La microevolución se refiere a la variación genética menor en una población local, principalmente como resultado de la recombinación de características ya presentes en el banco genético de una especie y la influencia de la selección natural. La macroevolución consiste en la aparición de rasgos completamente nuevos y más «avanzados», llevando por ende a la generación de especies de un tipo totalmente distinto. La microevolución es un hecho, mientras que la macroevolución, o la transformación molecular a gran escala hacia el ser humano, es una hipótesis no probada, y como ha dicho el paleontólogo Keith Stewart Thomson:
«Nadie ha demostrado en forma satisfactoria un mecanismo a nivel de población genética por el cual se acumulen rápidamente cambios fenotípicos innumerables y muy pequeños para producir grandes transformaciones: un proceso para el origen de lo magníficamente improbable desde lo indescriptiblemente trivial».
Los individuos de la especie de moluscos Donax variabilis muestran una extraordinaria diversidad fenotípica, tanto en el color como en el patrón de sus conchas.
Se han observado varios ejemplos de microevolución; por ejemplo, el tamaño promedio del pico en las poblaciones de pinzones puede cambiar durante el curso de unos pocos años. También muchas especies de polillas y mariposas en regiones industrializadas han mostrado un aumento en la frecuencia de individuos con alas oscuras en respuesta al ennegrecimiento de árboles por el hollín. Adicionalmente, más de 200 especies de insectos y roedores han desarrollado resistencia al pesticida DDT en partes del mundo donde el rociamiento ha sido intenso. Por su parte, las bacterias causantes de enfermedades han hecho un retorno exitoso como cepas que evolucionaron a la habilidad de defenderse contra los antibióticos (como ya señalamos, es poco probable que todas las mutaciones implicadas sean «aleatorias» y «no dirigidas»).
La microevolución puede producir el surgimiento de una especie nueva, aunque similar, si adoptamos la definición ortodoxa de que las diferentes especies no se cruzan entre sí. Por ejemplo, un estudio en una especie de carriceros que anidan y crían en hábitats boscosos alrededor de la meseta tibetana determinó que las aves de hábitats vecinos se emparejaban con asiduidad, aunque sus características difieren levemente, pero que dos poblaciones distanciadas de carriceros no se apareaban y tenían grandes desemejanzas en otras características, por lo que pueden ser consideradas como dos especies distintas*.
El cambio macroevolutivo requiere variaciones en la embriogénesis más temprana. Durante el desarrollo embrionario, los genes apropiados deben ser activarse o desactivarse para asegurar la producción de los derivados proteínicos adecuados en el tiempo y los tipos celulares correctos. Como ya se explicó, las regiones codificadoras de proteínas en el genoma y los sectores no codificadores que controlan juntos la expresión genética funcionan como circuitos, conocidos como redes de desarrollo de genes reguladores (dGRN, en inglés). La precisión de conjunto y la complejidad de este sistema son asombrosas, aunque los experimentos han demostrado que las mutaciones que afectan a las dGRN en el desarrollo del plan corporal tienen efectos catastróficos en el organismo y conducen a anormalidades o la muerte.
En nuestros días los biólogos pueden describir algunos de los cambios complejos a gran escala en la red reguladora de genes necesarios para el origen de nuevas estructuras y planes corporales, aunque se sabe muy poco sobre los complejos cambios epigenéticos requeridos. Los especialistas aún están muy lejos de comprender cómo los organismos en desarrollo adquieren su forma, y a pesar de la impresión dada por la propaganda darwinista la simple descripción sobre algunos de los cambios necesitados está lejos de proporcionar una explicación causal y plausible. En resumen, debe abordarse con gran escepticismo cualquier cosa que los darwinistas digan sobre la transformación de un organismo en otro muy diferente (por ejemplo, un pez en anfibio) únicamente por mutaciones genéticas aleatorias u otros cambios físicos azarosos.
Fuente: Teosofía Original
La microevolución puede producir el surgimiento de una especie nueva, aunque similar, si adoptamos la definición ortodoxa de que las diferentes especies no se cruzan entre sí. Por ejemplo, un estudio en una especie de carriceros que anidan y crían en hábitats boscosos alrededor de la meseta tibetana determinó que las aves de hábitats vecinos se emparejaban con asiduidad, aunque sus características difieren levemente, pero que dos poblaciones distanciadas de carriceros no se apareaban y tenían grandes desemejanzas en otras características, por lo que pueden ser consideradas como dos especies distintas*.
*Definir una especie en términos de una comunidad generada por cruce de organismos es sólo una definición teórica, ya que en la práctica las especies se describen casi siempre por su morfología y a veces por su comportamiento. Algunos evolucionistas afirman que cuando una población varía continuamente en gran medida, constituye una especie única incluso si los extremos puedan ser incapaces de cruzarse. Nótese que algunas poblaciones consideradas como especies diferentes, tales como perros y lobos, se cruzan libremente si se dan las condiciones.Sin embargo, las diferencias entre las dos especies de carriceros son triviales comparadas con las que existen entre un ratón y un elefante, o entre un pulpo y una abeja. Parece descabelladamente improbable esperar mutaciones accidentales para transformar una criatura en otra completamente distinta, pero los darwinistas simplemente responden con el mantra de que «improbable no significa imposible», pues ellos tienen una fe acérrima en la habilidad de la mutación fortuita, con la ayuda de la selección natural, para generar cambios fabulosamente inverosímiles (en otros términos, «producir milagros») una y otra vez por millones y millones de años. Si esto fuera cierto, la «suerte» tendría que cambiar su nombre, y reconociendo esto el biólogo Lyall Watson afirmó que, en lugar de actuar ciegamente, la «suerte» parece tener «un patrón y una razón propias» como si operara de acuerdo a un «conjunto de reglas cósmicas».
Acrocephalus arundinaceus (carricero tordal)
Acrocephalus schoenobaenus (carricerín común)
El cambio macroevolutivo requiere variaciones en la embriogénesis más temprana. Durante el desarrollo embrionario, los genes apropiados deben ser activarse o desactivarse para asegurar la producción de los derivados proteínicos adecuados en el tiempo y los tipos celulares correctos. Como ya se explicó, las regiones codificadoras de proteínas en el genoma y los sectores no codificadores que controlan juntos la expresión genética funcionan como circuitos, conocidos como redes de desarrollo de genes reguladores (dGRN, en inglés). La precisión de conjunto y la complejidad de este sistema son asombrosas, aunque los experimentos han demostrado que las mutaciones que afectan a las dGRN en el desarrollo del plan corporal tienen efectos catastróficos en el organismo y conducen a anormalidades o la muerte.
En nuestros días los biólogos pueden describir algunos de los cambios complejos a gran escala en la red reguladora de genes necesarios para el origen de nuevas estructuras y planes corporales, aunque se sabe muy poco sobre los complejos cambios epigenéticos requeridos. Los especialistas aún están muy lejos de comprender cómo los organismos en desarrollo adquieren su forma, y a pesar de la impresión dada por la propaganda darwinista la simple descripción sobre algunos de los cambios necesitados está lejos de proporcionar una explicación causal y plausible. En resumen, debe abordarse con gran escepticismo cualquier cosa que los darwinistas digan sobre la transformación de un organismo en otro muy diferente (por ejemplo, un pez en anfibio) únicamente por mutaciones genéticas aleatorias u otros cambios físicos azarosos.
Fuente: Teosofía Original
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