mejor que nuestros mejores ordenadores, sino que también pudiera pensar e incluso poseer iniciativa». James Shapiro ha dicho que incluso la más «simple» forma de vida demuestra complejidades bioquímicas, estructurales y de comportamiento que superan la investigación científica».
La rapidez con que las pestes adquieren resistencia a los venenos, desde las ratas a los insectos, es también difícil de explicar sobre la base de la teoría evolutiva convencional. Unas 500 especies de insectos y ácaros han sido capaces de vencer al menos un pesticida por cambios genéticos que alteran defensivamente la fisiología del organismo, o producen enzimas especiales para atacar y destruir el veneno, y diecisiete de dichas especies resistieron todos los químicos aplicados contra ellas. Sobre esto, Robert Wesson afirma: «Si es verdad que las mutaciones son mucho más frecuentes donde se necesitan que cuando son más potencialmente dañinas, entonces no se puede sostener que sean accidentales». Shapiro señala por su parte que «todos los estudios más cuidadosos de mutagénesis hallan estadísticamente patrones no fortuitos de cambio».
El etidio se intercala entre dos pares de bases adenina-timina
La «enfermedad del sueño» es causada por la picadura de un parásito conocido como Trypanosoma brucei. Cada vez que las células inmunes de la víctima se acercan a la destrucción de todos los parásitos, algunas de las moscas sobrevivientes escapan de la detección reorganizando su ADN y cambian su capa superficial, cortando ambas cadenas de su ADN en dirección 5 de un gen particular. El resultado es otra ola de infección y este juego de «gato y ratón» continúa hasta que la víctima muere.
En 1971 un grupo de biólogos trasladó cinco parejas adultas de lagartijas italianas de su hábitat isleño en el Mar Adriático sur —donde se deleitaban principalmente con insectos— a una isla vecina en que se sustentaban con vegetación. En sólo 36 años los rápidos cambios genéticos provocaron que sus cabezas se hicieran más largas, anchas y altas, lo que aumentó sustancialmente su fuerza de mordida y desarrollaron cámaras de fermentación en sus intestinos. Estas alteraciones fueron diseñadas para ayudar a los lagartos a comer plantas y fueron claramente una respuesta a su nuevo entorno. Debido a que los vegetales proporcionan un suministro de alimentos más grande y predecible, los lagartos también dejaron de defender territorios, un instinto integral de su comportamiento que exhibían en la comarca de origen.
La bióloga molecular Lynn Caporale puntualiza que las mutaciones parecen ocurrir preferentemente en ciertas partes del genoma, mientras que otras secuencias de ADN tienden a conservarse, lo cual muestra a su parecer que la evolución no es solamente un juego de azar. Aunque cree que los genomas pueden «llevar» mutaciones a «puntos calientes» donde son más susceptibles de incrementar la aptitud, y que el genoma puede ser «inteligente en alguna forma», Caporale desestima que las transformaciones reales en sí mismas sean «no accidentales» en el sentido de estar ingeniadas de algún modo por el organismo en cuestión para producir los cambios que necesita. Este es un buen ejemplo de cómo los darwinistas a veces revisten sus dogmas en un lenguaje que suene «atractivo» e incluso místico.
Fuente: Teosofía Original
En 1971 un grupo de biólogos trasladó cinco parejas adultas de lagartijas italianas de su hábitat isleño en el Mar Adriático sur —donde se deleitaban principalmente con insectos— a una isla vecina en que se sustentaban con vegetación. En sólo 36 años los rápidos cambios genéticos provocaron que sus cabezas se hicieran más largas, anchas y altas, lo que aumentó sustancialmente su fuerza de mordida y desarrollaron cámaras de fermentación en sus intestinos. Estas alteraciones fueron diseñadas para ayudar a los lagartos a comer plantas y fueron claramente una respuesta a su nuevo entorno. Debido a que los vegetales proporcionan un suministro de alimentos más grande y predecible, los lagartos también dejaron de defender territorios, un instinto integral de su comportamiento que exhibían en la comarca de origen.
La bióloga molecular Lynn Caporale puntualiza que las mutaciones parecen ocurrir preferentemente en ciertas partes del genoma, mientras que otras secuencias de ADN tienden a conservarse, lo cual muestra a su parecer que la evolución no es solamente un juego de azar. Aunque cree que los genomas pueden «llevar» mutaciones a «puntos calientes» donde son más susceptibles de incrementar la aptitud, y que el genoma puede ser «inteligente en alguna forma», Caporale desestima que las transformaciones reales en sí mismas sean «no accidentales» en el sentido de estar ingeniadas de algún modo por el organismo en cuestión para producir los cambios que necesita. Este es un buen ejemplo de cómo los darwinistas a veces revisten sus dogmas en un lenguaje que suene «atractivo» e incluso místico.
Fuente: Teosofía Original
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